Elul II

Me ha causado especial simpatía la serie de avisos publicitarios sobre el vino uruguayo en que se encuentran Carlos Gardel (muerto en 1935) y Ruben Rada, cantante y compositor uruguayo contemporáneo, sumamente popular y querido. Si Gardel es “EL” mito icónico y tanguero del Río de la Plata, con seguridad el tiempo pondrá a Rada en el pedestal de los mitos. Sea como sea, que Rada viva hasta los ciento veinte años y sigamos disfrutando su música y su humor. Volviendo a los avisos en cuestión, me pareció sumamente creativo poner a dialogar, en el marco de una Montevideo atemporal, a estos dos grandes símbolos de la música popular uruguaya, el tango y el candombe respectivamente. Rada, como uruguayo de nuestro tiempo que de alguna manera nos representa a todos los uruguayos, tiene la insólita oportunidad de dialogar con un mito, si se quiere un mito fundador. Rada, en nombre de todos, dialoga con nuestro pasado (no reciente). Más aun: todos somos testigos del diálogo vivo, pícaro, de dos entrañables figuras del acervo popular. A través de una campaña publicitaria en radio y televisión entran en nuestros hogares y lo imposible se hace absolutamente verosímil.

La tradición judía está construida, en muy buena medida, en un diálogo con nuestro pasado, y más concretamente con los personajes que lo pueblan. La frase que mejor define este fenómeno la leemos en Pésaj: “En cada generación debe cada uno verse a sí mismo como si él hubiese salido de Egipto” (Pesajim 116 b). O como cuenta la tradición, todos estuvimos al pie de la montaña de Sinaí recibiendo la Torá. Pero más allá de estas frases genéricas, todos quienes hemos sido educados en una cierta tradición judía sabemos que desde Abraham y hasta Rabi Akiva, pasando por Moshé, el Rey David, la Reina Ester o Ruth, nuestra tradición está construida en hombres y mujeres “reales” con quienes de alguna forma dialogamos, que incorporamos en nuestra vida como criaturas vivas que siguen siendo ejemplo de pasiones y conflictos humanos, éticos, y existenciales. Si bien no hay íconos como Gardel porque nuestra tradición lo prohíbe, hay sí una construcción interna, personal, de lo que cada personaje fue, a qué se parecía. Ya sea un Moisés barbado como Charlton Heston o un Rey David apuesto como Richard Gere, hay una imagen no tanto visual sino intelectual de cada uno de los cientos de personajes de nuestra tradición. Esos que, así como Gardel “cada día canta mejor”, nos siguen hablando y estimulando.

Pocas celebraciones del calendario hebreo carecen de personajes a los cuales referirnos: Pésaj/Shavuot se centran en Moshé y todo su séquito de colaboradores, opositores, e incluso el pueblo en sí mismo es un personaje; hasta el Mal tiene su nombre propio: Paró (el Faraón) del lado enemigo, Kóraj de nuestro propio campo; en Purim tenemos a la reina Ester y a su tío Mordejai; en Jánuca a Iehudá Macabí y sus hermanos; y hasta en la tradición post-bíblica, cuando conmemoramos hechos trágicos como la Shoá, nuestra historia se puebla de personajes reales, se remite a, se hace tangible en la vida y obra de seres reales: Ana Frank o Mordejai Anilevich.

Los Iamim Noraim (IN) son un tiempo sin personajes. Si bien leemos porciones de la Torá sobre personajes, la solemnidad especial de las fechas está dada por su carencia de “protagonistas”. Tanto si tomamos IN como los diez días entre Rosh Hashaná y Iom Kipur como si tomamos todo el período hasta Sheminí Atzéret, no hay protagonistas. Los protagonistas somos nosotros. En Sucot hacemos alusión a nuestro paso por el desierto viviendo en frágiles “cabañas”, pero de hecho continuamos el viaje interior que iniciamos en Rosh Hashaná, tanto a través de las cuatro especies como de los huéspedes que recibimos. Es un período donde lo narrativo-vivencial pasa a un plano secundario y focalizamos en lo introspectivo-vivencial. No dialogamos con personajes de nuestro pasado sino que con nosotros mismos y con nuestros semejantes. Léase esto en un sentido tanto figurativo como real: desde el proceso de recapacitar, pedir perdón, perdonar, y recomponer, hasta los momentos de encuentros, familiares o comunitarios, donde todos celebramos pertenecer y ser parte de un colectivo, de reconocernos mutuamente como semejantes. Por todo esto, si bien la “tefilá” (oración) ocupa el centro de las festividades, para muchos el centro es acercarse a una sinagoga (en el sentido de beit hakneset, casa de reunión), charlar con gente que habitualmente no vemos, reconocer a hijos y nietos de viejos conocidos, tomarse un tiempo para escuchar y reflexionar acerca de temas que nos constituyen, que nos hacen judíos.

Si la TV y la radio son los medios por los que “entran” en nuestros hogares y nuestras vidas Gardel y Rada juntos y dialogando acerca de “lo uruguayo”, de esta modesta analogía que hemos intentado construir surge una pregunta: cómo “entran” en nuestros hogares los personajes de nuestra tradición, los que a su vez nos permiten llegar a instancias más abstractas y profundas de la misma. Si no somos demasiado pretenciosos ni exigentes, como con la TV y la radio alcanza con la narrativa: contar la historia. Nadie puede sustraerse a una historia bien contada. Gardel y Rada son personajes, pero cuando dejan de serlo para convertirse en mitos representan ideas, valores, idiosincrasia, conflictos y aspiraciones. En nuestra tradición el mes de Tishrei, ubicado al principio del año, es el tiempo para estos últimos. El resto del año seguimos ocupándonos de los personajes.


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