Jueces y policías

Todavía no es de noche, pero casi. Es la hora "entre dos soles" aunque el invierno oculta a ambos. Es una hora de tránsito: el regreso a casa, unas compras de paso, un último café de la tarde, un último saludo al vecino. Tal vez la esquina más medular del tradicional barrio de Pocitos, en Montevideo, Benito Blanco y Martí era la síntesis de toda una ciudad a esa hora. A pocos metros, en la rambla, los autos comenzaban a atascarse en el camino a casa; las calles interiores del barrio se vuelven casi intransitables. Ya los niños han vuelto de la escuela hace rato, ya los bancos han cerrado. Esa es Montevideo pasadas las seis cualquier tarde de Agosto.

A las siete de la tarde los noticieros transmiten en directo: atraco y muerte en "populosa" calle de Pocitos. Cualquiera la reconoce: la farmacia, el supermercado, el bar, la ferretería. Tal vez menos recordaran la sucursal del Correo atracada. Hubo tiros, muchos tiros, y de inmediato se confirman dos muertes: uno de los perpetradores, y un policía. Por milagro, ninguno de esos setenta, ochenta tiros (¿alguien los contó, realmente?) pegó en alguien ajeno al episodio. Todos pueden contar la historia.

¿Acaso se es verdaderamente ajeno? Las historias de crímenes y muertes que llenan los noticieros uruguayos generalmente suceden en barrios periféricos, a veces marginales; ocasionalmente en el Centro; difícilmente en Pocitos. Todos quienes vimos el noticiero teníamos no una sino varias personas a quién llamar para conocer su paradero; cualquiera, uno mismo, pudo haber estado ahí. Las noticias no daban muertos ni heridos excepto los protagonistas, y sin embargo cundió una profunda sensación de inmediatez. Nadie fue ajeno.

"Jueces y policías te darás para ti en todas tus puertas" (Deut. 16:18, traducción libre del autor) dice la Torá en la porción semanal. La metonimia bíblica alude a las ciudades porque las cosas, en ese entonces, sucedían en las puertas de acceso, allí donde la gente se juntaba. De alguna manera, el lugar donde sucedió el atraco y murieron las víctimas es un lugar de acceso, es un lugar donde, en este Montevideo de 2013, suceden las cosas. Hasta allí llegaron, literalmente, "jueces y policías". Cabe preguntarse si el verbo reflexivo, al cual la Biblia es tan afecta, aplica en este caso: los uruguayos votaron un gobierno cuyos policías estuvieron allí cumpliendo su deber, y pagaron con sus vidas; los uruguayos mantenemos celosamente un sistema democrático que garantiza el libre criterio de nuestros jueces, que "sólo buscarán justicia", parafraseando Deuteronomio 16:20. Pero hay una sensación de que el ciudadano de a pie, el que pasaba esa tarde por allí, no siente que verdaderamente "se dio" ni sus policías ni sus jueces. Acaso para poder siempre culpar a alguien tendemos a no identificarnos con quienes nuestros líderes designan para cumplir ciertas tareas.

La televisión ha llevado hechos violentos directamente a nuestros hogares en repetidas ocasiones; no es nuevo. Hoy vemos todo en directo: vimos caer a Gadaffi, vemos las manifestaciones la plaza Tarir de El Cairo, vimos al príncipe heredero George de Inglaterra apenas salió del sanatorio. Nada nos es ajeno, el mundo ha dejado de ser tan ancho. El efecto que tuvo este episodio del pasado 1º de agosto de 2013 es que nos sucedió a nosotros, no a otros. No fue en La Teja, ni en La Curva, ni en Cerro Norte; fue en Pocitos. Lo que la sociedad y la economía separan, el crimen y la violencia unen e igualan. Somos todos iguales antes los ojos del desesperado: sea por comida (difícilmente hoy), sea por droga (bastante probable hoy); donde puede haber "algo", algo se intenta. A veces es anecdótico; esta vez fue letal.

El problema de la ajenidad está dado por el uso, o no, de la voz reflexiva a la cual la Biblia acude cuando quiere indicar procesos internos, como cuando dios le dice al patriarca Abraham: "lejlejá", "vete (hacia ti) de tu tierra..." (Gén. 12:1). En la Torá, tanto entonces, al comienzo de la historia, como ahora casi en su cierre, se convoca a hacernos cargo, a asumir responsabilidades y roles, protagonismo. La idea de que somos socios de dios en la creación del mundo es parte esencial de nuestra tradición. La pregunta que corresponde es, en un sentido simbólico sobre todo, ¿dónde estamos parados nosotros cuando sucede un episodio así? La proximidad nos involucra queramos o no. Dos familias lloran sus muertos. Como sociedad, como individuos, cuáles han sido nuestros sentimientos frente a lo sucedido: cruzar a la otra vereda; tomar por otra calle; no acercarnos a la zona; curiosear; decir "¡qué barbaridad!"; contar los disparos; llamar a nuestros seres queridos; verlo en TV y resignarnos; verlo en TV e indignarnos; verlo en TV y cambiar de canal a una sitcom; conversarlo en la mesa familiar. Así, múltiples opciones.

Está bueno pensar si nos hacemos cargo de ser verdaderos jueces y policías de nosotros mismos. Si asumimos la responsabilidad personal de ser justos y ser guardianes de nuestros hermanos. No para juzgar con malas lenguas ni para delatar. Justos para poder aceptar a cada uno en su circunstancia y policías para cobijar al indefenso.

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