Estrecheces

Siempre he sostenido que una de las formas de "medir" (si esto es no sólo posible sino válido) nuestro judaísmo es nuestra mayor percepción del calendario hebreo. Cuan apegados estamos al calendario da al menos una pauta del lugar que el judaísmo ocupa en nuestras vidas. Algunos circuncidan a sus hijos y entierran a sus padres según el rito judío; otros rezan tres veces al día y recitan la bendición de los alimentos después de cada comida; en el medio el espectro es casi infinito en sus variaciones.

Para la mayoría de nosotros hay fechas y tiempos de las cuales simplemente no tenemos idea, a menos que estemos involucrados en actividades comunitarias.

¿Quién es consciente de los cuarenta y nueve días del Omer? Aquel que asiste regularmente a una sinagoga y cuenta cada día al terminar el servicio. Más aún: ¿quién recuerda Shavuot? Los padres que mandan a sus hijos a una escuela judía porque son vacaciones imprevistas.

En estos días atravesamos un tiempo en nuestro calendario llamado "bein hameitzarim", "entre las estrecheces": va del 17 del mes de Tamuz al 9 del mes de Av. Históricamente, corresponde con la destrucción de las murallas de Ierushalaim a la destrucción de los dos templos, respectivamente. Con el correr de una historia llena de eventos trágicos varios de ellos fueron acumulados el 9 de Av, Tisha BeAv; por ejemplo, la expulsión de los judíos de España en 1492. En suma, son tres semanas sombrías y tristes donde de alguna sabia manera concentramos todas nuestras tribulaciones milenarias y se resalta nuestro perfil de víctimas del odio y la destrucción por parte de otros pueblos.

Sin embargo, y aunque las amenazas de destrucción y exterminio siguen vigentes desde varios rincones del orbe; aunque aún no se enfrían las cenizas de Auschwitz; aunque el Estado de Israel deba armarse hasta los dientes y las comunidades de la diáspora protegerse con eficacia; aun en estas circunstancias, no cabe duda que el personaje de víctimas, por el momento, es no sólo un poco anacrónico sino que tampoco contribuye a desarrollar identidad. El mundo ha elegido sus víctimas en otros grupos: los Palestinos, los pueblos hambrientos de África, o las víctimas de la guerra civil en Siria, por citar sólo tres casos. Los judíos ya no somos víctimas, y nos hacemos flaco favor cuando nos percibimos a nosotros mismos como tales. Es un discurso perimido y peligroso para nuestra propia identidad. Porque no sólo no somos sino que no nos comportamos como tales.

Tal vez valga le pena intentar la re-significación de estos días de "estrecheces" desde otra perspectiva. En lugar de construir identidad judía desde afuera hacia dentro, desde la persecución y al antisemitismo, la Shoá por ejemplo, construir desde dentro hacia fuera, rescatando valores implícitos en muchos de nuestros rituales y fechas. Más allá de la circunstancia o coyuntura histórica, existe un valor subyacente mucho más profundo y permanente que debemos desenterrar y desempolvar para dotar de mayor profundidad a nuestro ser. El judaísmo no se sostiene solamente en la mera tradición y trasmisión activa sino en los valores que se trasmiten. La obsesiva repetición de un ritual o una historia no garantizan la continuidad; es la noción de lo profundo, aunque no del todo inteligible, aquello que nos aferra.

"Egipto" en hebreo se escribe igual que "estrecheces": la raíz son las letras hebreas "mem", "reish", y "tzadik", MZR en nuestra fonética. En Pesaj salimos de las estrecheces a la libertad; en Tamuz entramos en ellas. En Pesaj éramos esclavos o estábamos esclavizados; en estos días elegimos entrar un tiempo de recogimiento y solemnidad, de memoria y reflexión. Las catástrofes que conmemoraron nos fueron históricamente impuestas, pero está en nosotros dotarlas de un significado reparador.

La propuesta es pensar nuestras estrecheces como propias y no como ajenas o venidas desde fuera. El famoso midrash del Talmud babilonio (Gittin, 56ª) "Kamtza & Bar Kamtza" explica la destrucción del segundo templo por el odio gratuito entre hermanos; merece una lectura aparte. Cualquiera que esté medianamente al tanto del acontecer del mundo judío todo, desde los conflictos en el Muro de los Lamentos, las políticas persecutorias del Rabinato de Israel, o los conflictos mezquinos y pueblerinos de cualquier pequeña comunidad en la diáspora, puede reconocer que no somos ajenos a lo estrecho, no sólo en estos días del año. Tal vez estos días debieran servir para pensar que, si las calamidades acontecieron a todos los judíos (esenios, fariseos, o saduceos en el siglo I; reformistas, conservadores, y ortodoxos en el siglo XX), la absurda y persistente ofensa de unos hacia otros no es precisamente constructiva. Porque mientras que los nombres Kamtza y Bar Kamtza resaltan lo similar y funcionan en el plano simbólico, la realidad tiene nombres propios e historias concretas. Cada uno de nosotros carga con sus propias calamidades.


Cuando no invitamos; cuando negamos o rechazamos hospitalidad, estamos actuando en oposición a las enseñanzas del Génesis, cuando la tienda de Abraham estaba abierta hacia los cuatro puntos cardinales y el agasajo del huésped era la base de la convivencia. Del Génesis en adelante las cosas se complejizaron un poco, por eso siempre es bueno volver a lo básico, ya sean las enseñanzas de nuestro patriarca Abraham o de Hillel el Sabio: no ofendas al prójimo. La ofensa, el desconocimiento consciente, la desvalorización, la mentira y la calumnia, son todas estrecheces que llevamos con nosotros. No precisan conmemoraciones históricas. Lo que parece sensato es tener un tiempo para pensarlas.

· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos