Elecciones

La semana próxima se llevarán a cabo elecciones en Israel. Lamentablemente, la incertidumbre es muy baja: todos presuponen que sólo Benjamín Netanyahu estará en condiciones de formar un gobierno. El interrogante será con qué mayorías y a qué costos políticos para él y el Likud y para Israel en general. Netanyahu es un político que apuesta al statu-quo, de modo que es esperable que su gabinete busque una mayoría cómoda con los menores costos políticos posibles; en caso de tener que optar, seguramente se inclinará siempre por políticas más conservadoras y defensivas en política exterior, refugiándose en partidos más de derecha, mientras que en lo interno tratará de mantener la calma y sus políticas liberales; si sobrevivió sin mayores consecuencias al movimiento de los “indignados” es señal de que su fortaleza política hoy es incontrastable.

La otra cara de la futura coalición de gobierno es lo que constituye la “oposición”: cuál de todos los partidos decidirá integrar el gobierno y cuál intentar constituirse en oposición. La fragmentación es tal que cualquiera sea la ecuación política resulta irrelevante.

El único que parece tener los votos, el plan, y el liderazgo es Netanyahu desde el Likud. El resto es una lucha casi infantil por asientos en la Knesset. Como en las pasadas elecciones en Argentina, se sabe que una oposición existe, una porción importante del país que le gustaría ver cambios de política y estilo; pero no existe liderazgo suficiente ni agrupamiento posible.

Como en el fútbol, los campeonatos se ganan cuando un equipo cuenta con un “crack”, un jugador que haga la diferencia: desde Messi, Maradona, o Pelé a Ronaldo o Forlán, tiene que haber un jugador que marque la diferencia. Los buenos equipos ganan y pierden, los equipos con una estrella ganan siempre; o casi siempre. Igual en política: el Frente Amplio precisó a Tabaré Vázquez para ganar por primera vez el gobierno municipal y el gobierno nacional. Los partidos tradicionales uruguayos siguen buscando el líder que en unbalotage pelee contra un Frente Amplio afianzado en el poder y amparado por la bonanza económica de los últimos ocho años.

En Israel Netanyahu es el líder por descarte; no hay otro. Si por alguna razón él no estuviera, la lucha electoral sería mucho más pareja porque sería entre líderes circunstanciales, no líderes “naturales”.  El Laborismo en Israel finalmente perdió el gobierno cuando sus líderes naturales desaparecieron y el liderazgo de Beguin aún estaba vigente. Cuando Rabin, en su retorno político en los noventa, adquirió estatura de líder natural el centro-izquierda del espectro político israelí tuvo su nuevo cuarto de hora. Asesinado Rabin, volvió a subir el Likud liderado por un Sharon que supo ubicarse y actuar como líder natural.

Hoy no existe liderazgo en la oposición en Israel. Pueden construirse alianzas políticas pero no liderazgos naturales. Como el asunto es obtener bancas, todos prefieren “marcar” sus votos y no quedar sepultados en movimientos mayores. Así, el parlamento israelí representa la profunda división de su sociedad, su profundo fraccionamiento y desunión. Más aún: desconocimiento mutuo entre grupos y etnias, mundos aparte, barrios y ciudades enteras definidas por su mayoría demográfica circunstancial; en definitiva, tribus. Sólo en momentos de gran crisis o grandes logros los “reyes de Israel” consiguen aglutinar a todo el país a su espalda, como en la mítica y gloriosa época de David y Salomón; pero tenemos una larga y detallada historia bíblica de reyes y dinastías fratricidas. Las consecuencias también están escritas.

El gobierno que se forme en Israel en los próximos meses es consecuencia de los votos en Israel. No es válida la dicotomía entre “gobierno” y “estado” cuando se critica a Israel. El gobierno es consecuencia del sistema electoral y de los votos de los ciudadanos israelíes. Si el millón largo de rusos que hoy son parte de la población israelí votan de cierta manera, no podemos simplemente soslayarlo; de igual modo respecto a la población ultra-ortodoxa, y así con cualquier grupo significativo unido por un factor común. Ellos son los ciudadanos del Israel de hoy y ellos son quienes votan. En los EEUU Obama triunfó en base a su carisma y liderazgo así como en base a la nueva conformación demográfica del país; si los Republicanos no pueden reconocer esa realidad y aceptarla es cosa de ellos; la realidad es incontrastable, aunque no aparezca en Fox News.

Por eso Israel como Estado debe ser responsable de sus elecciones y nosotros como judíos debemos apoyar no sólo al Estado sino al Estado más su gobierno, porque el segundo es consecuencia del primero. Si decidimos criticar, no es válido criticar sólo al “gobierno de Netanyahu”: es el gobierno elegido democráticamente. Puede ser que para muchos el Israel de hoy poco tiene que ver con el que aprendimos a amar e idealizar. Deberemos aprender a vivir con esa realidad. Pero no se puede estar a favor de Israel y en contra de su gobierno; no son lo mismo, pero es igual.

Tal vez algún día Netanyahu decida asumir un rol más proactivo y ejercer su liderazgo en forma creativa, tratando de incidir en la historia y dejar su huella tal como lo hicieron los grandes líderes. Ante la ausencia de otros líderes sigo esperando ese cambio, pero por ahora no parece ocurrir. Mientras tanto dudo que nada cambie demasiado. No soy quien para juzgar si la actual política del gobierno israelí es buena o mala en el mediano y largo plazo. En lo inmediato y en lo global parece funcionar, aunque sea caldo de cultivo para grandes desafíos en el futuro.


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