Tikún

El pasado sábado por la noche había en Montevideo por lo menos tres opciones difundidas y populares para adherirse a la costumbre de dedicar la víspera de Shavuot al estudio como forma de "reparación". La tradición nos cuenta que el pueblo se quedó dormido cuando esperaba la entrega de la Torá y, para enmendar aquel desliz, nos quedamos estudiando toda la noche. Tal vez podamos sugerir que en realidad la noche del Tikún guardamos vigilia para corregir nuestra propia ignorancia: nos reconocemos como tales y queremos corregir ese status.

El Tikún trae a colación dos temas: cuán ignorantes podemos ser respecto de nuestras fuentes, tradición, y costumbres; y por otro lado cuán ignorantes podemos ser respecto de nosotros mismos: de cómo viven su judaísmo nuestros vecinos, parte de un mismo pueblo. La ignorancia nace al sostener que hay una sola verdad, una sola manera de hacer las cosas; o que si hay variantes, las mismas no van más allá de cierto límite autoimpuesto desde quienes sostienen esa supuesta única verdad. La ignorancia crece cuando esas posturas engendran prejuicios y tabúes en lugar de profundizar y significar nuestros valores.

El pasado domingo, durante el servicio de Shajarit de Shavuot en la NCI de Montevideo se llevó a cabo una bar/bat mitzvá colectiva e igualitaria, para gente que nunca había sido llamada a la Torá como bnei mitzvá: judíos que llegan a la edad de asumir responsabilidad sobre su tradición. Todos ellos y ellas son judíos reconocidamente comprometidos y activos. Sin embargo, faltaba ese momento festivo que tan central y caro es para cualquier familia judía. La iniciativa del rabino Ariel Kleiner tuvo una respuesta muy entusiasta: más de veinte personas fueron llamadas por sus nombres hebreos y subieron a la Torá para asumirse como bnei-mitzvá.

Este evento atrajo una multitud a la sinagoga de la NCI. Escuchar los Diez Mandamientos en este contexto fue especialmente emotivo. Estoy seguro que nadie fue ajeno al momento y la emoción. La pregunta es si había una idea cabal de dónde y en qué momento se estaba. Porque ciertas conductas que a nadie se le hubieran ocurrido en otra sinagoga se dieron por permitidas en ésta. Cuando en verdad están tan prohibidas en una como en otra.

Dejar que suene el celular en una ceremonia religiosa es de mal gusto. Si es en un día festivo (iom tov), más aún; usar un celular ya sea para hablar o para sacar fotos está simplemente prohibido en tales días. Si asumimos que algunas personas no lo saben, la actitud de los oficiantes fue la correcta: propusieron guardar los recuerdos en las retinas y en la memoria, pero no en Instagram; porque en “iontev” no se sacan fotos. Dicho con amabilidad debió ser suficiente; pues no. Quienes somos parte del minián habitual de la NCI nos sentimos molestos y ofendidos. No importa cuántas veces se repitió el pedido; parecería que la urgencia por registrar obliteraba toda tradición.

Desconozco como se manejan estos temas en otras sinagogas. Tal vez con tacto, tal vez con más contundencia. Tal vez la gente confunda la decisión del Movimiento Conservador a través de sus órganos y autoridades de poder usar electricidad con un permiso generalizado para trasgredir todas las prohibiciones de un día como Shavuot, Shabat, o Rosh Hashaná. Cada sinagoga adhiere a un Movimiento o forma de rezar. Cada una es fiel a su tradición, sus valores, sus creencias. Cada uno elige dónde reza. Si uno visita una sinagoga que no es la suya, hace como hacen todos; respeta las mayorías. Si le explican qué hacer y qué no, acata. Si bien en la NCI me siento junto a mi pareja, me consta que en ninguna otra sinagoga de Montevideo debo hacerlo; si elegimos ir, cada uno ocupará su lugar. Y si no lo supiéramos, sólo tendrían que decírnoslo una vez…

Si este ishuv tiene que hacer “tikún”, reparación, es en cómo nos percibimos unos a otros y cómo valoramos el esfuerzo de unos y de otros. No hay sinagogas “en serio” y sinagogas “light”. No hay sinagogas donde todo está prohibido y otras donde todo está permitido. Por el contrario: si observamos con detención detrás de bambalinas veremos que en esencia somos todos iguales y perseguimos y preservamos los mismos valores. Con ligeras variaciones de criterio y algunas diferencias de estilo. Dejemos de lado la escenografía (mejitzá o no mejitzá), los recursos técnicos (golpes en los pupitres o uso de micrófono); los ritmos y cadencias; la entonación y las melodías. Dejemos de lado el detalle: la Torá es una sola. Los judíos que la leemos con tanta tenacidad, por el contario, somos muchos y diversos. De hecho, como dice el Shemá, sólo dios es uno. Parafraseando a Hillel en Masejet Shabat 30b-31a, el resto es diversidad: vayamos y estudiemos.

 

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