“Lluvia”

"Y hubo lluvia sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches." (Génesis 7:10)

"Llovió cuatro años, once meses y dos días." ("Cien Años de Soledad", Gabriel García Márquez)

"Una catástrofe. Una inundación espantosa. Un maremoto. Todavía no se sabe bien. Luego me van a telefonear de nuevo. Todo destruido. El país totalmente en ruinas. El agua arrastra todo por las calles. No hay más puentes. No se sabe cuántas víctimas. Todo destruido. Una catástrofe como nunca. El país borrado del mapa. Campo y ciudad. Arrasado, totalmente arrasado." ("Gracias por el fuego", Mario Benedetti)

 ¿Hace falta escribir más? Esta mañana ha salido el sol y de alguna manera el aire secó. Sin embargo, la vivencia de lluvia diluviana que literalmente empañó la vida de más de la mitad del Uruguay en las últimas semanas tiene mucho que ver con estas citas literarias. Los uruguayos ya no creíamos aquello de que "siempre que llovió paró" porque simplemente la lluvia se renovaba día a día, en diferentes versiones. A veces mansa y densa, otras copiosa y gruesa; a veces pegajosa y neblinosa, otras ventosa y furiosa. Hemos visto el agua correr en las calles como ríos, hemos visto goteras en lugares impensados de nuestras casas, hemos visto vecinos rescatando sus bienes y sus vidas de las aguas amenazantes. Hemos visto políticos haciendo política con la situación y hemos visto operarios tratando de paliar esas mismas situaciones. A juzgar por los informativos, la cita de Benedetti no parece exagerada. Aunque en unos días éstas serán unas inundaciones más, de las que han sucedido en el país en forma más o menos periódica, cada tantos años. El mismo Benedetti cierra ese primer brillante capítulo introductorio con una reflexión en este sentido.

Es que más tarde o más temprano todo se convierte en historia, a veces en Historia. En cualquiera de sus versiones, a veces nos toca no ya leerla o estudiarla, sino vivirla. Así como escuchamos de Maracaná hasta que en 2010 tuvimos la oportunidad de vivir algo parecido en el Mundial de Sudáfrica; así como siempre escuchamos de "las inundaciones del 59" (a las que refiere Benedetti), ahora las hemos experimentado. Mucho más en directo que nuestros abuelos dada la fluidez de la información, mucho más colectivamente, en forma menos remota. El río Yí está mucho más cerca ahora que hace cincuenta años.

Nos cuesta aceptar: que febrero se irá casi sin sol y sin playa; que el verano se redujo a menos de la mitad; que marzo será un mes hermoso pero todos estaremos de espaldas al mar. Nos cuesta aceptar los cambios, mucho más un cambio climático como viene afectando el mundo en general y el Uruguay en particular. Nos cuesta aceptar que el sol en estas latitudes quema y mata; seguimos privilegiando el bronceado sobre la palidez. Nos cuesta aceptar que las parejas homosexuales pueden casarse y que podremos comprar marihuana en la farmacia. Sin embargo las cosas suceden. Hay algo natural en el devenir de las cosas y si bien en los largos lapsos de tiempo el hombre controla buena parte del entorno, a veces éste se desborda, nos supera. Como la simple, mansa crecida de un río. No queda sino dar un paso atrás y esperar. Con paciencia y humildad ante lo que no podemos dominar.


Por suerte en Uruguay las catástrofes no son de dimensiones inmanejables. No hay terremotos ni volcanes. Cada tantos años nos desbordamos. Cada tantos años superamos una cierta cota y tenemos que revisar todo: caminería, desagües, instalaciones, organización. De vez en cuando es la mente humana la que pone coto a la euforia y el exceso de confianza. Pero es sobre todo la naturaleza la que nos ubican en nuestra justa dimensión respecto a qué somos y cuáles son nuestras capacidades. Entonces nos quedamos en casa esperando que escampe. Frenamos por un rato el consumo, tal vez hablemos en casa de temas que nunca hablamos. Tal vez nos reencontremos con nuestro próximo prójimo en algún pasillo de la casa en el que difícil y raramente coincidamos. Tal vez, y sólo tal vez, la lluvia no sólo arrastre consigo bienes, tierra fértil y ahogue cultivos y fruta estropeada, sino que sirva como un gran baño ritual de humildad y renovación.

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