Moskat

"La muerte es el Mesías. Ésa es la pura verdad."


Con esta frase, o sentencia, finaliza la novela "La Familia Moskat" de Isaac Bashevis Singer. No es un libro para leer en medio de la rutina laboral; exige una cierta desconexión del mundo cotidiano para adentrarnos en un mundo pasado, quizá perdido. "A vanished world" se titulaba un libro de fotos en casa de mis padres; fotos de un tiempo y personajes que la Segunda Guerra Mundial devoró para siempre. El libro de Bashevis Singer no tiene fotos, claro, pero es una riquísima amalgama de personajes, colores, sabores y texturas que nos ubican en una Europa de la que apenas distamos una generación: la Europa de nuestros abuelos.

La experiencia de lectura fue especialmente rica para mí dada mi lejanía que tuve siempre con ese mundo. Mi abuelo paterno, nacido en Polonia y llegado a los veinte y pocos años al Uruguay, tuvo desde siempre un rechazo fuerte a su pasado pobre y jasídico. Mantuvo su cultura idish intacta pero lejos de la religión y las tradiciones. Años más tarde mis padres optaron por un camino jalutziano (pionero), con lo cual se potenció la distancia con la Polonia guética de la pre-guerra. Desde muy temprano la experiencia europea fue más bien íntima, personal, entre mis abuelos y algunas parejas de amigos oriundos de la misma ciudad.

Cuando leí "Historia de Amor y Oscuridad" de Amos Oz me encontré en buena medida con esa Europa ajena a mí, la Europa que expulsó a los judíos. Si bien los personajes de Oz son más cultos y letrados, por qué no académicos, las historias de su madre y su tía nos llevan a un mundo misterioso y mágico, bastante aterrador, de bosques umbríos y fábulas populares, judías y no judías. Ya allí aparecen polacos y rusos antisemitas y abusadores. "La Familia Moskat" aborda este mundo desde muy dentro, sin la perspectiva temporal del narrador de Oz. Siendo una ficción absoluta y tradicional, el narrador nos lleva de un personaje a otro, de un sitio a otro, y de un tiempo al siguiente. El mundo de Bashevis Singer, en oposición al que recrea Oz, no está mediatizado: es el mundo en el cual el narrador deambula con su condición omnisciente. En ese sentido, la narrativa es autónoma, no se engancha de un hecho puntual en torno al cual gira la trama. Es una semblanza de personajes y situaciones a través de quienes no sólo pasa la vida sino la historia.

Como en la novela de Oz, también aquí los cambios que se dan en el mundo están ubicados marginalmente. El Comunismo, el Sionismo, si bien crecen en cantidad de referencias y en personajes involucrados en esos proyectos, son periféricos. La familia Moskat y sus derivados son una familia burguesa de clase media alta, asentada en la Varsovia judía que desapareció de un plumazo en 1939. El mundo está visto desde Varsovia del mismo modo que es visto desde la Jerusalém en la que nace Amos Oz. Lo cual nos hace pensar que la condición guética en la cual hemos vivido los judíos se ha vuelto inherente a nuestra naturaleza.

Cuando leía algunas de las situaciones que se dan en la novela, desde temas de sustento a temas de casamiento, y pasando por temas de estudios y vocaciones, elecciones y destinos, no puedo no pensar en que parece tanto tiempo atrás y sin embargo todo resulta tan actual. Tal vez esta lectura haya contribuido en algo a mi mejor entendimiento de la sociedad en que como judío me muevo. Tal vez ello contribuya a suavizar mi a veces dura crítica a algunas de nuestras costumbres y códigos, por maquillados que éstos estén por la modernidad. Hay algo ancestral en los códigos: no son parte del mundo novelado por Bashevis Singer por nada.

Pero si un libro tan costumbrista, tragicómico y cargado de sensualidad finaliza de ese modo, nuestra obligación es repensar nuestra reciente lectura. Si todo conduce a la muerte porque la muerte es el Mesías, cabe preguntarse para qué vivieron todos esos personajes que nos acompañaron páginas y páginas. No sabemos el destino de Asa Heschel Bannet del mismo modo que no sabía el suyo Abram. Así como los místicos se encaminan bailando y citando salmos a su muerte segura, Asa Heschel lo hace a través de su recurrente inacción. La coherencia de los personajes sugiere un fatalismo y una desesperanza angustiante. Sin embargo, "el Mesías es la muerte" puede ser leído como un oxímoron: Bashevis Singer, desde su exilio en los EEUU, pudo ver que el Mesías no es la muerte. Seguramente supo mejor que nadie que la idea de morir puede tolerarse sólo si pensamos que es el Mesías.


Si algo exuda "La Familia Moskat" es vitalidad. Ni el Mesías ha llegado ni hemos muerto. Cuando nos reconocemos en nuestros abuelos, bisabuelos, y tatarabuelos podemos entender un poco mejor para qué vivimos y cuál es el sentido de estar.

· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos