Año Nuevo

En el editorial del 14 de diciembre pasado me refería a la fascinación que sobre mí ejerce el tema de la helenización; prueba de ello es la pasada editorial acerca de Navidad. En vísperas de Año Nuevo el tema sigue siendo relevante; a diferencia de Navidad los judíos nos sentimos libres de festejar como todos el cambio de un año a otro, de ilusionarnos con la expectativa por un futuro venturoso, y de hacer el balance de nuestro último año un poco ahogado en alcohol. Sin embargo, y nos lo recuerdan muchas veces, nosotros festejamos “dos veces”, ahora y en RoshHashaná. ¿Es lo mismo?

Como en toda cultura inserta dentro de otra formamos parte de un colectivo mayor y de un colectivo menor. La multiplicidad de festejos y momentos especiales nos enriquecen, aunque también nos generan tensiones. El tema es cómo las resolvemos.
Me queda claro que no es lo mismo Año Nuevo que RoshHashaná. No se trata sólo de diferencias teológicas, sino vivenciales. Año Nuevo es la celebración de la llegada de un nuevo año con toda su expectativa; RoshHashaná es acerca de nuestra particular condición y tradición judía. En Año Nuevo somos unos de tantos celebrando; en RoshHashaná somos judíos reunidos en familia y comunidad. La pregunta que surge es: ¿cuándo debiéramos hacer nuestro balance personal? ¿Cuándo debiéramos fijar nuestras prioridades para el futuro? ¿Acaso dos veces al año? Sería un despropósito, los ciclos no alcanzarían a cumplirse nunca. Lo que nos lleva al tema del calendario: ¿por qué calendario manejamos nuestras vidas? Sin ir más lejos, pensar que el verano y las vacaciones nos desconectan de tal forma del calendario hebreo que nos resulta difícil recordar que llega el Shabat. Por eso en Punta del Este pasa un avión publicitario recordándolo.

Creo que por más que hacemos el esfuerzo de, en RoshHashaná y IomKipur, dejarnos llevar por la corriente de la “teshuvá” tal como lo indica nuestra tradición, nos resulta mucho más fácil y espontáneo hacer balances y desearnos buenos augurios en Año Nuevo. En especial en estas latitudes donde nos sumergimos a partir del primer día del nuevo año en el sopor veraniego, nos despojamos de la ropa formal y vestimos lo menos posible, nos exponemos (erróneamente) al sol y la naturaleza, y nos bañamos en aguas todavía frías pero renovadoras, resulta mucho más fácil pensar en términos de cierres y nuevos comienzos.

Ante el momento de vacío existencial que supone un cambio de año, ese momento suspendido en el tiempo que en la tradición judía llamamos “entre dos soles”, cuando todavía hay sol y ya hay luna, previo a la comida festiva y los fuegos artificiales, nos inunda la profunda sensación del paso del tiempo; todo nuestro entorno, la cuadra, el barrio, la ciudad, el país, está atravesando ese momento en forma simultánea. Judíos o no judíos, somos parte de ese colectivo. Ante la inminencia de ese momento único en el año, muchos construyen propuestas, “hojas de ruta”, sistemas para obtener los logros que deseamos, en el campo que sea. Otros dejamos lugar a una inquietante sensación de incertidumbre y pensamos más en términos de “hojas de hierba”, en el afán de poder atravesar cada momento que el nuevo año depare con amor y sabiduría.

Tumeser.com también cierra este 2012 no sólo un año sino todo un ciclo. El año que comienza promete, y la renovación nos resulta vital. Pero si bien tenemos un proyecto no estamos exentos de incertidumbre. Probablemente lo mejor y más maravilloso que nos depare el futuro sea aquello que todavía no conocemos.

¡Feliz Año Nuevo!

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