Elecciones II

Han quedado atrás las elecciones nacionales en Uruguay. Se ha fijado fecha para nuevas elecciones nacionales en Israel.

Parafraseando a Antonio Machado cabe preguntarse, en ambos casos, si hay un país que muere y otro que bosteza. O acaso el poema de Machado no es más que una utopía y todo gira en círculos y vuelve sobre sí mismo. Salvando las diferencias de tiempo.

Uruguay parece haber confirmado su vocación estatista versionada para el siglo XXI. Como en los años cincuenta, cuando el fútbol alcanzó la cima a nivel internacional y la prosperidad económica era una bendición, en los dos lustros que se cumplen el año próximo Uruguay ha conocido la mayor bonanza económica de su historia, mientras que el fútbol llegó casi a la cima, claro que en un medio mucho más competitivo que en 1950. En ambos casos, Uruguay votó por un Estado que se ocupe de los asuntos.

srael vuelve a ser víctima de su sistema democrático parlamentario. Una vez más "el mago" Netanyahu saca de la galera recursos legales para intentar aumentar (aún más) su poder. En 1977 Israel votó por primera vez al Likud (derecha liberal) en detrimento del socialismo que construyó el Estado hasta entonces; salvo la excepción del malogrado gobierno de Rabin (luego Peres), Israel desde entonces está empecinado en votar no sólo seguridad, sino desconfianza; no sólo firmeza, sino nacionalismo mal entendido. Es muy difícil suponer que alguien consiga aunar mayorías viables como para dar un giro a la situación, tanto interna como externa.

Sería como imaginar que el ganador en Uruguay hubiera sido Luis A. Lacalle Pou. Cómo gobernaría un Poder Ejecutivo en minoría y con gremios en contra? Del mismo modo, cómo podría Lapid tener la espalda necesaria para dar algún paso en otra dirección que no sea el aislacionismo y el fanatismo? Los presidentes en Uruguay no caen, pero su capacidad de concreción puede verse muy disminuida. Los primeros ministros en Israel duran lo que su habilidad les permite.

En ambos casos, si algo en común podemos encontrar, se trata de poder comprender la lectura que nosotros mismos estamos protagonizando. Vale decir: reconocer el producto de nuestros desvelos (la expresión artiguista me fascina): las sociedades o colectivos de los que somos parte. Nos guste o no.

Sobre todo, en ambos casos debemos aceptar, como liberales que nos sentimos en un campo u otro, que la razón está en manos de las mayorías. Lo que ellas decidan está bien, aunque uno como individuo piense distinto. Ningún individuo sabe más que la suma de sus compatriotas.

En 1977 nos tocó ser parte del hito que significó la visita de Anwar Sadat a Ierushalaim. En 1983 nos tocó ser parte del "río de libertad" en Montevideo. En aquel momento éramos, claramente, parte de las mayorías. Sabíamos con certeza que tenían razón. Por qué hoy habríamos de dudar?

Si uno puede reconocer cambios en uno mismo también debe reconocerlos en los colectivos de los cuales forma parte. Sea Uruguay, Israel, o el pueblo judío en general. El problema es que los individuos cambiamos a un ritmo distinto que las sociedades. A veces nos toca cruzarnos; otras nos toca vernos desde veredas paralelas. Aun así, transitamos una misma calle. Flechada en una sola dirección.

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