9 de av

Hace ya muchos años leí un libro cuyo título original en inglés es "The Book of Abraham"(1986), del autor polaco-francés Marek Halter. La novela narra el periplo de un pergamino a partir de la destrucción de Jerusalem en 70 DC hasta nuestros días, nuevamente en Jerusalém, cerrando una curva alrededor del Mediterráneo. Precisamente, mi impresión más fuerte cuando cerré el libro fue la percepción, muy bien construida por el autor, de un círculo que se cierra. Si Tishá BeAv conmemora en primer lugar la destrucción de los dos Templos de Jerusalém, siendo que la segunda a manos de los romanos fue la más devastadora, sería interesante pensar esta fecha sombría y triste como el comienzo de un largo camino de esperanza y redención.

Me consta que no estoy proponiendo nada nuevo. De hecho, el judaísmo consiste en manejar el tiempo en pos de un ideal de paz y redención. La esperanza está siempre implícita: "el año próximo en Ierushalaim", o "el que hace la paz en las alturas traiga la paz sobre nosotros" son formulaciones que usamos en muchos cierres de ceremonias u oraciones. Resulta sin embargo difícil entender en qué puede convocarnos una fecha como Tishá BeAv: el ayuno y la lectura de Meguilat Eijá (Lamentaciones) no constituyen precisamente un momento edificante. La esperanza se construye, y en ese sentido esta fecha tan sombría nos expone a una suerte de punto de partida por debajo del cual no hay más calamidad; más aún: el 9 de Av acumula más tragedias del pueblo judío. De allí en adelante todo puede ser mejor, y para eso trabajamos a través del culto y las buenas acciones. Como tantas otras fechas en el calendario hebreo, su origen puede ser histórico, concreto, agrícola, para luego desprenderse y convertirse en un estado el alma.

Nadie desea mal a nadie, pero es razonable pensar que todos pasemos en nuestras vidas desgracias personales, momentos que quedan como mojones más o menos trágicos o simplemente tristes. Algunos tienen que ver el inexorable pasar del tiempo y suponen una mayor aceptación; otros son experiencias dolorosas muy prematuras, a veces inesperadas, que nos exponen al dolor y la oscuridad. Como esos judíos que escaparon de la Jerusalém en llamas hacia Egipto, como narra la novela de Halter: ¿cuál era el camino a seguir? "Elegirás la vida" (Deuteronomio 30:19) es una frase recurrente en la tradición judía. Creo que es inherente a la especie humana; la sabiduría del judaísmo ha sido construir sobre este instinto una visión del mundo y del sentido de nuestra misión en él.


Si como judíos hoy podemos regocijarnos del tiempo que nos toca vivir, tal como propone Iosef Klein Halevi en su columna traducida en este sitio, también como individuos podemos entender que todo momento trágico será, más tarde o más temprano, el inicio de un camino de reconstrucción y esperanza. Cambiarán los parámetros y paradigmas de nuestras vidas así como cambió el judaísmo; llevaremos con nosotros el duelo y la tristeza en un rincón de nuestros corazones del mismo modo que leemos Eijá cada año; recordaremos siempre aquello que hemos perdido como cuando rompemos la copa en un casamiento; pero la vida nos propondrá nuevos desafíos y seremos capaces de sentir nuevas emociones y construir nuevos vínculos, del mismo modo que como pueblo no sólo nos adaptamos sino que finalmente tomamos nuestro destino en nuestras manos.

En una ocasión asistí a un panel donde la consigna era proponer textos de nuestra tradición que nos brindaran consuelo y esperanza. El rabino Alfredo Borodowski propuso la oración que cada judío puede recitar cada mañana agradeciendo su despertar. Cada mañana cuando abro los ojos, momento más o menos, tengo consciencia de esa percepción. No recito la plegaria, pero, con la percepción a la que alude, tengo bastante.

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