Rut

Finalmente, llega Shavuot. Terminamos de contar el Omer y después de la festividad volveremos a los días anónimos; hasta que el mes de Elul nos vaya anunciando, sonido del shofar mediante, otros tiempos, otros días, aquellos que comenzamos a contar con un nuevo año en Rosh Hashaná. Llega Shavuot y trae consigo recuerdos de canastas de frutas, nuestras ofrendas simbólicas (porque en estas latitudes el tiempo está al revés) que llevábamos al "templo" de la calle Buenos Aires en Montevideo, la vieja sinagoga sefaradí, la más magnífica y monumental entre todas las sinagogas de Montevideo de hoy y entonces. Apoyábamos las ofrendas en las escaleras que ascendían al Arón Hakodesh; cualquier similitud con los ritos del Templo en Ierushalaim no son casualidad.

Sin embargo, recuerdo ese peregrinaje anual, el concepto de la ofrenda y las "primicias", pero Shavuot fue siempre un fiesta incomprensible, inasible, ajena, como colada en el calendario entre la matzá y la jalá agulá. Ni siquiera nos comíamos esas frutas; nunca supe bien cuál era su destino final.

Hasta que un día, ya más adulto, supe que en Shavuot recibimos la Torá, la Ley, y también que leemos, tradicionalmente, el libro de Rut. Ni la Torá como Ley, ni el libro de Rut, eran algo que aprendiéramos en la escuela judía a la que yo asistía, que era notoriamente no religiosa sino apenas tradicionalista; nada de Ley con mayúscula, y mucho menos un libro algo oscuro y muy complejo para los niños. El libro de Rut lo estudié por primera vez en Literatura en el liceo, como parte del programa, cuando tocaba "Biblia". Habrá sido por sus valores literarios o simplemente por sus valores humanistas, universalistas, que el libro se coló, junto con Job, en los programas de Literatura en Uruguay. Muchos años más tarde todavía supe que había una costumbre llamada Tikún (reparación) que consiste en estudiar Torá la víspera de Shavuot, para reparar el hecho de que los Hijos de Israel se quedaran dormidos la noche que recibían la Torá. Una forma de hacer nuestro y presente el momento de revelación, a través del estudio.


Hubo también un tiempo militante en que Shavuot era la festividad del año donde se hablaba libremente, como tema casi excluyente, de conversiones. Porque Rut la Moabita fue la primera conversión al judaísmo y por su genealogía es la bisabuela del Rey David, y por lo tanto una matriarca más en la larga genealogía mesiánica sobre la cual la Biblia vuelve una y otra vez. De pronto me doy cuenta que hace años que no hablamos de conversiones en Shavuot.

Shavuot es una festividad que confronta identidades: ¿estuve realmente en Sinaí recibiendo la Torá? ¿Voy a dónde va mi pueblo? ¿Soy misericordioso y dejo trigo en los bordes del campo para los desamparados? Shavuot también propone dilemas: ¿admito "dormirme" ante La Ley? ¿Debo reparar eternamente mis omisiones mediante el estudio, o por medio de éste me acepto falible e imperfecto? ¿El amor al prójimo, a otra persona, contradice mi amor por mi pueblo, mi tradición, mi "torá"?


Rut es un ejemplo en que la devoción antecede al amor. Su célebre frase "a dónde tu vayas yo iré, tu pueblo será mi pueblo" (Rut 1:16) es no sólo espontánea sino iniciática; después sigue todo el episodio erótico-jurídico-amoroso con Boaz. Su frase obedece a un sentido de solidaridad, no al amor. Éste es más bien la recompensa, no sin esfuerzo, ante una elección bien hecha. Por eso llamamos a estos judíos "judíos por elección"; no sólo es más elegante que decir "conversos", sino que es mucho más ajustado a la realidad.

Cuando se critican las conversiones "por amor" o mejor dicho "por matrimonio", cuestionándose su validez, valdría la pena pensar por un momento si, como Rut, aquel que decide sumarse al pueblo en nuestro tiempo, aunque sea enamorado, no está dando un paso similar. Así como Rut no sabe acerca de Boaz (la maniobra es de Noemí), aquel o aquella que se suma al pueblo desconoce sus normas, su Torá. Citando la célebre y repetida frase de Hillel: "no hagas a otro lo que no te gustaría que te hagan a ti; el resto es comentario, ve y estudia" (Avot 1:15), cuando una persona decide, elije, sumarse al pueblo judío, primero toma una decisión casi intuitiva, como nuestro propio, tribal, "todo lo que mandó... haremos y escucharemos" (Éxodo 24:7), "naasé benishmá". Recién luego se sumergirá en las quietas aguas de la mikvá y en las agitadas aguas del pueblo judío; recién entonces comenzará el proceso de aprendizaje.

Muchos judíos, la mayoría, somos como Rut: nos sabemos tales pero siempre estamos iniciando el camino, siempre estamos eligiendo, siempre estamos renovando el pacto, y siempre, por siempre, estaremos estudiando como en la noche del Tikún: para reparar, simplemente, nuestra ignorancia. Nuestro judaísmo tiene siempre algo intuitivo que debemos racionalizar. Muchos judíos somos también como Orfa: damos la espalda, nos volvemos sobre nosotros mismos, desandamos el camino, y volvemos a nuestro origen, a nuestro refugio, lo viejo conocido, el "shtetl"; no tomamos decisiones ni riesgos. Somos incapaces de reconocer al prójimo, escuchar sus historias para hacerlas nuestras; somos incapaces de ir hacia el otro, solidarizarnos, reconocerlo como individuo diferente. Digo esto puertas adentro como puertas afuera del judaísmo.


"Rut" es un libro complejo, con varios niveles temáticos y simbólicos. Desde el erotismo bíblico hasta las normas jurídicas, pasando por los valores más básicos del judaísmo, es un libro que supone una lectura sutil, equilibrada. Nada diferente a lo que supone ser judío hoy, navegando entre nuestras vicisitudes personales y nuestra pertenencia a un pueblo y una tradición. Conciliar todo es como volver a escribir el libro, una vez más, cada año, en Shavuot.

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