David Hartman Z"L

El mes de Shvat de este año 5773 del calendario hebreo ha sido un mes luctuoso. A poco de comenzado, en el décimo día, fallece inesperadamente nuestra querida Ría Okret; al final del mes, en Rosh Josdesh Adar, nos enteramos del fallecimiento del rabino David Hartman en Jerusalém. Ambos, desde sus distintos ámbitos, ejercieron una poderosa influencia sobre nosotros y contribuyeron con una búsqueda ávida y al principio casi inconsciente de un judaísmo más significativo y de valores. Así como resaltamos en Ría su contagiosa capacidad de realización y concreción junto a una apasionada discusión de ideas que contribuyeron a la realidad judía de la NCI en particular y Montevideo en general, el legado de David Hartman ha sido inspirador para proyectos locales como “3030”, “radiomaná”, “tumeser.com” , la “Hagadá Latina”, o grupos de estudio con académicos y pensadores judíos invitados. Uno no puede entenderse a uno mismo como judío sin el aporte de personas como Ría Okret y David Hartman.


Cuando conocí a David Hartman en su instituto en Jerusalém, dirigido por su hijo Donniel, ya estaba muy enfermo. Sin embargo, durante tres veranos pude escucharlo en sus multitudinarias conferencias en el marco del Seminario para Lïderes comunitarios del instituto junto a un centenar de rabinos que estaban allí para estudiar en sus programas específicos. Como en los grandes eventos, había que ocupar sillas con antelación. Era una hora y poco de profundo silencio y fascinación cuando finalmente David Hartman se acomodaba en la mesa y comenzaba a hablar. Su deterioro físico era evidente; su lucidez mental estaba intacta. Daba la conferencia en inglés, su idioma natal, pero salpicado copiosamente por hebreo en las citas bíblicas y talmúdicas e idish cuando buscaba el humor y la distensión. Si bien no era un diálogo, dada la magnitud de su audiencia, había una intimidad que se generaba desde David hacía el público presente. Desde las anécdotas de su padre Shalom y su Brooklin natal, pasando por su pasión por la NBA, hasta su sutil pero directa ironía respecto al establishment rabínico de Israel, escuchar a David Hartman era simplemente un placer. Al salir del Bet Midrash una vez finalizada la conferencia, disfrutando la cálida y seca noche jerosolomitana, uno sentía que había estado mucho más cerca de algunos “esenciales” del ser judío. Lo más vivencial, sin embargo, es que todos quienes habíamos asistido a la charla salimos al patio con una misma sensación compartida en comunidad;  sólo que esta vez la comunidad que se generó fue en torno a David Hartman.

En junio de 2010 me acompañó, por su propia iniciativa y muy entusiasmada, Ría Okret. Éramos dos uruguayos en medio de una multitud de estadounidenses y canadienses, y un holandés. Ese año invité a mi hijo, estudiando en la Bezalel Academy of Arts de Jerusalém, a escuchar la conferencia de Hartman. El evento se llamaba siempre “An evening with David Hartman”. No había tema. David Hartman era tema por sí mismo. Su hijo Donniel le sugería un tema en relación a lo discutido en el Seminario ese verano, pero David sostenía el hilo del asunto apenas unos minutos; luego se embarcaba en sus increíbles viajes filosóficos, críticos, irónicos, y sobre todo profundos y conceptuales acerca del judaísmo tal como él lo predicó: un judaísmo de sentimientos y vivencias, no de normas y atajos legales. Siendo él y su familia profundamente  observantes, jamás lo escuché hablar de asuntos de halajá ni rezo, ni de cómo había que hacer tal o cual cosa, sino del amor que inspiraba su halajá y la de su familia, de los valores morales y éticos que no sólo son causa de la halajá sino que, según su concepción, la preceden. En especial, su feroz ironía acerca del celo sobre la kashrut entre las corrientes más y más ortodoxas y cerradas era especialmente disfrutable. “Just give me plain kosher” era su latiguillo. O cuando alguien le preguntó cuál era la mejor parte de su Shabat y contestó “la siesta”, en un idish popular que hasta yo entendí. Sí, era por momentos irreverente, pero cada uno de sus conceptos era Torá.

Yo conocía una Jersualém ubicada al norte de la ciudad, donde desemboca la Ruta 1 que une la capital con Tel-Aviv; de allí la calle Yaffo hasta la puerta del mismo nombre de la ciudad amurallada, pasando por el centro; hacia el este, los barrios de Ramot y luego la Colina Francesa y el Monte Scopus. En ese entorno Jerusalém se había convertido, en treinta años, en una ciudad de los ultra-ortodoxos, infatigables caminantes en búsqueda del misticismo y vaya uno a saber qué más. Todos iguales, de negro, parados en los semáforos, esperando “trempim” (hacer dedo) para llegar a algún lado. Barrios enteros transformados en guettos ultra-religiosos. Esa Jerusalém me resultaba muy poco atractiva. Cuando asistí al Instituto Hartman por primera vez, ubicado al sur, casi al borde la Colonia Alemana y a pasos de la calle Emek Refaím, descubrí otro Jerusalém, uno cuyos habitantes también buscan el misticismo y el judaísmo pero se parecen más a mí. En un entorno jerosolemitano inspirador, frente a las murallas de la ciudad vieja, con paisajes que se vuelcan sobre el desierto de Judea y el Mar Muerto que se adivina detrás de la bruma, encontré el discurso que estaba buscando para mí judaísmo: el de David Hartman, el de sus hijos Donniel y Tova, y sus alumnos y colegas en el instituto.

Sólo jamás lo hubiera podido formular. Aun con grandes maestros y rabinos como Daniel Kripper, Alejandro Bloch, y mi amigo Ariel Kleiner, aun con conferencistas invitados como el rabino Daniel Fainstein o el rabino Alfredo Borodowski (que trabajó en Hartman), hubiera sido difícil construir, desde una comunidad sumida en sus realidad cotidiana, un discurso de apertura, pluralismo, y significación. No sólo se necesitan vocaciones urgentes y mentes brillantes, sino las condiciones dadas por un centro de estudios, un oasis en medio de la vorágine política de las denominaciones y facciones que son parte esencial e ineludible de nuestro pueblo. David Hartman supo entenderlo y tuvo la capacidad de construirlo. Tal vez el desafío sea recrear el modelo en otra escala y otra realidad en el seno de nuestras comunidades. Si bien mi proximidad con David Hartman fue relativa y acotada, bastó para permitirme una experiencia única. El resto está todo allí, en su instituto, guardado y desarrollado por sus hijos y alumnos, y por todos quienes como Ría y yo supimos encontrar en él inspiración y respuestas.

Que su alma este enlazada con el flujo de la vida.


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