Democracias

Mientras el rey de España abdica a favor de su hijo, en Israel finaliza su mandato el Presidente Shimon Peres que será sucedido por Reuven Rivlin. La Presidencia del Estado ya nunca será igual. No cabe duda que habrá un antes y un después de Shimon Peres en la jefatura del Estado de Israel, dada su particular, variada, y larga trayectoria política. Peres se retira ganador, a pesar de haber sido un perdedor consuetudinario en la política israelí; su intento anterior de ser Presidente fue frustrado por Moshé Katzav, quien a su vez fue sin duda el Presidente más vergonzante de la historia del Estado. Shimon Peres deja la Presidencia con noventa años y una imagen de unánime aprobación. Cabe suponer que se retirará de la "vida política pública", como dijera el ex Presidente de Uruguay Tabaré Vázquez; la biología ya no lo favorece. Merecía un cierre de su carrera con este prestigio, al contrario del cierre del Rey de España, que se retira con el prestigio y la salud marchita.

 Una cosa es una monarquía parlamentaria europea, una muy otra una república parlamentaria en Medio Oriente. Ambas tienen figuras jefas de Estado sin autoridad política, pero en un caso el cargo es hereditario y en el otro es electo. Sin embargo, en el caso de estos dos hombres que finalizan su trayectoria pública en estas semanas, coincide su visión política del cargo y su capacidad para incidir en la política de sus países.

Hace ya siglos que la monarquía dejó de ser seductora para Israel (el pueblo de Israel, o los judíos). Excepto los períodos gloriosos de David y Salomón, tan sólo ochenta años en más de tres mil de historia ininterrumpida, la experiencia monárquica no se acomoda al sistema de valores "judío". Si bien las visiones y pretensiones mesiánicas tienen mucho de monárquico y divino, en el mediano y largo plazo, en el judaísmo, son una aspiración inspiradora, una esperanza.

En la vida cotidiana, terrenal, el Estado de Israel eligió organizarse como una democracia casi directa (en términos modernos, no atenienses), unicameral, donde se ha visto reflejada la múltiple fragmentación del pueblo y del Estado. Creó la figura de la Presidencia como jefe del Estado, pero el quehacer nacional está en manos del pueblo a través de las más variadas y a veces inverosímiles coaliciones de gobierno. Así, Israel como país es consecuencia de una compleja aritmética política que arroja resultados diferentes a la simple suma de sus partes. Por un lado queda estancado en algunos asuntos, como temas civiles (matrimonio), mientras que por otro tiene un desarrollo tecnológico y económico de primer mundo. No es un sistema mejor que otros, está a merced de los problemas de cualquier sistema parlamentario, pero representa una forma de entender la cosa pública que tiene que ver con el consenso, el bien de las mayorías, y una particular forma de convivencia de minorías tan variadas como numerosas.

Tal vez haya que pensar en el largo periplo de construcción rabínica que comienza con "los hombres de la gran asamblea (ha-kneset ha-gdola)". El hecho es que hay un aprendizaje y una decisión colectiva histórica de alejarnos de las figuras monárquicas o cuasi monárquicas para legislar y gobernar de acuerdo a una dinámica permanente de discusión y adaptación. Tal vez cuando la Kneset (parlamento israelí) moderna nos exaspera con su juego político perverso debamos tener en cuenta que es el producto, la consecuencia, de una concepción de la vida en comunidad.


Shimon Peres finaliza su mandato. El Rey de España Juan Carlos de Borbón abdica la corona. Dos estados modernos, dos pueblos con su historia y tradición. Persiguiendo los mismos fines, con regímenes políticos similares, cada uno es producto de su idiosincrasia. La Historia no parece ser sólo la mera sucesión de los hechos con sus causas y consecuencias, tal como nos enseñaban los libros de Historia de la escuela y la secundaria; más bien, como enseñaba el Profesor Enrique Mena Segarra, la Historia es la naturaleza de los pueblos.

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