Elecciones

Hoy martes 17 de marzo de 2015 se están celebrando elecciones parlamentarias en Israel. Si pienso en términos históricos debo asumir que muy poco cambiará después de esta elección. Hasta 1977 gobernó el Estado de Israel la vieja estructura partidaria de la izquierda socialista y proletaria a través del Partido Laborista de Ben Gurión y sus sucesores; desde 1977 gobernó la derecha bajo el breve liderazgo de Menahem Begin y sus sucesores: Shamir, Olmert, y Netanyahu. A diferencia del primer período laborista, durante estos casi cuarenta años “de derecha” hubo dos períodos diferenciados de gobiernos más corridos a la izquierda: el de Rabin-Peres entre 1992 y 1996, y el de Ehud Barak entre 1999-2001.

(Vale la pena hacer un par de aclaraciones para lectores más eruditos o periodistas profesionales y quisquillosos: no pretendo ser exacto ni académico; estoy mirando solamente los grandes bloques de tiempo sin diferenciar matices (que por cierto los hay) ni explicar razones. Son datos a efectos de una propuesta de opinión, no de información).

Mi sensación personal es que el período laborista fue de propuesta, mientras que el período que le siguió (gobiernos del cerno del partido “Herut”) fue de statu-quo. Llegados a gobernar con un Israel de fronteras mucho más amplias y viables, y alimentados por una ideología colonialista de tipo religioso (a diferencia de la colonización secular y pragmática de los siglos XIX y XX), los gobiernos “de derecha” carecieron de iniciativa excepto para colonizar. Begin respondió a la iniciativa de Sadat con grandeza y visión; Sharon entendió que no podía ser ocupando a otro pueblo y llevó a cabo la desconexión unilateral de Gaza (de no haber entrado en coma no sabemos cómo hubiera seguido el proceso ni cómo hubiera lidiado con Hamas). Olmert hizo algunos esfuerzos aislados a través de Tzipi Livni, pero no tuvo con quién hablar, o sus aliados políticos no le permitieron hacer propuestas más jugadas. Shamir y Netanyahu son líderes paradigmáticos del statu-quo: simplemente no les interesó ni les interesa modificar el estado de situación; sus razones tendrán.

El período que lideró Rabin y desembocó en su asesinato fue quizás el más “jugado” de la historia del moderno Estado. No sólo el apretón de manos con Arafat, sino la duradera paz con Jordania, son momentos icónicos de la historia de Oriente Medio. Hasta el mediocre Barak, en un esfuerzo solitario, estuvo a punto de firmar las más riesgosas concesiones que un jefe de gobierno israelí pueda firmar. Una vez más, el pueblo palestino no estuvo a la altura de las circunstancias. Tampoco sabremos nunca si lo que Barak hubiera firmado hubiera sido ratificado en la Kneset. Pero eso es pura especulación.

Por lo tanto, si bien los gobiernos caen y el tablero político se mueve; si bien hay en cada elección nuevos partidos y bloques y cada vez más fragmentación; si bien surgen nuevos líderes, a veces con fórceps porque en forma natural no aparecen, en definitiva estamos hablando de sumas de facciones pero de dos mitades más o menos parejas: llamémoslas centro-derecha y centro-izquierda. Parte del statu-quo está dado por el hecho de que estas mitades se compensan, y por lo tanto es muy difícil esperar que algo “nuevo” suceda. De hecho, nadie hace grandes promesas: Netanyahu promete defender a Israel de Irán, apelando al discurso de la Shoá, mientras que Livni promete revertir la pésima situación diplomática de Israel en el contexto internacional. Parte del tema es que no hay con quién hablar del otro lado de la mesa: el mundo árabe es un enorme iceberg del cual Hamas y la Autoridad Palestina son sólo la punta.

También Israel ha cambiado. La fragmentación política es reflejo de la fragmentación social y étnica. Hay rusos, etíopes, ultra-ortodoxos, ortodoxos nacionalistas, seculares, progresistas, fascistas; todos tienen representación política. Así, las mayorías serán siempre rehenes de alguna minoría en algún rubro: economía, vida civil, educación, cultura, infraestructura. La ecuación que surja en este acto eleccionario, a no ser que sea sorpresivo, no previsto por las encuestas, será difícil de resolver. Menudo desafío para el presidente Rivlin.

Hasta que no surja un líder “de aquellos” será muy difícil quebrar el statu-quo. Sólo ese tipo de liderazgos puede generar nuevas mayorías: un liderazgo basado en visión e ideales, pragmatismo, riesgo, cierta capacidad de ponderación, y sobre todo valores. Hoy simplemente no existe. Son todos nada más (y nada menos) que políticos jugando a hacer política. Como se dice en el juego de bochas: todos arriman, pero ninguno es capaz de bochar.

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