Evolución y Pésaj

La película uruguaya “Rincón de Darwin” disparó algunas asociaciones espontáneas y sin mayor rigor pero que vale la pena compartir. Después de todo, un texto artístico donde predominan las imágenes y los silencios por sobre los escasos diálogos, donde “no pasa nada” (un leitmotif de buena parte del cine uruguayo a esta altura de su breve historia), da lugar precisamente a la asociación libre, casi psicoanalítica. Aun cuando mi vecina de butaca se empeñaba en explicarle la película (por demás obvia y lineal en su argumento) a su anciana madre, aun cuando el resto del público entendía que estaba viendo una comedia “para reírse”, aun cuando los vecinos de la siguiente fila jugaron con sus celulares toda la película, aun en esas circunstancias, pudo ejercer sobre mí ese efecto provocador de asociaciones e ideas.

Todo viaje por lugares que conocemos supone recordar. Las locaciones de la película, todas ubicadas sobre la Ruta 1, la zona de Colonia Suiza, y Carmelo, supusieron un dejá-vu personal. Puentes que uno ha cruzado decenas de veces, paisajes que nos han acompañado en tardes de silencio y camino. De igual modo, cuando uno celebra el Séder de Pésaj y enfrenta una vez más el viaje que el ritual de la Hagadá supone, se produce el efecto dehaber estado ahí. Son los mismos paisajes, las mismas historias, la misma comida; probablemente lo único que cambia es uno mismo; no en vano la primer pregunta que hacemos es “¿qué ha cambiado esta noche?”. La travesía de los personajes de “Rincón de Darwin” es de apenas dos noches y tres días si la comparamos con los cuarenta años en el desierto de nuestros antepasados, pero los cambios están claramente sugeridos. Las proporciones bíblicas son siempre un poco exageradas, lo uruguayo es más modesto, “tranquilo”, mucho menos pretencioso. Con una vieja camioneta Ford y sin muda de ropa se construye un viaje personal por el desierto interior de cada uno. Aun cuando las praderas, tal como describe Darwin, sean lujuriosamente verdes.

Darwin es sinónimo de evolución. Concluye que las especies que sobreviven son aquellas que se adaptan más fácilmente, no los más fuertes ni más inteligentes. Hay quienes sostienen que el tiempo histórico no existe y que, esencialmente, en Pésaj seguimos celebrando lo mismo a lo largo de más de tres mil años como mandato divino; hay una suerte de esencia inmutable: en algún momento la evolución se detuvo y quedó fijada. Hay quienes entendemos lo contrario: tanto Pésaj como todo el sistema de valores, ritos, y ley judía son el producto de una “especie” sumamente adaptable. Vale aclarar que los judíos no somos una especie aparte como algunos han intentado sugerir, sino una“especie” como metáfora. El asunto de la adaptabilidad judía frente a las circunstancias del entorno y los cambios históricos está muy claro en la transición del tiempo del Templo al tiempo de las sinagogas y Los Rabinos; el quiebre no fue súbito, el proceso ya estaba en marcha y permitió salvar el judaísmo de ser enterrado con el Templo y con Jerusalém, y más adelante bajo el Cristianismo o el Islam.

Cualquier road-movie tiene que ver con la idea de libertad. La idea de manejar en pos de algún objetivo supone siempre una liberación personal: “Thelma&Louise” en busca del Cañon del Colorado; “Little Miss Sunshine” en busca de un título de belleza frívolo que habilita varias liberaciones en el camino; el propio “Forrest Gump” corriendo por los EEUU. “Rincón de Darwin” supone liberaciones “a la uruguaya”, sin grandes aspavientos ni declaraciones, sin finales abruptos o espectaculares, sino una suave curva en el camino, un espontáneo cambio de rumbo.

Por último, el cansino ritmo del cine uruguayo, del cual “Rincón de Darwin” no es la excepción, supone una noción del tiempo muy judía, muy terrenal. Cada minuto, cada hora, cada día cuenta, aun cuando no pase nada en la realidad objetiva; en la vida interna del personaje, el ser humano, algo siempre está sucediendo. Los apuntes dados por los relojes electrónicos con sus combinaciones casi cabalísticas sugieren que el tiempo tiene significado por sí mismo. Dicho en términos religiosos, el tiempo está santificado. Las dos noches y tres días en las rutas de la patria no pasan en  vano para ninguno de los personajes, como no pasa en vano el año que va de Pésaj a Pésaj en la vida de cada uno de nosotros. No sólo en nuestra dimensión judía, sino en nuestra dimensión humana. Humana como en “especie humana”.

Parafraseando al gran T.S. Elliot en su “TheHollowMen” (Los Hombres Vacíos), la película no termina con un “golpe” sino con un susurro; ni siquiera un “quejido” como escribe Elliot en el original (“notwith a bangbut a whimper”). La película no termina declarando, como en la Hagadá, “el año próximo…”, porque nadie sabe dónde estará el año próximo. La construcción de la esperanza en la que el judaísmo se ha empeñado a través de los siglos está aparentemente ausente. Sin embargo, como en toda la película, los silencios son más elocuentes que los diálogos y sugieren más esperanza que, en ese contexto, cualquier declaración de cierre.


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