Ortodoxia, la otra cara

¿Cuándo vamos todos  a entender que todos somos el mismo pueblo? Así finaliza su artículo traducido y reproducido en tumeser.com esta  semana Shmuely Boteaj acerca de moralidad y ortodoxia. Los planteos que hace el rab Boteaj nos han parecido no sólo relevantes sino sobre todo honestos y frontales, defendiendo su estilo de vida y sus opciones pero reconociendo los desafíos que presentan. Como toda propuesta reflexiva o autocrítica despierta reacciones y pensamientos relacionados.  Antes de hacerse esa última pregunta tan válida y tan genérica Boteaj escribe acerca de los judíos “laicos”: “Muchos judíos laicos ven a los hombres religiosos con sus tapados negros y a las mujeres con pelucas como algo primitivo.

Es triste no saber apreciar a aquellos que viven vidas fieles a la tradición”. Cierto: es triste no saber apreciar a aquellos que viven fieles a su creencia. Para muchos de nosotros, los judíos ortodoxos que visten de negro y las mujeres ortodoxas que usan peluca no son “primitivas” sin diferentes, pero podemos reconocer que han hecho su propia elección. Lo que resulta más difícil es que  los ortodoxos de los cuales Boteaj habla y critica en sus estándares morales sepan reconocer las opciones que el resto de los judíos elegimos.

En inglés se dice “jew by choice” al que en un arcaico castellano llamamos “converso”; algunos tratamos de decir  “judío por elección”. Históricamente hemos desarrollado una tendencia a deformar el significado de palabras para convertirlas en fuertemente peyorativas: “goy”, que es literalmente “otro pueblo”; “shikse”, que es un mujer no judía; “mamzer”, que es alguien nacido fuera de un matrimonio judío formal, son todos ejemplos de terminología que se torna despectiva. Sale tanto de boca de los vestidos de negro comode quienes usamos pantalón corto y sandalias en verano.  Acaso en el uso de ese lenguaje  “somos el mismo pueblo”.  Nadie puede realmente convertirse como se convierte Supermán o la Mujer Maravilla, ser en una misma persona una y otra cosa; uno es esencialmente uno solo, una unidad. Por eso me gusta el concepto de “elegir ser judío”, un concepto muy manido en los círculos liberales con los que me identifico. De hecho decimos que todos somos judíos por elección.  Me gustaría pensarnos a todos como electores libres y autónomos de nuestra identidad. El tema entonces es elegir qué judíos queremos ser. Sin embargo, para “ser”, o existir, hace falta el reconocimiento. Cuando dios crea el cielo y la tierra y separa uno de otro reconoce y declara que “son buenos” (Génesis 1:1, 1:5), válidos.
 
Ahora bien: los judíos laicos no tenemos problema en reconocer como judíos a los que visten de negro y usan peluca. Son peculiares, arcaicos, cerrados, y un montón de adjetivos más. Pero son judíos. Algunos han nacido en el seno de familias ortodoxas y otros han elegido serlo en su vida adulta, pero en algún lugar todos eligen ser o no ser. Su obsesión por las reglas y la observancia, tal como lo señala Boteaj, puede llevarlos a cierta insensibilidad o a ignorar situaciones complejas de sus propios hijos o integrantes de su comunidad, algo que desde este lado del judaísmo cuestionamos. De este lado del espectro hay judíos que no adherimos prácticamente a ninguna norma de la ley judía excepto aquellas que cumplimos aun sin conocimiento consciente, como por ejemplo “dar bienvenida a los huéspedes”, “unirnos y multiplicarnos”, o “ayudar al prójimo”, y otras del mismo tipo; o algunas más específicas como hacer el “brit milá” a un hijo o escuchar el shofar en Rosha Hashaná. Difícilmente un judío no cumpla al menos una “mitzva”. Por cierto mayormente no comemos kasher y sí comemos “tref”; no cumplimos las prohibiciones de Shabat aunque muchos de nosotros sí lo “recordamos” y “cuidamos” (Deuteronomio 5:12-15), a nuestra manera. En suma, no nos preocupa cumplir sino sentir. Muchos ortodoxos consideran que estamos lejos de “cuidar” en el sentido bíblico.

 Somos efectivamente el mismo pueblo. Contamos las mismas historias. Unos ponen el hincapié en la acción, mientras otros en el sentimiento. Nadie puede negarle su judaísmo a nadie, pero algunos han hecho de su vida un apostolado misionero judío para judíos, rescatando “infieles” de las garras de la helenización. Por eso no podemos reconocer los tapados negros ni las pelucas como semejantes, porque el reconocimiento no es mutuo..

En definitiva, como señala Boteaj, se trata de cuestiones morales por sobre cuestiones halájicas. Que lo escriba uno que no es observante no es válido; que lo escriba un orgulloso y autocrìtico ortodoxo es todo un desafío que nos gusta encarar y compartir. Sólo un verdadero y mejor diálogo entre judíos acercará las diferencias entre unos y otros. Tanto esfuerzo dedicado a la confraternidad entre religiones, es una pena que no dediquemos el mismo esfuerzo puertas adentro.


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