Corazón

Cuando era niño hace más de cincuenta años ser israelí en Uruguay era una rareza: no habíamos muchos nacidos allí y emigrados como bebés para crecer como un judío más en la pujante comunidad judía uruguaya de entonces; en la recién fundada Escuela Integral habría a lo sumo un niño por generación nacido en Israel, cuyos padres hubieran regresado "al pago". Menos común era que uno se llame "Ianai". Menos común todavía era que uno sea un niño de kibutz nacido en Afula; con toda propiedad digo que en aquellos años éramos sólo dos niños con esas características; sólo yo iba al Integral. Hoy escuchamos nombres israelíes al por mayor, casi tanto como nombres anglosajones o castizos. Muchas familias han hecho de Israel una etapa en sus vidas y traen consigo hijos nacidos allí pero que se criarán aquí. Hoy vamos y venimos en veinticuatro horas cuando entonces tomaba casi veinte días.

Todo esto viene a cuento por el recuerdo de mi maestra de primer año, Haydée (z'l), que solía repetir que "Ianai tiene el corazón partido al medio: una mitad uruguaya, la otra israelí". Desde su sabiduría vareliana, liberal, y demócrata, la inolvidable Haydée (prototipo de la maestra buena y afectiva) resumió una dicotomía que me acompaña hasta el día de hoy: saberse nacido en circunstancias ajenas a las que uno crece; pensarse con un destino, el de volver; conocerse "distinto" de la media. Por cierto era pintoresco y curioso; pero bastante distinto era crecer a la sombra de una aventura pionera que hacerlo desde las sombras de la Shoá que acompañaba a la mayoría de mis compañeros.


Lo que resulta interesante es pensar cómo estas cuestiones siguen vigentes más de cincuenta años después y sólo se modifican para hacerse más complejas, como la vida misma. Acaso el judaísmo en su esencialidad pueda resumirse en mi experiencia personal: ir y venir desde y a Israel (por cierto, mi familia sigue empecinada en ello); vivir con un propósito o destino; y reconocerse distinto al entorno.

En un mes he "vuelto" a mis dos países: Israel y ahora Uruguay, donde vivo. En uno recuerdo al otro; en uno y en otro reconozco las mutuas diferencias. Transito con igual solvencia las calles de uno y otro. Hablo y me comunico en ambos. Tengo opinión política en los dos, aunque sólo voto en Uruguay. En mis conciudadanos de uno y otro reconozco las mismas proximidades y las mismas alienaciones. Uno me emociona desde una profundidad geográfica, histórica, y mítica; el otro desde mi experiencia personal y mínima, mi construcción personal de vínculos, afectos, y espacios: aquello en lo que uno ocupa su vida.


Es una buena sensación reconocerse a uno mismo a cierta altura de la vida. Que las palabras de nuestra maestra de primer grado se hagan propias no significa sólo que fueron acertadas sino que uno ha podido crecer desde ellas y cerrar, al menos a nivel personal, un círculo. Ahora sólo resta ver cómo van resolviendo nuestros hijos los caminos que con nuestras decisiones les pautamos. También eso es parte de ser judío.

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