Shana Tová

"Nos ha sido enseñado, Rabi Iehudá dijo, aquel que no haya visto la doble columnata de Alejandría en Egipto no ha visto jamás la gloria de Israel. Se ha dicho que era como una gran basílica, uno columnata dentro de la otra, y que a veces contenía el doble de gente que la que salió de Egipto. Contenía setenta y un púlpitos de oro correspondientes a los setenta y un miembros del Gran Sanedrín, conteniendo ninguno de ellos menos que veintiún talentos de oro, y una plataforma en el medio sobre la cual se paraba el oficiante de la Sinagoga con una chalina en sus manos. Cuando era momento de contestar Amén agitaba la chalina y toda la congregación respondía como corresponde. Ellos, los congregantes, no ocupaban sus asientos en forma promiscua sino que los orfebres se sentaban aparte, los plateros aparte, los herreros aparte, y los trabajadores de otros metales aparte, y los tejedores aparte, de modo que cuando un hombre pobre entraba al lugar reconociera a los miembros de su oficio y yendo a ese sector obtuviera un sustento para sí y para los miembros de su familia." Sukkot 51b

 Este pasaje del Talmud me resulta fascinante. La idea de magnificencia, lujo, y multitudes es un poco ajena al judaísmo que nuestra generación ha conocido, donde la mayoría de las sinagogas son espacios más bien reducidos, íntimos, hasta próximos. Cuando construimos nuevas sinagogas, procuramos por distintos recursos generar proximidad, cercanía, congregación. Sin embargo, allá por el siglo III E.C. los judíos todavía se daban el lujo de recrear, de alguna manera, la magnificencia del Templo de Jerusalém. Sin los sacrificios, claro ésta; la diferencia no es menor. El pasaje citado connota un orgullo y una sinergia que son importantes siempre, pero lo apreciamos en especial cuando hablamos de pequeñas o medianas sinagogas. Resulta mucho más difícil lograr el mismo efecto cuando confrontamos espacios más grandes. En nuestros días la magnificencia no se mide en columnas y oro; se mide en luz, despojamiento, y espiritualidad. Salvando la diferencia de lenguaje y recursos estéticos, el desafío sigue siendo el mismo: que cada uno tenga "su" lugar y que la labor del oficiante llegue a todos y cada uno. En aquella época el oficiante usaba un pañuelo o chalina; hoy, por qué no, en algunas sinagogas usamos un amplificador. En aquella época los asistentes se sentaban según su oficio; hoy nos sentamos según otras afinidades porque si bien ya no buscamos sustento material, seguramente estemos buscando otro tipo de sostén.


En lo personal, me resulta especialmente gratificante el reencuentro que se produce en estas fechas. Reconozco en los rostros y actitud (ropas, perfumes, peluquería) de mis congregantes comunitarios la misma alegría que me invade cuando nos volvemos a ver para cumplir los mismos rituales. Estrechar manos, dar besos, mirarse a los ojos y saludarse después de un año es un disfrute natural e intuitivo que poco tiene que ver con lo religioso; más bien, tiene que ver con ese parentesco que define al judaísmo más allá de toda norma y discusión. Quienes nos congregamos en estos días en torno al Shofar venimos a, literal y esencialmente, escuchar el cuento. Sefer: la Torá y la liturgia; Sefar: los sonidos del Shofar; Sipur: la historia que nos cautiva. Igual que aquellos judíos de Alejandría hace dieciocho siglos, púlpitos y chalinas mediante. Los cambios son cosméticos, la esencia perdura.


En los últimos dos meses los judíos de Montevideo supimos de grandes concentraciones producto de grandes convocatorias: desde la plaza pública, pasando por casas particulares, hasta encuentros en sinagogas que honraron la verdadera dimensión de "casa de reunión o asamblea". Como nunca en muchos años la comunidad judía del Uruguay se unió, se escuchó, se contó las historias desde diferentes perspectivas, y emergió de ese tiempo tumultuoso y angustiante más sabia y más madura. Toda esa "movida" se debe a las consecuencias del conflicto en Gaza entre Israel y Hamas, vale decir, el antisemitismo popular y oficial que encontró una excusa para emerger de la oscuridad y el silencio cómplices. Lo cual no hace de ella una "movida" menos válida.


Estamos en víspera de un tiempo de reflexión y auto-crítica, de perdón y enmienda, de compromiso y renovación de pactos. No podemos manejar desde nuestro seno como pueblo en general ni como comunidad en particular las coyunturas históricas y políticas. Podemos sí intentar manejarlas de una forma diferente: que el sentido de congregación que nos invadió en tiempos de persecución nos invada también en tiempos de paz. Tal como será en los próximos diez días, donde nuestro judaísmo se torna casi excluyente, nos inunda y nos conmueve, determina nuestras rutinas y nuestro calendario. Tal vez el año que comienza sea una buena oportunidad para seguir estando juntos, decir Amén al unísono, y encontrar en nuestros semejantes fuentes de sostén.


Shaná Tová Umetuká !

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