Universitarios

A lo largo de los años en que buena parte de nuestros desvelos estaban puestos en los temas comunitarios muchos padres se acercaban a plantear como tema central el que refiere a los jóvenes en edad universitaria. En términos uruguayos, jóvenes a partir de los veinte años en adelante con un límite pre-fijado en los treinta, aunque para esa altura el asunto había dejado de ser un “problema”; el propio joven ya lo habría resuelto de una forma u otra, o los padres habían dejado de tener injerencia en el asunto. Sea como sea, una vez finalizado el bachillerato, una vez que se cumplió el ritual de un año sabático, generalmente en Israel a través de los proyectos de la Agencia Judía, u otras opciones hechas más a medida, los jóvenes terminan también el ciclo de vida en el movimiento juvenil (quienes hayan pasado por él en mayor o menor medida), y entonces se enfrentan a la vida universitaria y a una suerte de “destierro” de los marcos judíos en los cuales se desarrollaron hasta entonces. Allí es cuando muchos padres ven la necesidad de ese espacio para universitarios. A través de las generaciones, desde la ya mítica “Kadima” hasta hoy, decenas de proyectos han sido creados y han dejado de existir por la propia inercia de su dinámica; uno sustituye al otro, los formatos varían, los recursos son mayores o menores, igual que la creatividad. Tal vez el problema sea que el fin mismo de estos proyectos es reunir a los jóvenes. No hay un fin ulterior: no hay un proyecto como en el movimiento juvenil o en un centro de enseñanza. El mero acto de reunión es el fin en sí mismo. Son proyectos de vida breve.

Siempre he sentido que el tramo de los veinte a los treinta es de naturaleza frágil en lo que se refiere a vida y compromiso judío. Que ninguna institución, en ese momento de maduración y definiciones personales respecto a la vida, puede encorsetar lo judío de modo de salvaguardarlo. La relativa duración de todos estos proyectos, la parcialidad de su convocatoria, o el esfuerzo en recursos que hay que volcar son elocuentes en sí mismos: si el producto no es excelente, la convocatoria es pobre, el compromiso inexistente. Es una edad de individualidad e independencia, no una edad grupal y dependiente. Es un tiempo de búsqueda y exploración. Como siempre que se sale del nido, hay riesgos y opciones que no se conocían; vuelven el mundo un lugar mucho más rico y estimulante. Lo judío pasa a ser una opción más.

“Vuela pichón, atraviesa los cielos, vuela a dónde se te antoje, sólo recuerda, hay águilas en el cielo, cuídate” (“Uf Gozal”, Arik Einstein)
A todos los padres que atravesamos la etapa en que nuestros hijos dejan el hogar y toman su propio camino esta canción nos emociona especialmente. Tal vez la imagen de un ave de rapiña sea un poco “fuerte”, pero el hecho es que la frase resume la ambigüedad del momento en forma por demás simple y efectiva: reconocemos y apoyamos la libertad pero advertimos sobre las “amenazas” del entorno. Cabe preguntarse cuáles son estas amenazas.

No cabe duda que la asimilación es LA amenaza, en forma excluyente. Tiendo a creer que si un hijo recibió una educación judía de algún tipo, si su hogar incluyó la narrativa judía de alguna forma, la asimilación no será ni tan fácil ni tan inmediata. Más bien todo se resume en procesos, y si bien pueden conducir a la asimilación también pueden en algún momento revertirse hacia lo judío. En términos más concretos, la amenaza son los matrimonios mixtos y sus eventuales forma de resolución y desenlace. Tengo la percepción que en los últimos tiempos (medido en décadas), ha habido una mayor aceptación de esta opción y mucho más imaginación para incluir lo judío en las más diversas formas. Siempre he sostenido que mientras la narrativa judía esté presente nada está perdido.

Tal vez valga la pena pensar no ya en proyectos puntuales cuando nuestros hijos llegan a esta etapa de sus vidas, sino educar a esos mismos jóvenes, o a las nuevas generaciones de padres (treinta años en adelante en términos actuales) a incluir lo judío desde el primer momento. Personalmente afiliamos a la educación judía de tiempo integral, con sus defectos y virtudes, pero aun quienes optan por educación en instituciones no judías pueden hacer mucho por incluir la narrativa judía en sus vidas y costumbres. Si lo que nuestros hijos han vivido a lo largo de sus vidas es una actitud confusa, contradictoria, y hasta conflictiva, no hay proyecto “universitario” que enmiende la plana. Será su propio proceso personal poner las cosas en su lugar, cualquiera sea éste. Si por otro lado, han vivido una vida judía de tipo “guetto”, influidos por temores ancestrales, recluidos en un entorno social y geográfico reducido y estrecho, el tiempo universitario bien puede ser un tiempo de liberación personal y búsqueda de lo distinto, de aquello que no conocemos. Está claro que reducir este tema a generalidades no deja de ser un mero ejercicio. Hay tantas situaciones como personas; es tan complejo como complejos somos los seres humanos.

Lo que sí vale la pena pensar es en qué volcamos nuestros esfuerzos cuando asumimos roles comunitarios. Dónde se “juegan los partidos”, y dónde no; o mejor dicho, dónde hay chance de meter algún gol. Está claro que hay espacios que hemos perfeccionado, como las escuelas y los movimientos juveniles; hay otros en que todavía debemos recorrer un largo camino. Tal vez ese tiempo “universitario” sea un camino difícil de transitar. Tal vez la brevedad y renovación permanente de proyectos no sea más que la expresión de esas dificultades. Como todos, es un camino para seguir transitando.


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