David y Goliat

Cuando escribimos el anterior editorial hablábamos de más de veinte muertos en Israel y centenares en Gaza; una semana después son más de cuarenta y más de mil, respectivamente. La mera mención de las cifras pauta la dimensión del conflicto. Como dijéramos hace una semana también, se trata sólo de la punta del iceberg. Aunque se destruyan los túneles y los arsenales, los problemas de fondo siguen intactos. Acaso, como explica Dov Avital, el gran arma de Hamas sean los recursos mediáticos y su fortalecimiento político en el concierto del mundo árabe.

 Las cifras de muertos también apuntan en otra dirección, la tan comentada desproporción entre las bajas de un lado y del otro.

Está claro que ello obedece a la capacidad bélica y tecnológica de cada bando: Israel es notoriamente más fuerte y está mejor armado que Hamas. Israel ha invertido recursos e ingenio en desarrollar la "Cúpula de Hierro" después del trauma de la Guerra del Golfo en 1991.

Sin embargo, Hamas consigue mantener en jaque a las poblaciones civiles del sur y centro de Israel, al punto de obligar al cierre parcial de su aeropuerto. En definitiva, sabemos que tarde o temprano Israel prevalecerá pero no sabemos aún el costo militar o político final.

La "desproporción" obedece también a la sobre-simplificación del conflicto. Si se reduce a "malos" sometiendo a "buenos", a "ocupantes" vs. "ocupados", "estado" vs. "refugiados", la desproporción no resiste la menor refutación; es tal cual. Cuando Israel, en 1967, en un acto de defensa preventiva, conquista y luego ocupa el Sinaí (incluyendo Gaza), Cisjordania, y el Golán, la Historia da un giro en el aire: de ser un pueblo y Estado perseguido nos convertimos en un pueblo y Estado perseguidor. Falta poco para que se cumplan cincuenta años de aquel Junio de 1967, y el problema sólo se ha complejizado. Sólo el Sinaí sirvió como moneda de cambio para una fría paz con Egipto, pero paz al fin; el Golán sigue siendo una muralla natural entre Siria e Israel (nunca más útil que hoy día); pero Cisjordania y Gaza se convirtieron en una suerte de Sida que debe medicarse permanentemente, que nos debilita y limita.

Esa misma desproporción "real" se invierte cuando entramos en el terreno de lo moral, lo ético, los códigos. Porque en ese terreno las exigencias que la opinión pública pone a uno y otro bando son absolutamente distintas. Israel, por su propia naturaleza y tradición (judía) debe cargar consigo la dimensión humana de la guerra, la que no carga ninguno de los países o grupos islámicos. Dicho de otra forma, la vara con que se mide a Israel es única, no aplica a sus vecinos. Fundado sobre una larguísima tradición de códigos y normas, respeto a la vida y a las minorías, y una larga tradición de discusión y construcción de consensos, Israel como Estado carga consigo todo este bagaje que por un lado lo enaltece pero por otro lo condiciona. Esta es la otra desproporción: la moral, en contraste con la militar.

Con este conflicto en Medio Oriente se pone de manifiesto, nuevamente, el viejo fenómeno: el antisemitismo. La sorpresa de muchos, puesta de manifiesto en las redes sociales, parece algo ingenua. Como dijera Sergio Gorzy, Presidente del Comité Central Israelita del Uruguay, ¿qué duda cabe?; son más de dos mil años de judeofobia de todo tipo; ¿por qué el mundo habría cambiado tanto? Se precisa muy poco para encender la vieja mecha, la pólvora parece estar siempre seca. Tal vez las nuevas generaciones, que sólo se han enterado de la Shoá por medio de historias remotas y algún conmovedor acto anual, no tenían plena consciencia de este fenómeno latente. Después de todo, nuestra generación vio no sólo el nacimiento del Estado de Israel, su crecimiento explosivo, y por otro lado como la población judía del mundo se distribuyó en regímenes amigables, incluyendo el propio Israel y los EEUU. El antisemitismo es siempre una sombra, pero difícilmente ésta nos alcance; y si lo hace, siempre hay refugio, y sobre todo, capacidad de defensa.

Las desproporciones de las que hablamos alimentan aún más el viejo prejuicio. De pronto, estamos todos inmersos en otra batalla: la de la "hasbará" o esclarecimiento; la de combatir la desinformación; o la de simplemente contar nuestra propia narrativa, como opción a la narrativa palestina. En lo personal, me permito sugerir una percepción sumamente escéptica al respecto de esta batalla. Aun si conseguimos hacer llegar un mensaje a fuerza de argumentos históricos, políticos y diplomáticos, la racionalidad siempre pierde frente a la pasión que despiertan las imágenes de niños llorando y muertos a granel; bastó con un crucificado para desatar un odio irracional que aun permea la cultura occidental.

Lo que no debemos olvidar como judíos es que la verdadera batalla, la que cuesta las vidas de los hijos, es la que está desatada en Gaza. También hay una desproporción entre la batalla de los judíos israelíes y la nuestra, los judíos que no vivimos en Israel. La verdadera batalla, la de vida o muerte, se libra allí, y sólo allí. Lanzar proclamas y difundir videos que las cadenas de noticias no difunden tiene un efecto parecido al de los cohetes lanzados por Hamas: hacen ruido, advierten, tal vez impresionen, pero en definitiva hay un "cúpula de hierro" que los neutraliza. La "cúpula de hierro" que nos opone la opinión pública está laboriosamente construida sobre años de odio y prejuicio.

Es muy difícil determinar quién es David y quién es Goliat. Unos y otros son el uno y el otro. David fue guerrillero y "terrorista" y también fue estadista y conquistador; en algún momento supo mantener un equilibrio con su entorno y creó el primer estado judío independiente de la historia. Sin embargo, David pagó sus errores de orden ético y moral, aun en toda su gloria y esplendor. El judaísmo no perdona momentos de locura. Está en nosotros, el pueblo judío, el Estado de Israel, y en especial su gobierno de turno, balancearse entre la necesaria superioridad militar y la astucia de quien se sabe, en definitiva, más pequeño. Sobre todo, el gran desafío sigue siendo encontrar una salida al berenjenal moral en que Israel se metió cuando aceptó la ocupación como un posible estilo de vida.


Así como los estándares parecen ser más altos y exigentes para Israel, también carga con la responsabilidad histórica de encontrar una solución que no pase por el uso de la fuerza en forma activa y permanente. No pareciera que en el mundo árabe surja una voz sensata que esté en condiciones de hacer propuestas que permitan cicatrizar las heridas con un largo, tal vez permanente tiempo de paz.

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