Asesinados

La sombra tan temida se ha extendido sobre la tierra. Los cadáveres de los adolescentes israelíes han sido encontrados e identificados; la peor pesadilla se ha vuelto realidad. Las familias de los asesinados y todo Israel, Estado y pueblo judío, han despertado en medio de la noche más negra. No importa de qué costado del camino miremos el mundo, la muerte es un hecho incontrastable y final. Como decía aquella inolvidable "Canción por la paz" (Shir la-Shalom), "nadie nos traerá de vuelta"; a diferencia de aquella canción, hoy sí "susurramos plegarias": primero fue para que vuelvan, hoy para que sus almas se entrelacen con el flujo de la vida.

 Los muros vuelven a poblarse de grafitis. La indignación no tiene límite y no se contiene. Perdido por perdido, gritamos y reclamamos justicia. Sólo que no estamos en condiciones de hacerlo porque no somos jueces para impartirla, sino que somos parte; hoy somos víctimas. A veces las víctimas nos convertimos en victimarios, amparados por ese mismo sentido de justicia; la misma que reclama el enemigo próximo. Todos nos convertimos en lobos con piel de oveja. Todos engañamos el mandato, todos hacemos trampa para avanzar en nuestra causa. Sólo los muertos y sus familias ya no tienen qué ganar ni qué perder. Una muerte venga otra muerte pero siempre suma dos muertos, jamás sumará cero.

Las sagas islandesas son obras de ficción medioevales donde se suceden las muertes unas a otras. La larga cadena de venganzas que parecen interminables procuran tender a un fin de misericordia y perdón, de cierre, en términos judeo-cristianos. También existen sagas todavía hoy en Medio Oriente; no faltan ejemplos. El asesinato de los tres estudiantes de Ieshivá muy probablemente desemboque en una escalada violenta. La guerra civil en Siria; la guerra en Iraq. Nadie parece escapar al círculo fatal. Aun los más pacifistas entre nosotros.

Es, definitivamente, una "tierra que traga a sus habitantes" (Números 13:32), por decenas, por centenas, por miles. Una tierra, como dice el periodista Yaron London en su canción "Mirdaf" (Persecusión), "por cuyos ríos corre sangre, sus montañas son de bronce, pero sus nervios de acero". Una tierra, al decir de otro periodista, Ari Shavit, "de triunfo y tragedia" ("My Promised Land", 2013). Una tierra que hasta el ingenuo León Uris supo describir trágicamente cuando en su ficción "Éxodo" asesina a la encantadora Karen Hansen a manos de los fedayeen.

Una tierra atravesada por muros, reales y de los otros. Sin embargo, ninguno contiene el odio. El odio engendra más odio.

¿Cómo reaccionar ante estos asesinatos? Desde los reclamos de venganza a los reclamos de mayor esfuerzo por la paz, el abanico se extiende en todos sus ciento ochenta grados de opciones, sentimientos, e ideologías. Así como el abanico reúne en un solo punto todos sus pliegues, sólo un punto nos une: el dolor.

Dícese en nuestra tradición: "Baruj Dayan Haemet". Bendito el Juez de la Verdad.

Cualquiera sea.


Amén.

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