Futbol

Hay temas ineludibles, aunque no sean los que uno quisiera elegir para compartir y reflexionar; caso es nuestro último editorial sobre los tres jóvenes israelíes secuestrados en Cisjordania. Hay otros temas ineludibles que uno hasta disfruta, que son una especie de atractivo divertimento en medio de asuntos a veces mucho más filosóficos, pretendidamente serios; tal es el caso del fútbol, más concretamente, el Mundial. Sin embargo, el destierro de Suárez de las arenas de Brasil 2014 ha teñido el espectáculo con un tinte umbrío y oscuro como los bosques europeos del Medioevo. Como uruguayo que asume semanalmente el desafío de escribir algo acerca de la realidad, el tema se torna ineludible. Aunque no soy murguero cito la famosa frase: "nos obligan a salir".

 También obligan al equipo de Uruguay el próximo sábado. Equipo, en esta época de Tabárez y Bauzá, que tiene poco de murga aunque sí mucho de uruguayo. No escapa al discurso solidario de todas las épocas, ni a la humildad artificiosamente cultivada, ni a los códigos de silencio siempre respetados; con la diferencia que esta generación, este grupo con nombres y apellidos (incluyo a quienes no forman parte de esta última citación al equipo), ha cumplido: con triunfos objetivos, campeonatos, puntajes altísimos en el ranking FIFA, y gestas épicas como ganarle a dos imperios, el británico y el italiano, en menos de una semana.

Muchos señalan esto último como la causa subyacente para la absurda, exagerada, y agresiva sanción a Luis Suárez, verdugo de los ingleses con dos goles memorables; si la idea era "ojo por ojo, diente por diente", como la FIFA no puede "morder" a Suárez, le desgarra su vida. Con todo lo que se cuenta sobre su personalidad y carácter (en el sentido más británico de "character" como lo usa Jane Austen, por ejemplo), debo al menos pensar que esta sanción cambiará la vida de este joven para siempre. Tal vez en el próximo Mundial siga haciendo goles para Uruguay, manteniendo esta inolvidable era de triunfos y competitividad intacta; pero seguramente ya no será el mismo. Tal vez ya no muerda, pero sin duda le habrán arrancado parte de su libido y personalidad, su desmedida pasión, su hambre de gol y de gloria.

Con el futbol asoma el nacionalismo uruguayo en su máxima e inofensiva expresión. Yo soy temeroso de los nacionalismos, incluso de aquellos que soy parte. En nombre del nacionalismo se han cometido las peores barbaries contra minorías. Me reconforta que las banderas de Uruguay que inundan las calles en todo el país, en autos, en ventanas, en los negocios, sean a causa del futbol y no del intento argentino de controlar la producción de fábricas en Uruguay. A eso llamo nacionalismo bien entendido. El futbol ha permitido, a un país cuyo origen es un poco difuso, dibujar un contorno de orgullo y pertenencia, canalizar las viejas luchas caudillescas y partidarias dentro de un rectángulo reglamentado, donde uno ve un espectáculo que simula una batalla. No sólo que no es una batalla, sino que uno es un mero espectador. Algo sucede dentro de la cancha, pero no modifica la realidad más que en el discurso. No altera el orden de nuestras vidas. Es un juego.

Cuando salimos fuera de fronteras el futbol uruguayo cobra otra dimensión. Es una prueba de nuestra anónima e ignorada existencia en el marco del resto de las naciones. Nos permite enfrentar potencias, y ganarles. Como dijera el basquetbolista Tal Brody en 1977 cuando Macabi Tel-Aviv por primera vez le ganó a un equipo moscovita, "estamos en el mapa". Uruguay está en el mapa gracias al fútbol y gracias a jugadores como Luis Suárez. También gracias a jugadores como Diego Forlán o Pepe Schiaffino, que representan estilos opuestos pero complementarios. Así como Forlán tiene a Suárez, Schiaffino tuvo a Obdulio Varela. Estos dos pares representan las dos épocas de mayor gloria en la historia del futbol uruguayo.

Luis Suarez con su mala costumbre de morder (ahora que ya fue sancionado, ¿a alguien le cabe duda que mordió al italiano?) es la expresión extrema y violenta de la "garra charrúa", metáfora idiosincrática si las hay. La profundidad nacional uruguaya es tan llana (de hecho, somos testigos y protagonistas de su permanente construcción histórica) que debemos recurrir a un pueblo indígena autóctono y exterminado para expresar una característica propia: la pequeñez frente a los imperios o las potencias del mundo. A diferencia de los charrúas, los uruguayos no seremos ni exterminados ni ignorados, gracias al futbol. Argentina puede cerrar puentes, aplicar sanciones en los puertos, no colaborar con el dragado de los canales, en suma, encerrarnos y hasta sofocarnos un poco; pero en una cancha de futbol podemos ganarles. No cambia la realidad, pero sí nuestra percepción de nosotros mismos.

Por eso la sanción a Suarez ha conmovido al país y es una afrenta nacional. Porque el futbol en Uruguay es una cuestión de Estado. Desconozco las razones que llevaron a FIFA a una sanción de esta índole. No descarto las teorías conspiratorias y persecutorias, como tampoco que la FIFA aprovechara la oportunidad para dar un castigo ejemplarizante. Hasta la picardía criolla tiene sus límites, y no somos nosotros quienes estemos capacitados para establecerlos. Lo que la FIFA desconoció, lo que la prensa internacional ignora, es cómo afecta esto a un pueblo. Desde el punto de vista de La Diplomacia, la sanción de FIFA supone ignorar la existencia de un país, lisa y llanamente. La sanción pasa de ser justa por lo que castiga a injusta por la desproporción de su alcance, pero sobre todo, porque ignora que detrás de Luis Suarez hay tres millones y poco de personas en todo el mundo que se sienten arbitrariamente atacadas.


La empresa no perdonó un momento de locura. Aun cuando en ese rectángulo estén admitidas más locuras de los que nos gusta reconocer.

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