Opciones

Esta semana nos encuentra una vez más frente a hechos que evocan nuestro papel de víctimas. Que una noticia sobre nuestro país, Uruguay, llegara a través de Haaretz dio mayor espectacularidad al asunto y desencadenó una serie de desmentidos y aclaraciones, y puso en evidencia algunas otras irregularidades en los controles migratorios del país. Sobre todo, volvió a poner sobre la mesa la realidad judeofóbica que ha dominado la opinión pública este año. A días de terminar su mandato, el gobierno de Mujica sigue atrapado en la maraña en la cual él mismo se metió. Una vez más, los judíos podemos decir: somos incomprendidos, nos persiguen, no ven lo que hace ISIS ni cómo mutilan niñas en el mundo árabe. Una vez más, sólo focalizamos en la persecución.

Del mismo modo que el escritor Reza Aslan salió públicamente a defender el Islam no extremista frente a las generalizaciones que plagan los medios occidentales, también nosotros podemos afirmar no sólo que el antisemitismo no es generalizado, sino que ser judío supone mucho más que saberse discriminado, perseguido, o víctima. Cierto que los terroristas son musulmanes, pero no todos los musulmanes son terroristas; cierto que buena parte del mundo padece de una fuerte judeofobia, pero no todo el mundo es antisemita. Cuando leo "La Familia Moskat" de Isaac Bashevis Singer no puedo creer que los judíos hayamos vivido como lo hicimos un siglo atrás en comparación a las libertades y la integración que gozamos hoy. Hemos recorrido un largo camino, no exento de tragedia, pero nos resistimos a reconocerlo y asumirlo.


Hay un islam extremista que se apoya en algunos puntos de su credo para justificar su violencia; hay otro islam que no. También hay un judaísmo extremista e incluso violento, aunque lejos de la virulencia y la crueldad de Isis; pero la mayoría de los judíos somos pacíficos y sólo queremos vivir nuestra vida como tales.

El asunto es, como judíos, qué discurso elegimos para nosotros mismos. Nuestra existencia como judíos puede reducirse a esperar erupciones antisemitas para reforzar nuestra identidad, o puede ser un ejercicio cotidiano de judaísmo, ya sea poniéndose "tfilim" cada mañana o yendo a la sinagoga en Iom Kipur. Sí, sólo en Iom Kipur. Podemos ser judíos porque nos atacan o podemos ser judíos porque elegimos serlo. Que nos ataquen es parte del paquete, pero no es EL paquete.
En un debate comunitario cualquiera podemos elegir hablar de nuestra relación con el entorno, la sociedad; podemos elegir estar atentos a la más mínima manifestación xenófoba; o podemos abocarnos a construir vida comunitaria. Muchos judíos eligen las primeras dos opciones: vincularnos con "los otros", mostrarnos con buenos ojos; o activar en la detección de focos peligrosos y amenazantes. Mucho más difícil resulta reclutar gente para dotar nuestra vida judía de sentido y significación; actualizarla, en términos informáticos; "refrescar" la pantalla.

Ser judío supone una porción del mundo que no ama a los judíos; algunos hasta los odian. Pero ser judío nunca dependió de cuánto nos persiguen sino de cuánto creamos, producimos, transformamos. Cuando llevamos un tema trágico como la Shoá a niveles de una religión en sí misma, como sugiere Benny Ziffer en Haaretz el 8 de febrero pasado, estamos perdiendo el panorama total de lo que supone ser judío. Si por el contrario, como en la "Marcha por la Vida", de Auschwitz viajamos a Israel; o en Yad Vashem salimos del túnel oscuro y trágico a la luz jerosolimitana; o cuando a Iom Hazicarón (Día de Recordación) sigue Iom Haatzmaut (Día de la Independencia), entonces sí estamos captando el "idishekeit" en toda su dimensión. No sólo el lado trágico y perseguido, tampoco la versión perseguidora, sino la versión creativa y contributiva, nuestro verdadero rol en el mundo.

 

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