Cortes y cambios

Por coincidencia en el último Shabat del calendario gregoriano tocó leer la última porción de la Torá, “Vaiejí”. Muere el último patriarca, Iaacov, y se cierra el libro de Génesis, el libro de “la familia”, para dar lugar al siguiente libro, Éxodo, el libro “del pueblo”. El corte es tan abrupto que en la primera porción del libro de Éxodo el narrador ve la necesidad de resumir todos los nombres de los hermanos que se instalaron en Egipto antes de anunciar que asume un faraón “que no conoció a Iosef”. Esta frase siempre me resultó impactante: su síntesis incrementa su contundencia y nos ubica en otro tiempo, otros paradigmas. Nos llamamos igual pero ya no somos los mismos.O como escribiera Lorca en su “Romance Sonámbulo”,”, “yo ya no soy yo”.(ver poema)

Cuántas veces el cambio de año supone cortes tan abruptos en nuestra vida. Seguramente pocas, porque de lo contrario tendríamos una vida por demás agitada y turbulenta. Generalmente el cambio de año no supone mucho más que una celebración y un comienzo lleno de nuevas expectativas y propósitos. Pero uno no deja de ser uno, parafraseando a Lorca, ni deja de ser reconocido por sus vecinos o ve cambiado su estatus como ciudadano, parafraseando a la Biblia. Hay quienes nunca tendrán un cambio tan dramático en sus vidas; hay algunos a quienes les ocurrirá tal vez una, dos, o hasta tres veces en sus vidas.

Uno tiende a pensar su vida en términos del libro de Génesis a través de la historia de los patriarcas y sus familias: nacer, crecer, envejecer, morir; entretanto trabajar y prosperar, bendecir a los hijos, y vincularse con el prójimo. Éxodo propone desde el principio un cambio abrupto y transformador;  a lo largo del libro no se nos ahorran sobresaltos ni conflictos ni decisiones temerarias: salir de Egipto, cruzar el Mar, recibir la Ley. Así como en el sueño de Iaacov (Vaietzé) los ángeles suben y bajan la escalera entre la tierra y el cielo, de las cotidianas escenas familiares de Génesis pasamos, en Éxodo,  a un permanente subir y bajar entre lo terrenal y celestial, un ejercicio desafiante y de resistencia ante la demanda de lo divino, cuya recompensa es la Tierra.

Cuánto de nuestras vidas es subir y bajar escaleras entre la tierra y el cielo; entre lo cotidiano y lo ideal; entre nuestra realidad y nuestra fantasía. Cuántas veces podemos hacer un corte abrupto y “no conocer a Iosef”; vale decir, desconocer todo lo que sucedió hasta entonces. No se trata sólo de poder hacerlo, sino de cuántas veces la vida nos pone ante estas circunstancias. Iaacov sueña el sueño, pero los hechos en sí  suceden mucho tiempo después; soñar no es suficiente, la realidad implica otra dinámica. De igual modo, toda la Torá a partir de Éxodo es la preparación para vivir en la Tierra, las instrucciones, la Ley. Sin embargo todos sabemos lo compleja que ha resultado la tarea: hasta nuestros días lidiamos con el desafío.

Como en el “método del caso” de la Universidad de Harvard, generalmente sabemos cómo llegamos a cierto momento, todos los detalles, los procesos, que nos ubicaron en cierto momento y espacio frente a ciertas decisiones; lo que desconocemos es el desenlace. El ejercicio es pensar(se) y atreverse; o no. Los Hijos de Israel están plagados de duda y temor ante la incertidumbre de salir al desierto; lo mismo nos sucede a nosotros cuando transitar entre dos tiempos supone un quiebre en lugar de un calmo y previsto deslizamiento.

Podemos percibir el quiebre una vez que sucedió.Como en el poema de Lorca o en la Biblia, conjugamos en pasado, no en presente. Sólo la perspectiva del tiempo nos permite ver si nos deslizamos o si debimos afrontar un obstáculo. Si podemos, en el momento en que algo sucede, percibir su particularidad, la diferencia entre lo que debía ser y lo que efectivamente está sucediendo, estaremos frente a un momento terrible pero sublime. Podemos, en ese momento,  vernos a nosotros mismos. Somos conscientes. En términos de James Joyce eso se denomina “epifanía” y sucede pocas veces en la vida, si es que sucede. Es un estado contemplativo, de claridad meridiana, casi involuntario, que no supone necesariamente cambios. Los cambios son otra historia.

En un cambio de año, en cualquier tipo de cambio, ser consciente de la dimensión del momento es sumar relevancia y significación a nuestras vidas. Reconocer los momentos de quiebre supone paciencia y sabiduría para no sucumbir ante el shock  de un nuevo paradigma. Como en Éxodo, supondrá un lento, paciente, progresivo, e imperfecto camino hacia un ideal.



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