Festival

Nuestra capacidad de mirar, observar, focalizar la atención en objetos o acciones es una de nuestras características más notorias como seres humanos. Desde detenerse a mirar un partido de fútbol improvisado y callejero hasta recorrer un museo, pasando por el cine y el teatro. Sea dónde y cómo sea en el momento que nos convertimos en observadores descartamos la opción de ser protagonistas. Elegimos mirar, no hacer. Por medio de la identificación nos involucramos – o no – con la acción que es objeto de nuestra atención. Generalmente, tendemos a contemplar aquello que nos identifica y nos provoca, de alguna manera, catarsis. El principio básico del teatro griego, por aquello de “lo clásico”, aplica en cualquier disciplina.

Cuando durante una semana un Festival de Cine Judío (Life Cinemas, Julio/Agosto 2012, Montevideo) reúne una cierta filmografía generalmente inaccesible en el circuito comercial el fenómeno de “observación” adquiere especial relieve. Desde quienes hacen del festival una rutina diaria viendo todas y cada una de las propuestas hasta quienes elijen por recomendación o referencia películas específicas. En cualquier caso, es una oportunidad para ver desde una butaca qué somos (y qué no) a través de una ficción o un documental. Como si la pantalla actuara de espejo y nosotros observáramos desde el anonimato de la oscuridad de la sala. Anonimato en el sentido de experiencia, porque de hecho en una comunidad como la de Montevideo todos nos conocemos, y muy bien. El Festival actúa como aglutinador y da una sensación de pertenencia  que ya muchas instituciones judías quisieran para sí. Todos quienes se juntan allí se ven a sí mismos, inequívocamente, como judíos. Los pocos que no lo son simplemente se interesan en el tema o la propuesta artística.

Entre otras el Festival de este año ofreció el documental “La Naturaleza de los Sueños” (Israel, 2009) y la ficción “El Tango de los Rashevski” (Bélgica, Luxemburgo, Francia, 2003). Por un lado un análisis y una reflexión acerca de la historia moderna de Israel y el pueblo judío, el Sionismo, el conflicto árabe-israelí, todo a través del autor Amos Oz y su obra mayor, “Historia de Amor y Oscuridad” (2002); por otro lado, una ficción puertas adentro de una familia judía burguesa, franco parlante, europea, atravesada por casi todos los conflictos posibles que pueden afectar a una familia judía post holocausto en la diáspora. Con estas dos opciones el Festival ofrece miradas a una de las dicotomías más claras del judaísmo hoy: vivir en la diáspora o vivir en el Estado de Israel. Los problemas que una y otra obra presenta y desarrolla son inherentes a cada opción. El asunto “religioso” está ausente en el documental mientras que es crucial en la ficción. Al estar basado en la vida y obra de Oz el documental no se ocupa de los muy actuales y acuciantes temas relacionados con la religión y el Estado en Israel, sino que se centra en el discurso sionista, el antisemitismo, los judíos y Europa, y el Sionismo y su impacto en la región. La ficción, por el contrario, es un compendio de situaciones (algunas poco verosímiles) de diferentes personajes que se debaten entre ser o no ser judíos, cómo serlo, y su tránsito por momentos bisagra de sus vidas. A través de cuidadas, humanas, e intimistas escenas “El Tango…” aborda asuntos tales como la circuncisión o cómo se procede con un “seder” de Pesaj: temas cotidianos que enfrentamos una y otra vez en nuestra realidad como judíos.

Resulta interesante notar que ambas obras finalizan en una locación similar: el desierto. Por un lado Amos Oz que vive en la ciudad de Arad en el desierto del Neguev y hace su caminata matinal hacia el wadi y los paisajes desérticos que rodean su ciudad, tal como lo describe en su novela; y por otro un sitio imaginario en el desierto, una suerte de referencia a un centro de estudio en medio de un paraje desértico, casi primigenio y bíblico, donde parece querer cerrarse un círculo largamente postergado. Si, como dice Oz al final del documental, hemos vuelto a la tierra para reconciliarnos, ambas obras remiten a esa reconciliación. La ficción utiliza sus propios recursos narrativos, mientras que el documental no tiene más que enunciarlo y enmarcarlo en el paisaje adecuado. “El Tango…” enfatiza una reconciliación personal, íntima, con su herencia, sus conflictos, sus contradicciones y dudas. Algunos personajes buscan la certeza mientras otros eligen quedarse en el terreno de las incertidumbres y ambigüedades; también así se puede vivir y ser judío. Oz, por su parte, ofrece a lo largo del documental su visión amarga y cruda de la historia reciente y del presente político. Pero como buen judío, no puede evitar un mensaje esperanzador y redentor en el cierre.

Resulta especialmente sugerente que las epifanías en ambas obras se ubiquen en el desierto. El desierto tiene connotaciones muy fuertes en nuestra narrativa nacional, y ninguna de estas obras elude el desafío de inscribirse en ella. Cabe preguntarse cómo nos inscribimos nosotros, espectadores, en la narrativa propuesta. Cuánto tenemos de espectadores y cuánto de protagonistas de nuestro propio tango.

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