Homosexualidad

El jueves pasado, como miles de uruguayos, leo en la contratapa de Búsqueda la entrevista con la Prof. Mercedes Rovira, Rectora designada de la Universidad de Montevideo donde habla explícitamente del tema de la homosexualidad. Junto a este episodio, que constituyó un shock de tipo escándalo público en torno a un tema ya muy manido, me voy enterando que el Presidente Mujica ha propuesto, hace unas semanas, legalizar el consumo de marihuana en el Uruguay; el tema está en el tapete o por lo menos en tapa de los diarios. El tema de la marihuana ha salpicado la prensa a lo largo de la semana y seguirá haciéndolo hasta tanto se legisle, o no; en ese caso, como tantas iniciativas, morirá ahogada en su propia esencia controversial. Sobre la homosexualidad el asunto no es en este momento normativo sino de opinión pública: el viernes 13 de julio monopolizó los medios a causa de las declaraciones de Mercedes Rovira. También podemos recordar la no aprobada ley de Despenalización del Aborto durante el gobierno de Tabaré Vázquez, ante la amenaza de un inminente veto del Presidente. Si bien Mujica aseguró que no vetaría una ley sobre el aborto si fuera aprobada, el tema no parece estar en la agenda pública hoy por hoy.

Droga, homosexualidad, aborto. Todos temas delicados y polémicos. El discurso los adorna y liberaliza, pero en los hechos, cuando bajamos al llano, cuando se trata de implementar esa liberalidad, el proceso es mucho más complicado. El discurso políticamente correcto no por serlo deja de ser simplemente eso, discurso. La acción es otra cosa. Es en la acción donde una sociedad demuestra su verdadero deseo de cambio. Hablar de cambio durante las campañas políticas no tiene valor alguno, salvo el valor propagandístico; nadie puede tomarse en serio un político cuando lo único que quiere es cambiar a quien detenta el poder. Pero una vez que se accede al poder la posibilidad del cambio es cierta; en esos casos el buen político devenido gobernante calla y actúa.

El decreto que prohibió fumar en lugares cerrados en Uruguay generó una breve polémica, pero tuvo un acatamiento absoluto. Pasados los años, nadie puede siquiera imaginar espacios públicos cerrados con humo de cigarrillo. Se discutió si debía ser ley, si el decreto alcanzaba… la prueba es que alcanzó. Si hubiera recorrido el camino de la ley seguramente hoy todavía respiraríamos humo en los ómnibus o restaurants. Es que cuando algo es correcto, está bien, se acepta; sólo hace falta que alguien lo implemente. Por supuesto pueden implementarse, y constituye el lado oscuro del poder, medidas que no están bien o que son el menor de los males para una situación determinada; tal el caso de las mamparas en los taxis de Montevideo. Tampoco es coincidencia que sea un mismo gobernante, en diferentes cargos, quien tomó las dos medidas: el Dr. Tabaré Vázquez, en un caso como Intendente y en otro como Presidente.

Una sociedad es tan avanzada como las normas jurídicas que consigue implementar. No valen los comentarios en radio o tv respecto a un tema, sino lo que refleja la legislación. Por otra parte, ninguna élite iluminada y “progre” por un lado, ni ningún grupo defensor de valores “tradicionales” dan la pauta de lo que una sociedad es o deja de ser. No son más que expresiones de grupos sociales específicos. De vez en cuando alguno de sus miembros decide formular en palabras aquello que muchos piensan y no dicen o que en ese, su grupo, está sobreentendido, admitido, en una suerte de pacto profundo y arraigado. Por eso cada uno es libre de pertenecer, o no, a ciertos grupos o denominaciones. Cuando ese tipo de declaraciones u opiniones no puedo dejar de reconocer el coraje de esa gente en decir cosas políticamente muy incorrectas. En algunos casos puede ser en forma premeditada, en otros en forma espontánea, pero en cualquiera de ellos, se trata de opiniones auténticas, de fe, en el sentido de que quienes las enuncian creen profundamente en ellas. No quiero pensar que sean opiniones dogmáticas; les quitaría el crédito y el mérito de jugarse por sus ideales, sean los que sean.
Dicho todo esto no vale eludir la opinión que el tema merece: la homosexualidad no es una anomalía ni una desviación a corregir; no es una patología; no es una perversión (Freud); sea lo que sea bien puede resumirse como una alternativa en nuestra opción de vida sexual y afectiva; probablemente tampoco sea una opción tan binaria como quiere reducirla la opinión pública. Cada uno es dueño de su vida y su capacidad de elegir; es el tan mentado libre albedrío, el que nos permite ser lo que somos y pertenecer donde queremos pertenecer.

En definitiva, podemos ser una sociedad que deje en paz a sus habitantes en sus elecciones personales y que los juzgue por sus méritos y los castigue por sus faltas en el ámbito público. Así como cualquiera puede inundar de humo de cigarrillo el lugar en que habita pero no un espacio público, nadie puede ni tiene derecho a espiar la vida de un semejante o corregir sus normas de vida de acuerdo a un criterio específico. En estos asuntos, nadie debiera sentirse “guardián de su hermano”(Génesis 4;9).


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