Amalec

A quince días de iniciada la operación "Márgen Protector" por parte de Israel contra los ataques de Hamas desde Gaza los acontecimientos han tomado la dirección que nadie quería. Al día de ya son más de veinte israelíes muertos, además de los centenares (sí, centenares) de palestinos terroristas y civiles en el otro bando. Aun como un simple observador de la realidad en Medio Oriente tenía toda la sensación de que la operación acabaría en unos días, dando nuevamente un golpe a la infraestructura de Hamas y comprando Israel un nuevo período de relativa calma para el sur.  Lamentablemente no ha sido así. Hamas se ha mostrado sino eficaz ("Cúpula de Hierro" mediante), sumamente tenaz; su capacidad de tiro y alcance se supera operación a operación, su armamento e infraestructura se agrandan y perfeccionan.

Con la entrada por tierra a Gaza la vulnerabilidad israelí aumenta exponencialmente. Es que parece que no es suficiente con una operación de tipo quirúrgico, puntual, y acotada; esto sólo descabeza la punta del iceberg. Lo más grande está, literalmente, bajo tierra.

Cuando los Hijos de Israel pelearon contra Amalec (Éxodo 8:12) Aarón y Jur sostenían los brazos de Moshé, que se había ubicado en la montaña contemplando la batalla, para que no se cansara de modo que Israel prevaleciera. Hoy en día Israel es mucho más independiente y capaz y precisa menos de apoyos externos para prevalecer; mucho menos si esos "apoyos" se asocian a lo divino o superior. Israel prevalece fruto de su propio esfuerzo y sabiduría, de su determinación y su sentido de propósito: está allí para quedarse le guste o no los "amalec" de turno. Sin embargo, la idea de que Moshé se cansa y alguien debe sostenerlo es una imagen sumamente sugerente. Por un lado, todos somos pasibles de cansancio, agotamiento, todos somos falibles y necesitamos ayuda. Como los Hijos de Israel recién liberados de la esclavitud, quienes luchan en el frente de batalla son literalmente hijos de Israel sacados de sus rutinas y vida cotidiana, de sus estrecheces y logros, de sus dificultades y sueños, para enfrentar al enemigo de turno; no está de más contar con cierta inspiración intangible, cierta vaga noción de lo divino.


Como judío en la diáspora me gusta pensarme como uno de los que sostiene los brazos de Moshé cuando los hijos de Israel salen a la batalla. Soy anónimo porque, como yo, cualquier judío en cualquier lugar del mundo puede pensarse igual. No se trata solamente de ser donantes; no se trata de hacer "hasbará" (esclarecimiento) en las redes sociales; no se trata de demonizar al enemigo. Más bien, quiero pensarme en silencio y recogimiento, con profundo respeto por la tragedia que presencio día a día desde ésta altura que son los medios de comunicación. Después de todo, estoy bajo esos brazos protectores: yo los sostengo, y ellos me protegen.


En este tipo de situaciones bélicas la relación Israel-Diáspora judía aparece bajo una nueva luz. La situación de los judíos en todo el mundo ha cambiado para bien en los últimos cincuenta años por le mera existencia del Estado de Israel y su capacidad de, por un lado, absorber inmigrantes, y por otro, prevalecer. Somos todos judíos, somos todos Hijos de Israel, pero los hijos que mueren en las guerras y atentados son hijos de quienes han elegido vivir allí. El esfuerzo en término de vidas humanas como expresión máxima, sin mencionar los esfuerzos económicos y de calidad de vida, los hacen los israelíes. Los demás somos meros espectadores, comentaristas de la realidad, una realidad que no vivimos diariamente.


Podemos decir que "somos el guardían de mi hermano", parafraseando Génesis 4:9; podemos sentirnos como Aarón y Jur sosteniendo los brazos de Moshé durante la batalla. No tengo duda que como judíos tenemos un rol a jugar, no estamos sosteniendo los brazos como meros espectadores. Siento que es más bien un tiempo de silencio y recogimiento hasta que la batalla finalice. No es tiempo de gritar eslóganes y repetir lugares comunes cuando a fuerza de la Historia hemos aprendido que los temas son mucho más complejos de lo que nos contaron en la escuela. Es tiempo de callar y sostener, callar y alentar, en forma personal y directa, a nuestros seres queridos que están en medio del fuego cruzado. Por más que gritemos consignas nuestros enemigos serán siendo nuestros enemigos.


Sobre todo, quisiera que esté bien claro qué judíos sostenemos los brazos de Moshé y qué judíos se paran en la otra montaña a mirar no sólo la batalla sino a criticar y juzgar nuestro derecho a defendernos y a sentirnos parte. También ellos vociferan y argumentan. La guerra obliga a ver la realidad en una forma simple, negro sobre blanco: uno es uno, y el otro es el enemigo. El concepto del "otro" en un sentido filosófico, ideológico, bíblico, es para tiempos de paz. De hecho, la paz se hace sólo con el enemigo. Estoy convencido que el Judaísmo y el Estado de Israel cuentan con recursos muy eficaces a la hora de hacer su autocrítica; no faltará oportunidad. Mientras tanto el asunto es cruelmente sencillo: ellos o nosotros. No tengo duda que se trata de nosotros.


El que hace la paz en las alturas haga la paz sobre nosotros y todo Israel. Y todo el mundo.
Amén.

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