Iom Ierushalaim

Así como nuestros Sabios, de bendita memoria (Jazal), deben ser estudiados en pares, el judaísmo puede entenderse mejor si se piensa en forma de paradoja: coexistencia de dos opuestos que generan nuevos significados.

También Ierushalaim, Jerusalém, puede pensarse como una paradoja: llamada ciudad de la paz en su sentido más literal, ha sido causa y testigo de descarnados sitios y sangrientas batallas; ciudad santa para las tres religiones abrámicas, es sin embargo una superposición de contradicciones; pretendida como ciudad abierta e internacional, en su seno se disputa palmo a palmo su santidad. Es una ciudad a la vez antigua y moderna; mística y tecnificada; diversa y densa; profundamente religiosa y laica.

Ierushalaim es el símbolo de la soberanía israelí a través de su Parlamento, su Gobierno, y su Suprema Corte de Justicia; al mismo tiempo, para muchos, hoy es símbolo de opresión y arbitrio. Es una ciudad “abierta” y accesible, atravesada por el muro de la discordia entre israelíes y palestinos. Está habitada y poblada por sus más feroces críticos: desde la ortodoxia judía más extrema que desconoce el Estado que los protege hasta pacifistas judíos ferozmente críticos que sin embargo eligen vivir entre judíos, también bajo el régimen que critican.

Ierushalaim simboliza los mayores logros de Israel: su Universidad Hebrea, su Hospital Hadassa, las industrias de alta tecnología, y la red de autopistas que la rodean son sólo los ejemplos más evidentes de este desarrollo. Al mismo tiempo, cuida y preserva sus espacios históricos y sagrados en un sutil equilibrio de soberanías.

Han pasado cuarenta y ocho años desde la unificación de Jerusalém en la Guerra de los Seis Días. Seguramente pocos pudieron imaginar entonces en qué se transformaría esa ciudad dividida; mucho menos vaticinar los problemas que acarrearía la unificación. Ningún líder israelí admitirá jamás que Ierushalaim es negociable, y sin embargo su “status” está arriba de la mesa cada vez que se inicia una ronda de contactos. Mientras tanto la ciudad crece, se embellece, y prospera, al mismo tiempo que los problemas subsisten, se agravan, se profundizan.

Ierushalaim es, además de una ciudad, una metáfora, un deseo, y una redención: durante años (y hasta hoy en día) los judíos juramos no olvidarla y hacemos votos para estar allí el año siguiente. Ierushalaim es un símbolo más del mesianismo judío. La generación de nuestros hijos nació sin saber que en una época la ciudad estuvo dividida y era por lo tanto inaccesible. Ellos dan por sentado un proceso de redención cuando nosotros, y más aún nuestros padres y abuelos, supieron siempre que ese era un proceso que se desarrollaba delante de sus ojos.

Conmemorar Iom Ierushalaim es reafirmar las dos frases tradicionales:

Si te olvidare Ierushalaim…”, y “El año próximo en Ierushalaim”.

Mientras tanto, también perseverar en el empeño de perfeccionar el mundo.

Jag Sameaj!

 

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