"Palabras de nuestro director previas a Izkor en la NCI de Montevideo"

Cuando llegan estas fechas me gusta volver a leer lo que compartíamos once, diez, tantos años atrás. Todas las palabras compartidas por todos nosotros, entre todos nosotros, cuentan una historia: la de individuos sumados uno a uno en comunidad. En esos momentos se hace más consciente que nunca el privilegio y el honor de que nuestra comunidad quiera escucharnos; del mismo modo, releyendo los viejos discursos nos damos cuenta cabal del esfuerzo que todos empeñamos en construir un día, un año más de vida judía significativa. Como cada año, este es el momento de agradecer por este honor.  La relectura también nos permite vernos a nosotros mismos en la perspectiva de los años. Muchas veces me leo y no puedo creer tanta formalidad, tanta pasión, tanto empeño en algunos temas.

Si algo uno aprende es que la vida no es acerca de dar batallas sino de encontrar significados.

Por suerte, como nos dice Kohelet, hay un tiempo para cada cosa: un tiempo de hormonas combativas, y un tiempo de hormonas sábelo-todas. Aun dentro de cierta modestia, uno se reconoce más sabio. Quién puede negar que sabe hoy más que hace diez años. Que ha madurado un poco. Que sus prioridades han cambiado.

En los últimos dos meses nuestro ishuv estuvo inundado por la idea de contar cuentos. La profesora Rajel Elior de la Universidad Hebrea de Jerusalém nos visitó para explicarnos cómo nuestra tradición gusta de hacerlo. Unos días antes, en este mismo espacio, nos congregamos varios centenares de judíos (de todas las sinagogas y denominaciones de Montevideo) a escuchar cómo podíamos contar nuestra propia historia y nuestro derecho a ser y existir con otro lenguaje, diferente al que estábamos usando y del cual estábamos abusando en las redes sociales.

En lo personal, en estos últimos meses leí dos libros de autores israelíes que me han resultado especialmente relevantes: por un lado, "Judíos y palabras" de Amos y Fania Oz, y por otro lado "Mi Tierra Prometida" del periodista Ari Shavit. Amos Oz y su hija proponen una genealogía de palabras por sobre una genealogía genética; Shavit propone una lectura personal, documentada, de la historia del Estado de Israel, con sus triunfos y tragedias. Si la familia Oz re-afirma el concepto del judaísmo como narrativa, Shavit nos contrapone narrativas alternativas. El asunto es cómo elegimos contarnos el cuento. Recuerdo que en medio del conflicto, en su punto más cruento, tuve que dejar de lado el libro de Shavit: no podía seguir leyendo la historia, que me contaran el cuento, desde un punto de vista donde yo, no existo. Tampoco quiero creer que toda mi narrativa es absoluta, literal, y absolutamente cierta. Como proponen los Oz y cómo se desprende de la lectura de Shavit, los judíos somos buenos lectores. Leemos y construimos significados.


Desde las lecturas que nuestros sabios eligieron para este día de Iom Kipur, vale decir, la expiación e Isaías por la mañana, las prohibiciones y Ioná por la tarde, quiero invitarlos a recorrer nuestra narrativa desde el tiempo fundacional del Pentateuco hasta nuestros profetas más avanzados. De los ritos expiatorios y las prohibiciones morales que encontramos en Levítico hasta el rezongo de Isaías y la evasividad de Ioná. Qué desafío. Tal vez por eso sea la lectura de Iom Kipur: porque este día supone confrontar, profundizar, hacernos cargo.


Sé que no nos gusta leer acerca de los sacrificios, la sangre, los inciensos, la pureza obsesiva, los baños rituales, la ropa de lino. No nos gusta sentirnos tan especiales, tan apartados del resto de los pueblos. Tampoco nos gusta leer acerca de prohibiciones como el incesto o la homosexualidad: la primera sigue siendo una prohibición universalmente aceptada, la segunda ha sido legitimada. En suma, son textos incómodos. Sin embargo, quiero rescatar dos valores que me parecen significativos.
Por un lado, el pueblo expía sus pecados a través del único animal que no sacrifica, sino que manda al desierto, a una suerte de tiempo o espacio llamado Azazel; no se especifica. Si bien hay, literalmente, un chivo expiatorio, asumimos que nuestros errores los enfrentamos nosotros, colectivamente, en medio del mayor despojo y austeridad que supone un desierto; el mismo que recorrimos cuando salimos de Egipto.

Por otro lado, cuando nos enumeran las prohibiciones nos dicen: "No andeís en sus costumbres" (Levítico 18:3), las de los otros pueblos. No somos "elegidos" en mérito de un mandato divino sino de una exigencia moral. Ello nos hace no tanto mejores sino distintos. Nuestro cuento fundacional es un manual de conductas y estándares, de relaciones y vínculos. Aun en los tiempos de los grandes reyes, David y Salomón, la observancia y el estándar moral prevalece por sobre los logros políticos y militares.
Si salimos del realismo mágico del Pentateuco y nos asomamos a las Aftarot elegidas ya estamos hablando un lenguaje mucho más nuestro y actual: simbólico, fantasioso, moral, pero sobre todo profundamente humano. Isaías nos rezonga y recrimina nuestro ayuno, nuestra hipocresía, nuestra falta de compromiso y autenticidad. (Isaías es el profeta ideal para aquellas viejas prédicas tan recriminatorias de antaño, por suerte en desuso). Ioná, por su parte, representa nuestra permanente tendencia a eludir la confrontación con nuestras obligaciones, nuestro propósito en la vida. En un giro edípico, Ioná elige refugiarse en la profundidad del mar antes que enfrentar el rol que tiene asignado. Da la impresión que Isaías disfruta su prédica admonitoria, mientras Ioná la elude hasta el final.

En este Iom Kipur, a minutos de las palabras de Izkor, a menos de dos meses de los eventos que nos conmovieron a todos al punto que para muchos redefinió su compromiso y su manera de ser judíos, quisiera que podamos incluir en nuestra historia personal y judía desde el chivo expiatorio en su derrotero en el desierto hasta el camino recorrido por Shavit para escribir su propia historia, pasando por las demandas de Isaías, la reticencia de Ioná, y las lecturas de la familia Oz. De modo que no nos construyamos como judíos desde el antisemitismo y la persecución, desde narrativas difamatorias, parciales, y políticas.

Con todo respeto: no volvamos al modelo de la Shoá y la persecución. En especial en Iom Kipur, seamos capaces de reconocernos omisiones y errores, excesos y desatinos.
Mientras tengamos la capacidad de reparar, mientras sigamos generando palabras e historias, cuentos y anécdotas, parábolas y poesía, seguiremos aspirando a valores más elevados. Ese es nuestro rol. Eso es lo que somos.


Gmar Jatimá Tová !

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