Noventa

El número "noventa" no es especialmente místico ni simbólico en la tradición judía. No se compara con un "siete", un "diez", o incluso un "trece". La canción de Pesaj "Uno, ¿quién sabe?" habla de nueve lunas para el nacimiento. Matusalén vivió 969 años: ahí hay no uno sino dos nueves. Nueve viene antes de diez, noventa antes de cien. Hay algo incompleto en un nueve o un noventa: sin un cero a la derecha o con varios ceros a la derecha el nueve no habla de completud pero sí de que llegamos muy cerca.

 Obtener una calificación de 9 o 90 no está nada mal, en cualquier sistema. En estos días, sin embargo, el mundo celebra los 90 años del Presidente del Estado de Israel Shimon Peres. Basta ver la larga y jerárquica lista de invitados a su Conferencia anual en Jerusalém para comprender la magnitud de la hora.

A poco más de un mes de su cumpleaños formal el 2 de agosto próximo, que Peres llegue a los noventa es motivo de celebración. Que llegue no sólo en pleno uso de sus facultades sino ejerciendo su mandato en forma activa y proactiva es verdaderamente motivo de celebración.

El Estado de Israel celebró este año sus primeros 65 años. Sabemos que Peres, como todos nosotros, algún día dejará de cumplir años; el Estado no: nuestros hijos podrán celebrar sus cien años en 2048. Por eso celebrar los noventa de Shimon Peres es casi, casi, un evento nacional. Porque si bien la brecha de veinticinco años entre el Estado y el Presidente es indiscutible, como sólo los números lo son, el cumpleaños de Peres nos permite construir un paralelismo casi obvio: ningún otro líder permanece no ya en actividad sino simplemente vivo que haya acompañado y sido parte medular de la creación y desarrollo del Estado de Israel. Si Peres finalmente llegó a este puesto a esta altura de su vida ello no es solamente un premio y reconocimiento a su trayectoria sino la chance, por parte del Estado, de ser representado por un Jefe que encarne su propia historia, espíritu, y transformaciones. En sus noventa años Peres es Israel.

La historia política de Peres es una historia de derrotas personales en contraste con enormes logros colectivos. Se dice que sus derrotas obedecen a su falta de carrera militar en el frente. Sin embargo, Peres está detrás de los mayores logros del Estado en materia militar, fue el gran gestor tanto en la guerra como en la paz: desde los aviones Mirage que el Ejército de Defensa de Israel incorporó en los años cincuenta a los Acuerdos de Oslo de los noventa, Peres fue artífice y protagonista. Su tenacidad aun en las más contundentes derrotas políticas hablan de su compromiso con el sionismo y el Estado. En un medio donde los egos predominan y determinan, en muchos casos, los acontecimientos, da la impresión de que en Peres el ego es un tema si no menor, secundario. Supo ser el segundo de muchos: Rabin, Sharon, Olmert; supo tejer alianzas poco creíbles; supo dar una y otra batalla desde trincheras diferentes. Claramente, su afán era "estar", poder influir, poder generar nuevas realidades para su pueblo y la región. Más allá de sus motivaciones personales, los hechos y la historia demuestran esta lectura de su vida política y nacional.

La generación de los "padres fundadores" (tomando prestado el término norteamericano) ha desaparecido. Que el Presidente del Estado, aun en su rol meramente protocolar, sea un hijo de esas generaciones otorga una dimensión simbólica clara e inequívoca acerca de la naturaleza y razón de ser del Estado. Con un elenco de políticos nuevos y jóvenes, con una fragmentación del espectro político y la sociedad jamás imaginada, con nuevos desafíos y amenazas en el vecindario, Peres Presidente le da al Estado, y al pueblo judío, un anclaje y una profundidad conceptual que de otra manera no tendríamos. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, podemos recorrer su carrera política y reconocer en ella la historia del propio estado. Peres Presidente nos pone por sobre ese plano cotidiano y cambiante para apelar a valores fundamentales, a visiones casi proféticas, a ideales. La historia del Estado de Israel, la historia del Sionismo, es una constante tensión entre los ideales nacionales de un pueblo y sus circunstancias históricas. Nadie puede discutir la oportunidad histórica que habilitó la creación del Estado, como nadie puede discutir que los olas de inmigrantes han obedecido a circunstancias concretas en los países de origen (llámese Argentina o Uruguay 2001/2002 o Unión Soviética 1990 en adelante). Tampoco es discutible que sin los ideales de los grandes teóricos del Sionismo y el Judaísmo el Estado hubiera sido algo muy diferente. Por citar sólo un ejemplo, sin Eliezer Ben Iehuda no tendríamos hoy un solo idioma común, el Hebreo.

Shimón Peres supo ser gestor y realizador, moviéndose en las movedizas arenas de la política. Hoy su pueblo y su Estado lo han "ungido" como una suerte de figura por encima de etnias, denominaciones, clases sociales, ideologías. Shimón Peres es Israel. Gracias a él Israel es mirado con respeto y consideración; sus palabras no son sólo escuchadas, sin buscadas; su mera presencia convoca. El hombre ha obtenido, en el crepúsculo de su vida, el reconocimiento que tal vez lo eludiera a lo largo de sus años de trajinar político. No sólo se lo merece él, sino todos nosotros como judíos, sionistas, y por supuesto ciudadanos de nuestro Estado.

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