Lo verosímil

Ha comenzado en Uruguay la campaña política por las elecciones generales para renovación del gobierno y el poder legislativo, tanto a nivel nacional como municipal. Este proceso ocupará todo el año en curso y la primera mitad del próximo. El "año electoral" en Uruguay es un año distinto: desde la forma en que se gobierna y legisla hasta el paisaje urbano, todo está condicionado por este período de discursos y publicidad. Los otros temas en la agenda ocupan, semana a semana, menos y menos espacio en la consciencia colectiva nacional. Aun cuando este año esté muy condicionado con la Copa del Mundo en fútbol en Brasil; a tal punto que las elecciones internas (o primarias) fueron fijadas para antes del Mundial. El condicionamiento de la realidad que nos rodea empieza por el discurso. Todo lo dicho y lo no dicho está deliberadamente pensado para conseguir un voto más.

 Me considero un ciudadano consciente y responsable como tal, en especial en lo que hace a mi derecho y obligación de votar (en Uruguay el voto es obligatorio): jamás pensé en votar en blanco o anular mi voto, mucho menos en pagar la simbólica multa por no hacerlo. Más aun: soy muy consciente del tema del "voto útil"; pensar en que mi voto contribuya a que un cierto candidato, y por lo tanto ciertas ideologías y criterios, estén presentes en el diálogo nacional y puedan incidir en él. No me interesa en especial "ganar" (la Presidencia), sino incidir.


Sin embargo, en la medida que avanza el año electoral y escucho y leo a los candidatos se me hace cada vez más difícil decidir a quién le daré mi voto. Descarto a una de las dos mitades políticas del Uruguay, pero aun dentro de la otra, con su diversidad de candidatos tanto a la Presidencia como a las Cámaras, no he podido sentirme identificado con ninguno de sus discursos. Creo, con toda honestidad, en que todos, como sus adversarios de la otra mitad, están imbuidos de buenas ideas e intenciones, y que su ambición política está debidamente balanceada con su vocación de servicio. Vale decir, son todos políticos en el mejor sentido de la palabra. Sin embargo, el problema es precisamente la palabra.


El lingüista búlgaro Tzvetan Todorov acuño el término de "lo verosímil", el cual conocí hace ya muchos años a través de la semióloga Hilia Moreira. No tengo autoridad, ni conocimiento, ni espacio, para ahondar en la complejidad de "lo verosímil". A los efectos de mi idea baste decir que es aquello que, sin ser necesariamente "verdadero", parece serlo; es aquello que nos persuade. De alguna manera, escuchamos, leemos, o vemos un texto (discurso, spot publicitario, editorial en prensa escrita), y pensamos "esto es posible", "esto me suena", "esto podría ser una realidad".


El problema es que casi nada de lo que escucho, veo, o leo en "las calles de Montevideo" me resulta verosímil. No digo que sea mentira, porque lo opuesto a lo verosímil no es la mentira sino el no-convencer. No puedo apropiarme de la narrativa que escucho de los candidatos. Más aun: en el afán de buscar los votos perdidos del otro lado del espectro de votantes, su discurso se desdibuja, se diluye, y por lo tanto es menos convincente. Más allá de lo dicho, y sin entrar en el nivel la vulgar demagogia, se genera una brecha entre el discurso y la realidad que imagino para mi país. Tal vez si yo debiera formularla para convencer a otros me encontraría con las mismas dificultades que tienen mis candidatos. Por eso no me dedico a la política, porque no me interesa convencer a nadie de nada.


Las elecciones se ganan por muchos motivos. Las coyunturas suelen incidir mucho más de lo que los candidatos quieren admitir. Para aprovecharlas, los candidatos tienen que estar prontos, no pueden improvisar. En 1984 la inhabilitación de Wilson Ferreira posibilitó la elección de Julio Ma. Sanguinetti; en 1989 la muerte de Ferreira posibilitó la elección de Luis A. Lacalle; en 2004, la terrible y traumática crisis de 2002 facilitó la elección de Tabaré Vázquez en primera vuelta y por lo tanto la mayoría parlamentaria absoluta del Frente Amplio. La coyuntura existió, pero los candidatos estaban ahí, prontos y dispuestos.


Cuando el país comenzó su retorno a la vida democrática todo discurso era verosímil. Había casi un discurso común porque se venía de un tiempo mudo, silencioso. Todos creíamos todo, aun a quienes no votáramos. Se había recuperado la posibilidad de creer, de ser convencido. De hecho, sin demasiado rigor histórico, podría decirse que la propuesta del "proceso cívico-militar" para una nueva constitución en 1980 perdió el referéndum porque, simplemente, no era "verosímil" para el uruguayo medio.


Hoy estamos a treinta años de aquella época. Hay una nueva generación de candidatos en pugna. Cada uno de nosotros tiene treinta años más. ¿Acaso los años nos hacen más escépticos, más cínicos? Quiero creer que no. Quiero proponer que los años, con suerte, nos restan energía (sino ya salud) pero nos suman sabiduría. Entre cierto cansancio y mucha experiencia, encontrar un discurso verosímil se hace mucho más difícil. El esfuerzo mayor no será salir esas mañanas de domingo (serán cuatro domingos en una año) a votar en nuestro viejo barrio, sino encontrar un voto que pronuncie el alma.

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