Irán

Desde Occidente miramos hacia el Este, Oriente, cuando buscamos conexión con nuestras fuentes de inspiración como judíos. "Porque de Sión saldrá la Ley y la palabra del Eterno desde Jerusalén." (Isaías 2:3). Jerusalém, Ierushalaim, es el centro de nuestros anhelos a la vez que se recuesta contra nuestros límites, metafóricos y reales. Cualquiera que se asome desde el Monte Scopus o el Monte de los Olivos al este verá el desierto de Judea descender árido y neblinoso hacia el Jordán y el Mar Muerto. Sabemos que hasta allí llegamos. De alguna manera Ierushalaim es nuestra inspiración y nuestro anclaje con la realidad; es nuestro fin, litúrgico y político. Por eso es irrenunciable.

 Esta semana comenzamos a leer el Deuteronomio: estamos parados del otro lado del Jordán mirando una tierra que desconocemos, una Ierushalaim que aún no hemos hecho nuestra. Pero ya sabemos, entonces, que nuestro lugar está del otro lado del Jordán, en la margen occidental. Nuestro derrotero nos llevará, indefectiblemente, a mirar desde Occidente a Oriente. También sabemos, desde ese tiempo tan remoto, que no estamos solos. El libro de Números que acabamos de finalizar está lleno de citas específicas de pueblos vecinos, belicosos y pacíficos, temerosos de dios o no, con los cuales debemos confrontar.

Más allá de ese entorno, de ese micro mundo en torno a la tierra de Canaán sobre la cual hemos construido nuestra identidad, surgirán pueblos e imperios que determinarán nuestra historia. Desde los babilonios que nos llevarán al primer exilio, pasando por los persas, los griegos, los romanos, el islam, los otomanos, y los ingleses, poco ha cambiado. La franja de tierra que llamamos nuestra está fuertemente cuestionada como "nuestra".

El reciente acuerdo entre Irán y los EEUU respecto al enriquecimiento nuclear se inscribe en esta tormentosa narrativa de conquistas, exilios, desapariciones o asimilaciones (las diez famosas tribus de Israel), y sobrevivencia de la cual hemos sido, como pueblo, protagonistas.

Si desde Sión vendrá la Torá y la palabra de dios desde Ierushalaim, está claro que desde todo el entorno vendrá la amenaza, el cuestionamiento, la negación. Algunos pueblos o Estados, Egipto y Jordania, por ejemplo, como entonces, aprenderán a vivir con esa realidad que hemos construido al oeste del Jordán, al sur del Líbano, y al norte del Sinaí, recostados sobre el Mediterráneo: el Estado de Israel. Ya no somos reinos, ya no tenemos el templo; hemos aprendido a ser múltiples y diversos. Hemos vuelto a ser tribus: yemenitas, rusos, ortodoxos, laicos, marroquíes, argentinos, místicos, piadosos, nacionalistas, pacifistas... somos mucho más que doce tribus.

Que nada haya cambiado no es consuelo, sino aprendizaje. El Hombre no ha evolucionado en vano. Siempre hubo ISIS (Estado Islámico), siempre existió Roma; acaso aún haya quienes se crean Cruzados. Todo es metáfora, menos la realidad. La realidad la manejan los pueblos a través de sus líderes; pero los pueblos también buscan entender el mundo que los rodea. Igual que nuestros antepasados, que encontraron en las palabras de Isaías la esperanza: "Porque de Sión saldrá la Ley la palabra del Eterno desde Jerusalén."

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