Luna

 “It’s just that the moon is full 

  And you happened to call.

(Joan Baez, “Diamonds and Rust)

 “Huye luna, luna, luna,

Que ya siento sus caballos”

(Lorca, “Romance de la luna, luna”)

 

 

Del mismo modo que una rosa es una rosa es una rosa (G.Stein) y sería una rosa bajo cualquier otro nombre (W. Shakespeare), una luna es una luna. Allí está, objetiva, próxima, ya no tan misteriosa, yerma y estéril, abierta de par en par a la imaginación de los hombres que la contemplamos para “hacer” con ella lo que nos plazca: poesía, canciones, fotos, pinturas, cuentos, calendarios, maleficios y bendiciones; incluso pisarla: alguien lo soñó, alguien lo hizo.

Con motivo del eclipse lunar y la inusual cercanía de la luna al planeta que acaeció días pasados y que unió en forma por demás simbólica a buena parte de los habitantes de este planeta (por no decir todos), las redes sociales se llenaron de fotos y comentarios. Si compartimos niños enfermos o mutilados, malas experiencias, ejemplos de la estupidez humana, o perros escuálidos abandonados, cómo no vamos a compartir la luna. La Luna: única y nuestra.

 

Alguien publicó en Facebook una magnífica, enorme luna naranja con tonalidades oscuras elevándose por detrás del Muro de los Lamentos, lo que nosotros los judíos llamamos el “Monte del Templo”; alguien también publicó la misma luna, más “real” en su tamaño, al costado de la Torre de David en el lado opuesto de la vieja Jerusalém, en la puerta de Yaffo. Muchos, incluido quien esto escribe, quedamos fascinados por las imágenes y de inmediato las reprodujimos y comentamos. Desconozco que tan “virales” se hicieron las fotos (parecería que si algo no se “viraliza” no existe) pero en mi modesto mundo de las redes sociales tuvo repercusión.

 

No faltó quienes señalaran, inmediatamente, que se trataba de un truco de photoshop; probablemente así sea. En lo personal, no es relevante. Así como la luna conmovió la sensibilidad de Joan Baez o Federico García Lorca, conmovió la de muchos de nosotros, simples y prosaicos suscriptores de las redes sociales. Como no escribimos poesía ni canciones de amor desilusionado, reproducimos fotos. Alguien se tomó el trabajo de componer una imagen que conmueve juxtaponiendo dos elementos conmovedores de por sí: la luna y Jerusalém. Ninguna precisa de la otra para ser hermosas, inspiradoras, conmovedoras; juntas se potencian. Acaso podamos llamar a esas fotos fotoshopeadas, “metáforas”. De qué… vaya uno a saber.

 

También hubo quien denostó las fotos por su contenido político. Sí: tal vez para algunos la luna más grande e imponente en Jerusalém se tiña de tintes grandiosos y discriminatorios; el hecho es que para muchos todo evento o discurso es pasible de ser politizado. Esto sucede de derecha y de izquierda. Pero para quienes tomamos la política como una herramienta, un derecho, pero no un prisma por dónde miramos la vida, una luna sobre Jerusalém nos lleva a otro inmenso abanico de asociaciones. Hay algo bíblico en una luna tan próxima sobre Jerusalém; hay algo popular en una luna casi dorada sobre Jerusalém (Jerusalém de Oro, de Cobre y de Luz). Vaya uno a saber cuánto más hay y no sabemos, porque somos uno; las redes sociales nos permitieron compartir (sí, literalmente) una vivencia única y además asociarla con nuestra particular sensibilidad como judíos.

 

Hay una luna creciente que representa una amenaza para Israel, el pueblo judío, y el mundo occidental todo. Yo elijo quedarme con estas lunas bien llenas y grandes que marcan nuestros tiempos de celebración y contacto con nuestras fuentes y nuestra tradición. Este Sucot estuvo especialmente signado por una luna llena, plena, y próxima. Si alguien quiso verla por un lente especial, dejémonos simplemente arrastrar, por un rato, por la imaginación, la fantasía, y los buenos deseos.

 

Ya hoy esa luna es cosa de ayer. Ya volvemos a las realidades que nos tocan. Por un momento, fue inspirador sentirnos tan parte de la corriente de la vida.

 

Jag Sameaj!

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