Generaciones

Esta semana se cumplió el 18º aniversario del asesinato de Itzjak Rabin.

En la porción de la Torá que tocó leer esta semana, Toldot, dice:
"Dos pueblos hay en tu vientre..." (Génesis 25:23)
"La voz es de Jacob pero las manos son las manos de Esáu." (Génesis27:22)

A la luz de las casi dos décadas desde el asesinato de Rabin mucho puede decirse acerca de los "dos pueblos", ya sean israelíes y palestinos, o israelíes de un tipo conviviendo (o no) con israelíes de otro tipo. La descripción que sigue acerca de la convivencia de los dos hermanos mellizos abre un innumerable abanico de interpretaciones.

 Lo que no cabe duda es que la Biblia nos cuenta la historia desde nuestro punto de vista y no el de los otros pueblos. Es una historia y una visión adecuada para un pueblo exilado, perseguido, y pacífico. La literatura rabínica tendió claramente a exaltar los valores más adecuados para esta realidad, teniendo en cuenta la destrucción nacional a mano de los romanos en el Siglo I de la Era Común. El desafío que como nación, pueblo, y sobre todo Estado, enfrentamos hoy es hacer una lectura diferente de los textos. En muchos sentidos somos todavía perseguidos: muchos aun sueñan con borrarnos de la faz de la tierra. Pero ya no somos débiles, el exilio es una de dos opciones, y mucho menos somos pacíficos. Como fuerza militar Israel ha demostrado una decisión y agresividad contundentes. La ocupación de territorios es, para muchos, la concreción de una profecía de dominio sobre otros pueblos claramente establecida en la Torá; para otros, es imperialismo liso y llano. Cuando nuevamente se están discutiendo las fronteras geográficas entre el Estado de Israel y el eventual e inminente estado palestino, vale la pena pensar cuáles son nuestras fronteras también en un sentido simbólico: dónde está el límite entre nuestra supervivencia e independencia como Estado y nuestra ambición puramente nacionalista.

Hacia dentro, entre los hijos de Iaakov, tampoco escapamos a la lectura de "dos pueblos". El Estado de Israel y el judaísmo todo se ha polarizado en pares opuestos y para muchos excluyentes. La vieja máxima talmúdica (Iruvin 13b) de que una y otra son palabras del "Dios viviente" parece funcionar al revés: si esto es, aquello no. La distribución demográfica en Israel es medular a la hora de elegir dónde formar un hogar; Europa nos empujó a los Guettos ya en la Edad Media pero parecería que no podemos salirnos de ellos. Podríamos llevar la lectura de los mellizos patriarcales un poco más lejos todavía: un hermano existe pero sujeto al talón de su hermano. Así, los ultra ortodoxos viven en función a los aportes del judaísmo secular en materia de trabajo y defensa, mientras que para muchos los valores judíos están depositados en "los religiosos". En la diáspora las divisiones son algo menos notorias, pero no dejan de existir, diluidas en un entorno ajeno y en general integrador. La diversidad de opciones, el tan mentado "pluralismo", es más un slogan que una realidad. Hemos levantado muros hacia fuera y hemos levantado muros entre nosotros.

Históricamente fuimos un pueblo de "palabra", de "voz", "la voz de Iaacov". Rezamos en voz alta y en comunidad, nos escuchamos. Nuestros aportes a la Humanidad tienen que ver con ideas y valores, con formas de entender el mundo, el rol del hombre, y la convivencia. La discusión, el diálogo, la reflexión, son los recursos que hemos usado a lo largo de los siglos. Creemos que el mundo se creó por medio de la palabra; la teoría bíblica del Big Bang (sin alusiones a mi serie preferida) no es una explosión sino un susurro, parafraseando a T.S.Eliot en sus "The Hollow Men". Un susurro poético y moral: "y vio Dios que era bueno" (Génesis 1:9). Cuando Moshé es comandado a hablar a la roca para obtener agua, y en su lugar la golpea, es castigado.

Sin embargo, hemos tenido importantes períodos como guerreros, donde usamos nuestros brazos, esos mismos brazos que en Toldot son de Esav, no de Iaacov. De hecho, mientras vivimos en nuestra tierra siempre hemos sido guerreros, desde Josué hasta Bar-Kojbá, y sin duda en nuestros días. Cuando peleamos contra Amalec en el camino a la Tierra Prometida Moshé debía mantener sus brazos en alto para poder prevalecer. ¿Por qué no vincular el uso de los brazos, la fuerza, con la posesión de la tierra? Una suerte de mal necesario.

El propio Rabin cimentó su carrera política, por cierto exitosa, en su carrera militar. Cuando lo encuentra la bala de Yigal Amir estaba embarcado en un proceso, hasta entonces exitoso también, de pacificación del hostil entorno en base a la palabra. Nadie puede saber a dónde hubiera conducido el camino si no hubiera sido asesinado; las especulaciones son inútiles. Queda una sensación de profunda frustración, y los hechos indican que se perdió uno de los momentos más propicios para un avance significativo. A la luz de la situación en Egipto hoy, el Tratado de Paz firmado en 1979 da un cierto oxígeno, un oxígeno que no se tiene en la frontera norte de Israel. Sadat también supo cambiar el uso del brazo por el uso de la voz. El propio Ariel Sharon, guerrero si los hay, había comenzado, en su particular manera de ser, a recorrer ese camino.

Con Esav y Iaacov la Biblia inicia un período tumultuoso entre hermanos cuya historia culminante son los hijos de Iaacov y la increíble y detallada historia de Iosef. Pero sin ir tan adelante, en estas semanas, leemos acerca de las idas y venidas de Iaacov, de sus miedos de Esav, de sus luchas internas, sus sueños, en suma, su crecimiento. Como con Iosef y sus hermanos, la historia de Esav y Iaacov termina con un abrazo, aun después de una profunda desconfianza y aversión mutua. Iaacov finalmente puede cambiar su nombre a Israel cuando en lugar de seguir caminos tortuosos, como lo explica ingeniosamente Yair Lapid en su libro "Haguivorim Sheli" ("Mis Héroes", no traducido al español aun), elije enfrentar a su hermano y enfrentarse con sus miedos. La raíz de la palabra Israel tiene que ver con lo "recto", mientras que Iaacov tiene que ver con dar un rodeo.

Probablemente nos quede camino para recorrer, como pueblo, para enfrentar en forma directa nuestros propios miedos y contradicciones. Aprender que tenemos también voz y también brazos, y el uso de cada uno tiene su tiempo y oportunidad. Aprender que, al final del camino, debemos abrazar a nuestro hermano, aun cuando él sea un pueblo vecino; ni hablar si es parte de nuestro pueblo. Del mismo modo que Iaacov pacta, en Toldot, con los filisteos, deberemos pactar. De hecho, de pactos es de lo que más conocemos. Después de todo, la voz es de Iaacov, los brazos son de Esav

 

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