Mercaderes

| Escrito por Ianai Silberstein

Cuando la Presidenta argentina Cristina Fernández recomendó a los alumnos de una escuela en una "villa" que leyeran "El Mercader de Venecia", ¿acaso pensó que los chicos tenían alguna idea de lo que estaba hablando? Según explica en sus twits, preguntó qué estaban leyendo de Shakespeare y le dijeron "Romeo y Julieta", tras lo cual ella hizo su escandalosa recomendación. Porque nadie puede creer que esos chicos, ni siquiera tal vez sus maestros o sus padres, ni de hecho la propia Cristina Fernández y su entorno, puedan entender la alusión que introdujo en la conversación.

Sólo puede entenderse en el contexto de algo preparado adrede previamente. "El Mercader ..." no está en el acervo popular que manejamos sobre Shakespeare; "Romeo y Julieta" sí, "Hamlet" y su "to be or not to be" también. Pero así como la escena del balcón se recrea una y otra vez en el arte y así como la frase de Hamlet se repite una y otra vez fuera de contexto, "El Mercader de Venecia" es una obra polémica, problemática, difícil, y citada sólo por académicos, judíos, o antisemitas. La Presidenta de Argentina no es ninguna de las dos primeras, de modo que debe ser lo tercero. Esa fue su motivación cuando llevó la conversación al tema de los fondos buitre, la "usura" y los "chupasangre".

Siempre sostuve que "El Mercader de Venecia" no es una obra antisemita. Por el contrario, encontramos en ella algunos de los textos más reivindicativos y claros acerca de la condición judía que haya leído alguna vez; no me extraña: es Shakespeare, "el inventor de lo humano", citando a Harold Bloom. Sin embargo, las obras de Shakespeare tienen una clara dualidad: a la vez que crean personajes idiosincráticos, únicos, irrepetibles, éstos corresponden a algún estereotipo puntual. Así tenemos a Yago en "Othello", malo entre los malos; Hamlet, el dubitativo; los mencionados Romeo y Julieta, amantes impulsivos y románticos si los hay. La lista es larga. Shylock, el mercader de Venecia, no escapa a esta norma. Como la obra en sí, el personaje obedece a ciertos estereotipos aceptados en aquel tiempo y lugar de modo que sean reconocibles e identificables para el público consumidor de teatro; pero al mismo tiempo en sus parlamentos encontramos el más sublime y profundo "insight" al ser judío.

Por su final la obra debe catalogarse como una "comedia", aunque sabemos que la gran revolución de Shakespeare fue la mezcla de los géneros, hasta entonces respetada a rajatabla. En sus grandes tragedias siempre hay escenas de comedia, llanamente cómicas. Del mismo modo, su comedia puede incluir elementos trágicos. Si bien "los otros" prevalecen y humillan al judío Shylock, no podemos ignorar los monólogos de éste personaje: son demasiado fuertes, demasiado claros, demasiado centrales, demasiado conflictivos. Es en ellos que yace la esencia shakesperiana.

La obra no sería lo que es si sólo la leyéramos, como recomienda Cristina Fernández, como una lección sobre la usura. El final lleno de máscaras y engaños, casi travestido, esconde las verdades crudas que la obra fue develando en todo su desarrollo: el amor de Antonio por Bassanio, la irresponsabilidad del primero hacia sus obligaciones, la ambición desmedida del segundo, los valores que rodean la idea del amor, lo relativo del amor en términos de la fortuna, y toda una serie de especulaciones y enredos claramente condenables. En ese contexto, Shylock emerge como un personaje duro, desagradable, pero llano y honesto, frontal. Valores devaluados por ese entonces pero valorados hoy.


"El Mercader de Venecia" no es acerca de la usura sino acerca de la condición humana. Puede decirse esto de toda la obra de Shakespeare; pero sucede que casi ninguna obra ha sido tan reducida y simplificada como ésta. Así como no es acerca de la usura, tampoco es antisemita. Lo que sí puede ser antisemita es el uso que hacemos de ella. Los grandes textos, sean La Biblia o Shakespeare, tienen esa cualidad: nos permiten tantas lecturas que se tornan manipulables. Por eso hay que estudiarlos bien en toda su complejidad y evitar las simplificaciones maliciosas.

 

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