Manishtaná

Pesaj es la festividad de las preguntas. No simplemente preguntas, sino grandes preguntas. Ingenuamente, pretendemos que los niños en la mesa pregunten "ma nishtaná", qué ha cambiado (esta noche de todas las noches), cuando en realidad somos los adultos quienes tenemos la perspectiva del tiempo y la noción de la Historia no sólo para preguntar, sino para contestar. La pregunta resulta entonces un tanto retórica, no exige respuesta porque la misma está contenida en el planteo original: ¿qué ha cambiado esta noche respecto a todas las noches?

 Si "Manishtaná" está al principio del Seder de Pesaj, al final encontramos trece preguntas adicionales. Como con el "Manishtaná", cada una con su respuesta. "Ejad, mi iodea?", "uno, ¿quién sabe o conoce?"; y así hasta trece.

De la unidad de dios hasta la edad de los preceptos, una suerte de abc numérico y progresivo que va complejizando nuestra identidad judía. El Seder de Pesaj debe finalizarse cantando... y haciendo preguntas.

Cabe preguntarse entonces, en vísperas de Pesaj, qué ha cambiado este año para uno, para mí. Qué es diferente este año, dónde me encuentra, cómo me encuentra. Tal vez esté sentado en la misma mesa, o en la misma casa, tal vez hasta en el mismo entorno; y sin embargo. Este tipo de preguntas, si uno ya se las hace, corresponden más a fechas de cumpleaños en el plano más privado, o a Iom Kipur, en un plano comunitario. Pesaj aparece a priori como una festividad tan normada, tan meticulosa en su preparación, que perdemos la perspectiva de las opciones creativas que brinda. Desde los juegos con el Afikomán pasando por la fantasía de Eliahu y el fuerte simbolismo de abrir la puerta para que todo el necesitado entre y coma. Es una festividad de puertas abiertas, ruidos, olores, sabores, canciones, y grandes discusiones: las que están en la Hagadá y las que generamos nosotros mismos en torno a la mesa servida. Entonces, ¿no vale acaso la pregunta: ¿qué, cómo he cambiado yo este año?

La tan manida libertad de la que hablamos en Pesaj, en especial cuando sentimos la imperiosa necesidad de universalizar la festividad para los no judíos, es también, y sobre todo, una libertad personal. Todo proceso de liberación comienza por adquirir noción de que no éramos libres y pasamos a serlo. Libertad entendida como un estado del alma, no necesariamente un yugo opresor externo. Libertad como coherencia, integridad, aceptación, paz con uno mismo. Cada libertad es personal e intransferible, si seguimos ésta línea de pensamiento. Cada uno sabe dónde le apretaba el zapato y cómo llegó a pisar con comodidad el sendero que recorre.

Pesaj también nos sugiere que no hay libertad, ni personal ni nacional, sin costo. Es dramático el hecho de que el faraón nos libera a causa de la muerte de los primogénitos. Por si fuera poco, la liberación se confirma cuando los egipcios sucumben a las aguas por dónde pasaron, poco antes, los Hijos de Israel. No hay libertad sin pagar precios. Si hablamos de nuestro "Egipto interior", nuestras estrecheces (mitzraim significa angosto, estrecho, de la raíz hebrea TZR), la muerte de los primogénitos y los egipcios ahogados en el mar nos obligan, moralmente, a ser conscientes y sensibles hacia el prójimo, el otro, el extranjero, viva o no entre nosotros. Egipto no es Amalek, el enemigo genérico, Egipto es algo que somos y dejamos de ser, precisamente en Pesaj.

Parafraseando la pregunta original: ¿qué somos esta noche a diferencia de las otras noches anteriores? ¿qué deseamos ser las próximas noches que todavía no somos ésta noche? ¿Qué sucedió entre este Pesaj y el pasado que nos permite decir, "ma nishtaná, ani hishtaneti hashaná", "qué ha cambiado, yo he cambiado este año". Habrá que encontrar un espacio en la noche de alguno de los dos Seder para aproximarse a una respuesta a esta pregunta. Ya sea en forma silenciosa e íntima, ya sea en un diálogo, o en una conversación entre varios. Si se nos dice que debemos vernos a nosotros mismos como si hubiéramos salido de Egipto, no podemos obviar el vernos a nosotros mismos como individuos pasibles de cambio y crecimiento personal.

Entre la vorágine persecutoria y fatídica del "jad gadiá" y la progresión constructiva de "ejad, mi iodea", me quedo con la última. En honor a mis hijos, con quien aprendí a cantarla y que me permitieron crecer junto a ellos. Por cierto todo ha cambiado: Pesaj nos da la oportunidad de reconocerlo y disfrutarlo; pero también nos ancla en los recuerdos, en valores y vivencias, que se transforman pero que, como enseñaba Lavoisier, no se pierden.


Jag Sameaj!

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