Rabinos

Entre los tantos eventos que el viento y la lluvia se llevaron consigo el pasado miércoles 19 de setiembre en Montevideo a causa de un ciclón (en versión sudamericana) había uno llamado “Noche de reflexión con los Rabanim de Montevideo”. No es la primera vez que sucede: otro evento llevado a cabo anteriormente también consistía de un panel con “los Rabanim (o Rabinos) de Montevideo”; más aun: más atrás en el tiempo hubo un panel que se refería a “todos los Rabanim de Montevideo”. Como en ninguno de los casos se incluía ni entonces ni ahora al Rabino de la NCI (Nueva Congregación Israelita de Montevideo), ordenado por el Seminario Rabínico Latinoamericano, es lo mismo que se diga “todos los” que simplemente “los”. Mientras decir “todos los” denota claramente que la lista es exhaustiva, cuando no lo es, decir simplemente “los” lo connota. Como canta Silvio Rodríguez, el cantautor cubano, “no es lo mismo pero es igual” (“Pequeña Serenata Diurna”, 1975).

El asunto de las denominaciones ha desvirtuado la esencia de nuestra naturaleza como judíos. Todos nos sentimos con derecho a denominar al prójimo de una forma u otra perdiendo de vista su individualidad; no como individuo, valga la redundancia, sino como judío. Que haya un judío igual a otro en práctica y fe, tomando en cuenta la complejidad de “lo” judío, es un imposible. Sólo ciertos grupos quieren unificar en una sola forma, figura, y hábito la inabarcable variedad de opciones y alternativas que es el judaísmo. Homogeneizar es una forma de controlar. Controlar es una consecuencia del temor. Cada uno sabe a qué teme. Cada uno sabe con quién quiere juntarse, con quién quiere estudiar, o con quién quiere rezar. Es legítimo, nade puede ni debiera imponer nada a nadie; y nadie debiera permitirlo.

Lo que resulta inadmisible es levantar falso testimonio (Exodo 20, 16). La frase que dice “los Rabanim…” es falsa porque en la lista que sigue no figura el Rabino de la NCI. Si hubiera una institución Reformista, seguramente tampoco figuraría su Rabino. Figuran sólo Rabinos ordenados en la corriente Ortodoxa, como sea que se defina. Es paradójico que uno critique el uso de las denominaciones y al mismo tiempo las esté usando, probablemente entrando en un campo minado, pero es así como hemos aprendido a comunicarnos: con etiquetas. El uso de la frase de marras tiene un solo fin: excluir. Su inclusión, en absoluto necesaria, en la promoción de un evento por cierto aplaudible en sí mismo, es provocativa. Porque la tercera es la vencida decidimos dar esta modesta batalla. Nada cambiará, pero si otros dicen lo que se les antoja, por qué no uno también.
Que quede bien claro: nadie pretende que se invite a quien no se quiere invitar. Lo que no es admisible es la ofensa. Una frase como la que provoca estas líneas supone ignorar no sólo un título, sino una tarea dentro del pueblo judío. Basta con promocionar el evento y nombrar a los panelistas; a buen entendedor, pocas palabras. Todos hubiéramos entendido lo mismo: que no se quiere incluir a un Rabino de otra denominación en el panel, vaya uno a saber por qué razones. Pero nadie podía sentirse ofendido. Esta línea es la que divide entre el pluralismo bien entendido y el odio gratuito entre hermanos, también bien entendido.

De hecho, sí conocemos las razones: son ideológicas y sobre todo políticas. Reconocer ordenaciones rabínicas de instituciones no pertenecientes a la Ortodoxia supone ceder terreno y poder. Sucede en Israel en forma extrema, sucede en la diáspora en forma no menos grave. Más aun: en Montevideo se sienten los ramalazos de las órdenes que bajan desde Sión. Si se me permite un concepto griego entre tanto judaísmo, “hybris” parece ser una buena forma de llamar a esta actitud. El problema, tal como lo vieron nuestros antepasados en la cultura griega allá por los siglos III y II antes de la era común, es que este tipo de actitud es casi idolatría, en el sentido de que pretende poner a unos hombres por encima de otros, cuando todos sabemos que no es así: “Y Dios creó al hombre a Su propia imagen. Lo creó a la imagen de Dios” (Génesis 1, 27). Parecería, bajo estas premisas de “no-reconocimiento”, que por encima de los valores y del culto inherente al judaísmo están ciertos judíos, pero no otros. Excluir presupone categorizar, porque todos sabemos, aunque no pueda admitirse pública y políticamente, que todos somos judíos, todos somos “hermanos”.  Aunque esta última expresión no sea más que demagogia.

Desde este sitio hemos promovido, en especial en vísperas de estos Días Solemnes de 5773, que cada uno rece en la sinagoga que más le plazca y conmueva. Del mismo modo, cada uno escucha al Rabino que elija; cada uno cena con quien quiera. Por tanto, no es un problema que un grupo de muy respetables Rabinos de Montevideo decida juntarse y formar un panel para profundizar en las vivencias de estas fechas; es más, aplaudimos la iniciativa. Pero censuramos rotunda e inequívocamente el agravio y la discriminación. De Rabinos, de judíos y judías, y de no judíos. Por eso para nuestra vida hemos elegido un espacio lo más amplio posible, lo más inclusivo posible, no meramente tolerante, sino genuinamente creativo para generar más y más espacio judío. Es nuestra elección. Respetamos la del prójimo.

Si la contundencia de los hechos no demostrara que más y más judíos se congregan en estas fechas en torno a propuestas más abiertas y a un lenguaje más accesible probablemente no habría necesidad de ofender ni de generar la obvia exclusión al decir “los” cuando todos sabemos que son, simplemente, “algunos”.



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