De reyes & pueblos

Debo reconocer que siempre he tenido una fascinación por la realeza. Incluso admito que no me hubiera molestado ser súbdito de una monarquía constitucional como la británica. Amo desde Shakespeare a The Beatles pasando por Enid Blyton, “Upstairs, Downstairs”, y Julie Andrews. La realeza británica me parece particularmente glamorosa e interesante por la sordidez que la atraviesa y que salió a luz a raíz de la presencia de la famosa “Lady Di”, pero especialmente, y tal vez por eso todo resultó de ese modo, me interesa porque es la familia real que más cree su propia historia. Ha de ser muy difícil pertenecer a esas familias si uno no cree lo que es, cualquiera sea la naturaleza de su “nobleza”. No en vano un futuro rey abdicó antes de ser coronado y el que debió asumir lo hizo no sin dificultad (“El Discurso del Rey”, 2010). Hay varias decenas de familias reales y mediáticas en Europa, vestigios de épocas pasadas. Algunas muy bellas, como los Grimaldi, cuya genética no deja de asombrarme. Otras muy formales y correctas, como los Borbones de España, que han empezado a mostrar su lado oscuro hace ya unos años  con un rey en franco deterioro de imagen, cuando en su momento supo ser todo un líder. En estos días ha ocupado la portada de los diarios la familia real de Holanda, cuya reina ha abdicado a favor de su hijo. Además de ver en vivo y en directo la carroza que inspiró a Walt Disney para su “Cenicienta”, veremos la primera reina argentina ser coronada; no, no es Susana Giménez ni Valeria Mazza, esta es una reina de verdad: de la alta sociedad porteña a reina en Europa. Grace Kelly versión siglo XXI. Por fin los argentinos tendrán su reina.

Ante esta abdicación tan generosa y simbólica por parte de Beatriz de Holanda uno se pregunta qué espera Isabel de Inglaterra para dejar que su hijo casi septuagenario pruebe el gusto del verdadero poder, que sea rey. Qué hace que una monarquía maneje sus propios tiempos y la otra confíe en las leyes naturales de la vida, mientras alguien que se preparó sólo para ser rey languidece y envejece viendo crecer a la nueva estrella del firmamento real europeo, su propio hijo. Dicho así, toda esta disquisición acerca de la realeza europea suena mito, a historia fundacional, o a simple cholulez. Sin embargo, las monarquías tienen la cualidad de otorgar estabilidad y dimensión histórica. No sucede lo mismo con un Presidente jefe de Estado como en Italia o Israel, tan electo como el gobierno de turno. Una monarquía es una institución cara para su pueblo pero que simboliza su estabilidad.

Nuestra historia y tradición nos cuentan que si bien como pueblo quisimos un rey y prácticamente nos lo auto-impusimos a pesar de las advertencias proféticas, por un tiempo la monarquía cumplió su misión. Las tribus de Israel devenidas en reino tuvieron su cuarto de hora para caer luego en un cisma profundo que terminó con la destrucción y desaparición de buena parte del pueblo. Los reinos de David y Salomón quedaron como imagen y símbolo de una época dorada de conquista y dominación, para luego caer en la auto-destrucción por guerras fratricidas y amenazas externas.  Ni los Hijos de Israel entonces ni los judíos después creímos nunca en la monarquía como algo natural e inherente a nuestra naturaleza como pueblo. El sistema democrático israelí más bien refleja las profundas divisiones de la sociedad y las ideas, dando espacio para las ambiciones personales a través de la creación permanente de nuevos partidos y alianzas. La mera discusión de quién ganó o perdió las recientes elecciones demuestran lo relativa que resulta la realidad. Frente a la estabilidad monárquica europea, esto es, como bien lo definió Donniel Hartman, política de “shuk”, de mercado.

Todos sabemos, y los israelíes más que ninguno, que necesitábamos un rey. Así como Saúl fue un rey forzado a falta de uno mejor o más carismático, y por cierto cumplió una misión fundamental en la lucha contra la amenaza filistea que llegaba desde Gaza y aledaños (oh ironía), “Bibi” Netanyahu es un “rey” a regañadientes. No por parte suya, por cierto, que bien le gusta el puesto y el “trono”, pero sí a regañadientes del pueblo que lo asume como líder a falta de alternativas mejores. Con toda  la sorpresa que causó la votación de “Yesh Atid” obteniendo diecinueve escaños de ciento veinte en su primera elección, nadie piensa en Yair Lapid como un joven David que pueda enfrentar a los Goliat que nos rodean ni hacerse cargo de conducir a Israel. No todavía, al menos.

Tal vez el anciano pero vital Shimon Peres represente hoy una figura real en un sentido salomónico. A pesar de ser un político central en la historia del Estado de Israel, Peres ha sido un político perdedor, mal que nos pese. Cuando finalmente asume la Presidencia (no sin haberla perdido antes frente a Katzav, nada menos), la historia le da la oportunidad de redimirse y pasar a la Historia grande como un Presidente involucrado, sabio, y respetado. Se lo merece por todos sus servicios a la causa. Sin embargo, es un rey que apenas reina y a quien el sistema político mantiene a raya. Pero de alguna manera representa a todo Israel, ha trascendido su propio origen.

Todos los países tienden a entronizar a sus líderes de turno. El Presidente de los EEUU es poco menos que “real” en actitud y protocolo. Cuando la institución es más fuerte que los hombres que la ejercen, estamos ante una suerte de “realeza” no formal, algo que se da por sentado y por natural. La realeza une, aun cuando  la realidad sea compleja y vasta. Sin embargo, los países altamente politizados y fraccionados no toleran el concepto de realeza. Por eso el Presidente Mujica de Uruguay ha sido ensalzado por su “pobreza” y humildad. En Uruguay se paga muy caro “creérsela”, sentirse “royal” o perteneciente a una casta; basta ver cómo el pueblo ha castigado la soberbia de Danilo Astori una y otra vez, aun cuando reconoce su brillantez y su rol central en los últimos dos gobiernos. Mujica, sin embargo, una vez convertido en Presidente, se ha convertido en el oráculo de la verdad y todos aplauden su pretendida sabiduría y picardía. Martín Fierro devenido Presidente.

Cada pueblo y país adopta el régimen que mejor le parece. Algunos, como Argentina, insisten en figuras cuasi-dictatoriales bajo un barniz democrático; otros eligen presidentes populistas y autoritarios, como Venezuela, Ecuador, o Rusia; otros dejan la política a los políticos y conservan su esencia y naturaleza a través de sus reyes; y otros manejan sus divisiones y dinámica a través de sistemas democráticos que apuntan al colectivo, como Uruguay e Israel, a pesar de las diferencias del sistema. Cuando surge un líder natural, todo resulta más fácil. Entronizar un líder no significa volvernos monárquicos, sino reconocer su rol y su capacidad de poder, decisión, y realización. Cuando el líder falta, la sociedad lo siente. Sucede aquí en Uruguay, mientras que en Israel está todo en suspenso hasta tanto no se forme una nueva coalición; acerca de cuya duración todos son escépticos.


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