Devarim

Todas las historias tienen un cierre: sea nuestras vidas o los episodios que la componen. La novela es un género que nos ayuda a comprender este hecho incontrovertible, aunque en la vida real nos cueste aceptar los cierres. El desarrollo de una historia en el tiempo, su principio, el ordenamiento del material, y su cierre, son un buen ejercicio que nos enfrenta a la finitud. Cuántas veces pensamos acerca de un libro "no quisiera que termine". Siempre acaba. Lo final nos da una dual sensación de desazón y esperanza. La historia no sigue, pero siempre hay lugar para una nueva historia. Sea ficción o sea la vida real.

La poesía por el contrario, maneja recursos que si bien no escapan a la irreversible necesidad de ordenar elementos (texto, sentimientos, sensaciones, impresiones, vivencias, incluso hechos), permite una mayor independencia del factor temporal. Cuando leemos poesía eludimos espacio y tiempo para trascender. La metáfora, la aliteración, el ritmo, y tantos otros recursos poéticos nos descuelgan de lo cotidiano y consciente para acceder a emociones primitivas, esenciales.


El cine se sostiene en la narrativa; música y poesía se sostienen mutuamente. El teatro puede explorar ambas direcciones. Hay poesía que cuenta historias y hay novelas de alto contenido poético. Desde Shakespeare en adelante el asunto de la pureza de los géneros es sólo material de estudio. Nada es puramente una u otra cosa. Cuando leemos la Biblia (prefiero no usar el término "Torá" en este caso) nos encontramos con un texto de características muy particulares. No corresponde ni sería capaz de hacer una aproximación académica al tema. Sin embargo, hay una percepción clara de lo épico, lo puramente narrativo, lo poético, lo jurídico, lo moral, todo lo cual genera una experiencia lectora muy compleja. No me refiero a la mera inclusión de un poema en medio del texto, sino a ciertos usos del lenguaje, ritmos, reiteraciones y fórmulas que generan un efecto sensibilizador muy profundo.


El último libro de la Torá (Pentateuco) se llama "Devarim"; en el original hebreo palabras; en un hebreo más actual "devarim" refiere simplemente a "cosas", mientras que para decir palabras usamos "milim". Las palabras en definitiva denominan "cosas": nada existe sin una palabra que lo denomine. "A rose by any other name would smell as sweet" (W. Shakespeare, 1564-1616), o "a rose is a rose is a rose is a rose" (G. Stein, 1874-1946): discusión a través del tiempo sobre el lenguaje y sus efectos. El estudio de la Torá también supone eludir ciertas coordenadas que manejan nuestra vida cotidiana. Es por ello que tiene una dimensión poética y la metáfora se constituye en un recurso válido para su lectura.

"Devarim" se inscribe en esta paradoja del cierre por un lado y la nueva apertura por otro. El personaje Moshé que enfrenta su propio e íntimo final abre, por medio de sus "devarim" (palabras) el futuro para su pueblo. Los preceptos, las normas, las instrucciones para la guerra, la visión profética, el repaso de los acontecimientos, todo confluye hacia un mismo punto: el final, el cierre de la historia del Éxodo. Moshé sabe que con él acaba un tiempo. Su muerte anónima e inubicable es hondamente poética. El silencio y vacío que genera la muerte de Moshé contrasta con el peso de las palabras que constituyen su legado.

En el Shabat pasado, Shabat Jazón (visión), comenzamos a leer el libro de "Devarim" y arrancamos el tramo final de la lectura anual de la Torá. Al mismo tiempo recorremos los últimos dos meses previos a los Iamim Noraim; tiempo de cierres y aperturas, si los hay... Son tiempos que se construyen desde la palabra hacia los hechos, aunque muchas veces nuestros hechos no hacen honor a nuestras palabras, o incluso las traicionan. Tal vez la "visión" que da nombre al Shabat tiene que ver con pensar en cómo nos vemos a nosotros mismos. Cómo hemos cerrado capítulos de nuestra vida, cómo pensamos que podemos abrir nuevos, y cómo, en definitiva, sucede en los hechos. Igual que Moshé, debemos repasar nuestros "devarim" y aceptar que un tiempo, cualquiera sea, está llegando a su fin. La sabiduría consiste en saber, o tener al menos noción, de que apenas cerramos un libro otro se abrirá.

 

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