Jeremías

Una de las ventajas que traen los años es que, cuando uno comienza un libro, puede intuir que éste influirá en su vida de modo tal que una lectura no será suficiente. Tuve una aproximación a esta noción cuando leí la primera vez, en julio de 2009, "Historia de Amor y Oscuridad" de Amos Oz. Cuando acometí (finalmente, porque había sido publicada en 2002) la novela me cautivó su prosa, su fino humor, su ingenuo pero perspicaz narrador; sólo una vez que terminé la lectura me di cuenta la magnitud de la obra y cuanto de mi vida como judío y sionista estaba plasmado en la obra. Hoy, julio de 2014, cuando emprendo el viaje de "My Promised Land" de Ari Shavit, la sensación es mucho más cierta y reconocible. Apenas avancé un par de párrafos supe que su prosa me cautivaría y su temática reverberaría en mí por mucho tiempo. Sólo he llegado a la mitad, y ya he sucumbido al discurso ordenado, fundamentado, documentado, explícito y opinado de Shavit.

 Ambos libros, el primero una novela, el segundo un ensayo histórico, son las dos caras de una misma moneda. Lo que Amos Oz relata desde su narrador niño y desde ciertos rincones acotados y personales de Israel (de Jerusalém a Arad), Shavit cuenta como un narrador no omnisciente pero por cierto documentado mirando la historia en perspectiva y la tierra a vuelo de pájaro. Ambos, sin embargo, comparten una virtud: la extrema sensibilidad. Ambos son dignos discípulos de Hilel en el sentido de que se ubican, por sobre todo, en el lugar del otro. Sea judío o árabe. Ambos tienen una noción profética de su obra o de su rol como escritores, en el sentido de que ilustran y exponen las carencias, errores, e infortunios de su pueblo. Por algo Shavit, cuando describe el éxodo árabe desde Lydda, se pregunta si "hay un Jeremías entre ellos para lamentar su calamidad y desgracia".

Cuando leo estos libros, y me consta que hay muchos otros en este tenor, yo sé que hay Jeremías entre nosotros. Asumo que también lo habrá entre nuestros enemigos vecinos, pero no lo sé con certeza. Quiero creer que la condición humana es general e inclusiva. Así como hay fanatismo, extremismo, y asesinos de un lado y del otro del conflicto, también habrán voces proféticas, consoladoras, y valientes. El problema es que en tiempos de guerra prevalecen otras voces: la de los nacionalismos extremos, la del fanatismo, la venganza, y las "soluciones finales" (la elección de la frase es adrede). Yo sé que entre los míos podemos escuchar otras voces, aunque el ruido de explosiones y sirenas hoy lo haga más difícil; lo que no sé es si esas voces pueden escucharse del otro lado, donde también hay explosiones y sirenas.

Cuando entramos en estas escaladas de violencia, verdaderos espirales de desconfianza, extremismo, y muerte, somos todos como perros rabiosos lanzados en un ataque; es difícil discernir, escuchar, obedecer otro mandato que no sea el instinto. Siento, pienso, que no hay más alternativa que esperar a que el músculo ceda y alguien, en algún bando, pueda pensar, siquiera por un momento. Lleva un tiempo, un tiempo terrible y eterno. Hoy Israel y la Franja de Gaza están en medio de esa vorágine cíclica y fatal. No hay lugar para voces proféticas y de consuelo. Eso vendrá más tarde.

Cuando leo a Oz y a Shavit no puedo eludir la dimensión histórica del conflicto que me muestran en toda su desnuda verdad. A la luz de los acontecimientos de actualidad, la lectura de "My Promised Land" se transforma en el anticipo de la pesadilla que estamos viviendo. Pero al mismo tiempo ambos autores consiguen capturar la dimensión profundamente humana de los conflictos. No el efectismo barato y banal de las cadenas televisivas, no el facilismo ideologizado, no los manidos discursos persecutorios de un bando y de otro, sino la despojada condición del hombre en lucha con su semejante por tierra, recursos, poder, o mandatos mal llamados "divinos".


La realidad no está en manos de escritores, así como la ficción y la investigación no están en manos de los políticos y los militares. En el mundo real y posible serán estos últimos quienes encontrarán, algún día, soluciones posibles e imperfectas a conflictos profundos y estructurales. Ya se ha hecho. Mientras tanto la buena y honesta lectura nos permite no sólo la profecía sino el consuelo; no sólo el fatalismo, sino la esperanza.

 

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