Redes sociales

Por muchos motivos hemos llegado a este nuevo Shabat con un panorama muy distinto al que vivíamos hace una semana. Por los motivos que sean, que son asunto de los analistas políticos y estratégicos, más que nunca hay que decir “por suerte” o “gracias a dios”; cada uno elige. El hecho es que en principio ni hoy ni mañana y esperemos que pasado tampoco habrán explosiones ni en el sur de Israel ni en la Franja de Gaza.

La acumulación de tensión que se dio durante la semana parece descomprimirse. De hecho, muchos soldados y reservistas llamados al sur están volviendo a sus hogares o ya están allí. Es de suponer que al otro lado de la frontera también se está volviendo a cierta normalidad. Siguen allí, y será así por un tiempo, los rastros y las marcas de la feroz guerra de misiles y bombardeos que afectó a esa pequeña zona del mundo y que inundó los medios de comunicación, tradicionales y no. Es que el problema sigue allí, porque un alto el fuego, por prudente y bienvenido que sea, está lejos de ser una solución al tema. La historia dirá si al menos habrá sido un primer, tímido paso hacia una solución, por imperfecta que sea.

También de pronto, y por suerte, se han ido acallando los muros de Facebook. Cuando se confirmó el alto el fuego pedí, en mi Facebook personal, veinticuatro horas de “silencio” respecto al tema. Como una forma de acompañar el acuerdo alcanzado en Medio Oriente en términos de lo que es una red social. Dudo mucho que sea por mi pedido (no tengo tantos “amigos” ni tanta ascendencia), pero el hecho es que los muros se aquietaron y la rutina de Facebook parece ir volviendo a la normalidad: compartir con “amigos” o “amigos de amigos” o “público”; nuevamente, cada uno elige. Del mismo modo que cada uno elige qué leer y qué no, y por lo tanto, por un tiempo, decidí “ocultar” algunos “amigos” que invadían mis espacios sociales-virtuales con propaganda nacionalista, xenófoba, persecutoria, y por momentos hasta despectiva. Es curioso que temas que difícilmente hablemos con conocidos (que en Facebook son “amigos”) cuando nos encontramos con ellos en algún lado se conviertan en “el tema” en el ámbito de la red social. ¿Por qué vernos obligados a discutir temas que vemos tan diferente cuando en la vida real, no la virtual, no lo haríamos nunca?

Cuando sucede un episodio como la reciente “Operación Pilar Defensivo” todos parecen considerarse a sí mismos emisarios del esclarecimiento (en hebreo “hasbará”). Asumo que esa es la causa de la inundación de los “muros” con fotos, slogans, panfletos de todo tipo, citas fuera de contexto, citas xenófobas, caricaturas ideológicamente sesgadas, etc, etc. Las hay posteadas desde Israel y por supuesto desde todo el mundo. Lo que me resulta difícil de aceptar es la enorme brecha que existe entre ese mundo virtual, donde todos jugamos a ser soldados de la causa, en relación al mundo real, donde decenas de miles de soldados fueron movilizados, millones de personas eran potenciales víctimas de misiles o bombas, y donde no se trata de una guerra de palabras sino de una guerra. Punto.  Por eso me permití usar el término acuñado y tan manido de Hanna Arendt, “banalizar”. No banalicemos la guerra, porque hay quienes han sido afectados por ella en forma dramática y tal vez irreversible.

En especial me incomodan los “soldados de salón”, los que aplauden el poderío militar de Israel, su superioridad tecnológica, su puntería casi quirúrgica, el éxito de la “Cúpula de Hierro”, sentados en el confort de sus hogares o conversando café por medio en algún bar montevideano o simplemente caminando por la rambla en esta primavera del sur (éste sur). Me molestan los devenidos nacionalistas que despiertan durante los conflictos pero no dudaron en separarse del gobierno israelí democráticamente electo, sin reconocer que en las democracias los pueblos eligen los gobiernos que su demografía permite (véase EE.UU. en las recientes elecciones). Cuando ese mismo gobierno decide emplear el uso de la fuerza en legítima defensa, todas las diferencias quedan de lado. De pronto los malos y los buenos están más definidos que en un western americano clásico. Por supuesto, los malos son los otros, nunca nosotros. Si la intercepción de la Flotilla no hubiera sido un fracaso en cuanto a los altos costos que aparejó, seguramente hubieran aplaudido también entonces; sin embargo, muchos que hoy aplauden y defienden el derecho de Israel a la defensa propia fueron entonces feroces críticos. Lo mismo que en 2009 durante la anterior incursión en Gaza. Parecería que hay un número de “víctimas inocentes” que separa entre el apoyo incondicional y la crítica absurda.

Los judíos que no vivimos en Israel tenemos nuestra propia realidad y problemas para confrontar día a día. Nos hacemos cargo. Los judíos en Israel tienen la suya, y por cierto que se hacen cargo. Nos apoyamos mutuamente de diversas maneras, por medio de diversos recursos. Pero las guerras son allí, del mismo modo que el episodio de la Amia fue aquí, en Buenos Aires. Cada cual carga con su circunstancia. Lo que no debemos es reducir los hechos a mera propaganda, a una sobre-simplificación que no refleja la profundidad y la gravedad de los acontecimientos. Cuando Israel se ve inmerso en un conflicto de la magnitud de éste que acaba de cesar, corresponde más cordura, más respeto por quienes realmente están en la línea del frente. En algún momento usé la palabra “sobrecogimiento”: creo que refleja la actitud que debemos adoptar: atención, apoyo, solidaridad, análisis y reflexión, y una buena dosis de esperanza. Entiendo que no corresponden gritos bravucones ni burlas deshumanizadas desde las trincheras virtuales de Facebook.
Ojalá que este Shabat encuentre las redes sociales llenas de buenos deseos y frases inspiradoras.

Shabat Shalom.

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