Ficción

La idea de que a los judíos nos gusta contar historias no es nueva. De hecho, no somos distintos al resto de la humanidad que también ama los buenos cuentos. Basta con citar los poemas homéricos junto con La Biblia para saber que el afán narrador no nos es exclusivo; ni que decir que otras culturas tienen su literatura fundacional, producto de tradiciones orales tan fuertes como la occidental. La condición humana es una sola; el resto, parafraseando a Hilel, "es comentario". Como judíos, precisamente de eso trata nuestro particular afán de narrar: no sólo documentar, no sólo explicar, no sólo interpretar, sino sumar entramado en la maravillosa imagen del telar que citamos la semana pasada.

 Imagen que nos permite pensar nuestra tradición y cultura no como suma cuyos sumandos van generando nuevos resultados para desaparecer en el proceso, sino como complejas ecuaciones donde cada variable cuenta.

Esta semana acompañamos al Rabino Bentzion Spitz, de la Comunidad Israelita del Uruguay (Kehilá), en el lanzamiento de sus novelas bíblicas. Además de explicar el proceso por el cual acometió este desafío hace ya muchos años, el Rab Spitz dedicó buena parte de su presentación a justificar el uso de la ficción en función de los textos sagrados, ya sea La Biblia en sí misma como toda la literatura rabínica posterior. Hizo especial hincapié en la mayor o menor adhesión al texto original, a "la verdad". Todos sus textos están basados y justificados en fuentes bíblicas específicas. En última instancia, la idea propuesta es que, a través de los textos de ficción, el lector busque los originales y aumente su cultura bíblica en general y judía en particular.

Fue muy interesante y creativo comparar el texto bíblico con las interpretaciones cinematográficas hollywoodenses tales como la reciente "Noah"(2014) o la clásica "The Ten Commandments"(1956) o con pinturas de Gustav Doré o Rembrandt. Debo admitir que de niño miraba infatigablemente las ilustraciones de Doré en un libro que luego heredé de mis abuelos; podía así figurar las historias que aprendía en clase de Tanaj en la escuela. Seguramente sin esas imágenes jamás hubiera tenido noción de un arca (de Noé) ni de la dimensión del suicidio de Sansón sobre los filisteos.


Por eso celebro el esfuerzo del Rab Spitz, así como muchos de sus otros esfuerzos a nivel comunitario. Desde una profunda convicción de su fe y sus ideas, pero al mismo tiempo con una noción muy clara de la responsabilidad y oportunidades que su cargo le otorga (representante del Rabinato de Israel en Uruguay), no duda en recorrer caminos diferentes ni dejar planteados temas polémicos en el marco de sus clases o charlas.

No creo que la ficción basada en La Biblia deba medirse en únicamente en función de su proximidad a una verdad, un texto. Ese mismo texto original ha sido producto de tanta interpretación que resulta difícil poner un límite a la capacidad interpretativa del ser humano. Otra cosa es la verosimilitud que el nuevo texto propone; eso ya no depende del texto "original" sino de la construcción ficcional en sí misma.

Claro ejemplo en "Noah": hay escenas muy verosímiles, como la del comienzo del diluvio (citada por el Rab Spitz), mientras que los "ángeles-transformers" que aparecieron antes resultan absolutamente disparatados. Estamos dispuestos a "creer" en la misión de Noé y en el diluvio universal, pero no en seres extraterrestres. Del mismo modo, cuando contemplamos la hermosa escultura de Miguel Ángel, "El David", estamos más que dispuestos a aceptarlo como tal en el momento previo a su enfrentamiento con Goliat sin tomar en cuenta que el personaje de Miguel Ángel no está circuncidado o que sus proporciones no se ajustan exactamente a las clásicas.

En suma, cualquier ficción, sea escrita, cinematográfica, teatral, pictórica o escultórica, es eso: UNA interpretación más en una larga cadena.


A una semana de Rosh Hashaná quiero hacer votos por más y más creativas interpretaciones, más y mejores lecturas de nuestras fuentes, más y más comprometidos judíos reunidos en casas de familia, plazas públicas, auditorios, o sinagogas (batei-kneset, casas de reunión). La tradición interpretativa no se detiene, es nuestro patrimonio, y no hay porque renunciar a él frente a voces que desde el miedo sólo buscan igualar y homogeneizar. Volviendo a lo básico: "el resto es comentario; ve y estudia" (Masejet Shabat 30b-31ª).

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