Independencia

"It was the best of times, it was the worst of times".

Charles Dickens, "A Tale of two cities".

He vuelto a Israel en una época en la que hacía muchos años no estaba: final de Pesaj, Iom Hashoá; Iom Hazicaron; Iom Haatzmaut. ¿Cómo llamamos a estos días? Por cierto que estamos en la cuenta del Omer pero ese nombre parece correr por otros andariveles. Me viene a la mente "iamim noraim", días terribles o misericordiosos o piadosos, pero ese nombre ya tiene destino. "Zman jerutenu", tal vez: el tiempo de nuestra liberación. No en vano se agrupan el episodio fundacional de la antigüedad con el hito fundacional de nuestros tiempos: Pesaj desde los confines del tiempo; Shoá, Recordación, e Independencia en nuestro tiempo. Sin embargo, no puedo pensar en UN nombre que los agrupe; tal vez porque cada uno por sí mismo es un nombre, así como cada soldado caído y cada asesinato en la Shoá lo son.

Somos un pueblo comunitario, pero también somos el pueblo del individuo. Los días que se suceden desde el final de Pesaj hasta Iom Haatzmaut son una suerte de ascenso sagrado, tal como dicta la costumbre: se asciende hacia lo sagrado, no se desciende. Contamos los días hacia Shabat, encendemos las luminarias de Janucá sumando una cada día.

Visto de esta forma Iom Haatzmaut tiene todo de sagrado. Muchos observantes del Omer interrumpen el período de duelo en este día, como en Lag BaOmer, tan incorporado está a las festividades judías. Si hay una festividad post-bíblica Iom Haatzmaut lo es por esencia. Con el creativo manejo del tiempo que hacemos los judíos, entre Pesaj y Iom Haatzmaut hay apenas dos semanas... y tres mil quinientos años.

Si tomo prestados conceptos de otras tiendas dentro de mi pueblo me permito improvisar sobre el asunto del mesianismo. Si pensamos lo mesiánico no como un hombre sino como un estado, estoy convencido que quienes han elegido vivir en Israel son parte activa de la redención. Sé que esta idea no tiene nada de original, pero cristaliza en mí cuando necesito pensar y aprehender esta maravilla que es el Estado de Israel. En toda su vasta, profunda complejidad y fragmentación. Aun así, es fascinante.

Si tomo prestada otra imagen, de otro lenguaje, ya no místico sino muy terrenal, asocio Israel con una raza canina: el Pug. Tal como define su estándar según la Federación Cinológica Internacional, el Pug debe ser "mucha sustancia en pequeño espacio". Si pienso Israel en distancias, su tamaño es casi ridículo; si lo pienso en conceptos de densidad, es abrumador. Si se piensa en términos de logros, casi no resiste comparación; en término de complejidad social, no va en zaga de ningún país multicultural o multiétnico. Es un país vivaz, activo, intenso, compacto; no es liviano ni indiferente ni abúlico. Visiones ideologizadas podrán asociar Israel a alguna raza canina más violenta... como en el caso de los perros, es el entorno el que genera la agresividad. Debo reconocer que Israel es un país en atención permanente.

Si comencé este editorial con una cita de Dickens, bien puedo finalizar parafraseando a Ari Shavit: su dicotomía entre "triunfo" y "tragedia" en "Mi Tierra Prometida" es en todo caso muy británica. Tal vez no sea tan fácil reducir a Israel a una elección binaria; pero a los efectos de comprenderlo la dicotomía funciona perfectamente. Para muchos la reciente elección parlamentaria y la situación de la zona son "el peor de los tiempos", a la vez que no se puede no reconocer en el empuje y el desarrollo tecnológico y humano "el mejor de los tiempos". Tanto en el campo de lo triunfal como en el campo de lo trágico encontraremos aspectos del país que, de poder optar, rechazaríamos. El caso es que la vida viene en pares opuestos: blanco y negro; bueno y malo; lindo y feo; generoso y miserable. En el medio, tantas variables como seres humanos; volvemos al individuo.

Es un privilegio estar sentado en una terraza jerosolemitana mirando al oeste por sobre pinos hoy reverdecidos y barrios iluminados por la luz levantina. A mi espaldas yace la historia más trágica de mi pueblo; a mis pies su momento más triunfal. Mi generación está sentada al borde de este nuevo tiempo a la vez que se recuesta en la memoria construida en los últimos setenta años.

"Hasta los 120" no aplica para países. Son sesenta y siete años pero uno sólo puede desear que sigamos sumando como otros países, sin tener que preguntarnos cada año cómo llegamos hasta este tiempo. En vísperas de este Iom Haatzmaut 67º sólo resta agradecer y celebrar.

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