En casa

Dos editoriales atrás escribimos "back to Zion", parafraseando el muy anglosajón "back to basics" o el tan citado "all i ever needed to know i learned in kindergarden". En otras palabras, apelamos a poder ver lo esencial por sobre lo circunstancial; lo ideológico por sobre lo político. En mi enésimo regreso a Israel vuelo a apelar al "back to Zion", pero en otro sentido: viniendo de la muy cristiana y conquistadora Europa, es bueno estar nuevamente "en casa".

¿En casa? ¿Acaso vivo acá? Más bien que no. Sin embargo siempre que vuelvo hay algo de "volver a casa". En este caso una sensación acentuada por un pasaje de dos semanas por Europa: del pequeño, pueblerino, austero Sanlúcar a orillas del Guadalquivir a la vasta, profunda, inabarcable y costosa París a orillas del Sena.

En este caso una sensación acentuada por un pasaje de dos semanas por Europa: del pequeño, pueblerino, austero Sanlúcar a orillas del Guadalquivir a la vasta, profunda, inabarcable y costosa París a orillas del Sena. Semana de Pascua en uno, semana posterior a Pascua en el otro. La cristiandad en toda su expresión y esplendor, ya sea en la procesión de los "pasos" o en la belleza subyugante de La Sainte Chapelle. Entrar en un bar en Sanlúcar supone paredes llenas de murales de santos y vírgenes; dar vuelta una esquina en París supone una iglesia aún no descubierta. Cuánto portento, cuánto arte, cuánta maravilla nos legó el cristianismo en su largo, largo apogeo.

Volver a Israel supone despojamiento. Aun cuando el viejo ideal socialista del sionismo fundador esté en franco retroceso, hay algo muy minimalista al sobrevolar Tel-Aviv y tocar tierra en Ben-Gurión. El propio aeropuerto, con toda su belleza y el orgullo que supo darnos su construcción, es de proporciones humanas y accesibles. Uno navega las autopistas y calles de Israel, en especial en la zona urbana de Tel-Aviv, y todavía tiene la sensación de un país en construcción. Se reconocen edificios viejos, pero está todo muy fresco apenas cien años después que comenzó. Esta historia, la del sionismo realizador, termina apenas ciento y poco años atrás, con el comienzo de la colonización de Palestina. El resto de nuestra historia está dispersa por el Mediterráneo, oculta, acaso sepultada, tras todas esas maravillas de la civilización occidental y cristiana. Mejor dicho: guardada en libros, palabras y más palabras, palabras sobre palabras: los judíos y las palabras, citando a los Oz.

Vuelvo a casa porque aun cuando esto es "el Levante", como lo denominaba la abuela Shlomit del narrador de "Historia de Amor y Oscuridad", Israel es la recreación nacional de cada uno de nuestros hogares judíos. Vuelvo a casa porque es Pesaj y son vacaciones y está todo cerrado y quieto; porque no hay pan; porque veo gente yendo a rezar con sus talitim y libros; porque no hay grandes edificios ni monumentos; porque las sinagogas no son objeto de culto sino espacio para el culto. En fin, tantas razones; sobre todo subjetivas. Porque enciendo la radio en el auto y suena "AnibeAta" por el inolvidable Arik Einstein (z'l); porque a cada hora en punto están las noticias. Porque hablo el idioma.

Cuando me asaltan este tipo de reflexiones y sensaciones (más de lo segundo que de lo primero) entiendo más y mejor el Sionismo como ideología medular y básica del ser judío hoy. No puedo, ni quiero, concebir ser judío de otra manera. El Sionismo está en la base misma de nuestra razón de ser: la promesa de La Tierra a cambio de un pacto sobre la unicidad de dios y el cumplimiento de la ley. Así como un judío observante me dirá que la experiencia judía no es completa si no cumplo las mitzvot, yo le diré que no lo es si no concibo a Israel como el centro de naturaleza judía. No que viva allí; no que apoye cualquiera de sus gobiernos; no que esté exento de críticas. Ser judío supone reconocer que hay UN sitio donde podemos estar y ser, donde el espacio público es tan judío y tan diverso como nosotros mismos lo somos como judíos. Ser judío de espaldas a Israel es no darse la oportunidad de asomarse a la redención; cualquiera sea la acepción de esa palabra.

No precisamos esperar al Mesías. El mesianismo significa que vayamos preparando todo para cuando ese "estado" (no criatura) llegue. El largo proceso de perfeccionar la vida en esta tierra comenzó apenas salimos de Egipto (hace justo una semana) y todavía estamos trabajando en ello. Estoy seguro que Mohsé Rabeinu estaría orgulloso de nosotros, aun cuando en su esencia cascarrabias farfullaría alguna queja acerca de algunas conductas idólatras entre nosotros. Bueno, ni siquiera él fue perfecto y pagó cara su imperfección; todos pagamos precios.

Por eso siento que esta semana, pasado Pesaj y ya en camino de recibir "la palabra" en unos cuarenta días (el Omer), debo decir más que nunca: "back to basics", "back to Zion".

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