3 apuntes de verano

I.
El judaísmo tiene algo con los atardeceres. Anuncian el comienzo y final de tiempos sacralizados. Cuando el sol se pone y aun no salen las primeras estrellas nos ubicamos entre dos soles, "bein hashmashot", un tiempo suspendido en el tiempo. Los uruguayos también tenemos algo con los atardeceres: aplaudimos la puesta del sol como un espectáculo que la naturaleza (lo natural en el acontecer de las cosas) nos regala. Ya sea sentados en la playa sobre la arena, en la playa en un Parador, o en un café en la rambla, algo único nos invade cuando podemos vivir ese tiempo. Bien valdría recitar el "shejeianu", porque cada atardecer, cada sol, es único e irrepetible, nuevo. Tal vez porque cada vez nos conmueve de una forma irrepetible. El atardecer renueva.

II.
Los amaneceres son otra cosa. Como judíos, con el amanecer comienza el hálito de la vida, el cual debiéramos agradecer por medio de las oraciones matinales (Tfilot Hashajar). La liturgia ha elegido algunos agradecimientos que muchos preferimos obviar. Pero hay que reconocer que despertar nos llena de júbilo y sentido de propósito. Tratamos de cumplir con nuestras obligaciones: ya sea el rezo, la actividad física, los medicamentos, ordenar la agenda. El amanecer tiene que ver con las obligaciones que se nos imponen durante el día. La energía está intacta, es tiempo de acción y no de contemplación. Los uruguayos tenemos reacciones contradictorias con el amanecer. Por un lado, no hay mejor mate que el de la madrugada como estimulante, aunque muchos lo prefieren de tardecita como factor de relajación. Pero el uruguayo medio tiende hacia la tarde, la noche. Amanecer no supone urgencias, los tiempos pueden manejarse, postergarse. Si uno compara Israel y Uruguay, en el primero la mañana es frenética, mientras que la jornada laboral tiende a finalizar temprano. Es producto de cultura y costumbres.

La mañana tiene una nueva versión en estas latitudes: los jóvenes que vuelven de las fiestas empapados en alcohol y descubren que existe algo llamado amanecer. Muchos se despiertan horas más tarde para, más sobrios, mate en mano y termo bajo el brazo, contemplar el atardecer. Bizarra forma de vivir el día. Tiene algo de rito pagano.

III.
Sea como sea que se viva, el verano y las vacaciones tienen la cualidad de descontracturarnos a nosotros y nuestro manejo del tiempo. Si repetimos conductas y hábitos de nuestra vida cotidiana no estamos de vacaciones. Si no contactamos con la naturaleza, no estamos de vacaciones. Si no vemos los atardeceres o escuchamos la lluvia bien cerca, la experiencia del ocio es ociosa y banal. Los sentidos adquieren nuevo sentido cuando los ejercitamos en circunstancias ajenas a nuestra normalidad. Lo cual nos permite volver a nuestras vidas más descansados, más sensibles, más amables y tolerantes. Hasta que la rutina nos devore.

 

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