Contrastes IV

¿Cuántas veces uno vuelve? Creo que es una buena pregunta para un judío. A veces me ha ocurrido de contar cuántas veces he “vuelto” a Israel en mi vida; no digo “ido”, sino “vuelto”. Así como todos somos judíos “por elección” (todos estuvimos en la revelación en Sinaí, todos renovamos el pacto), alguna vez “dejamos” Israel y por tanto siempre estamos volviendo. Cuento las veces reales que aterricé en Ben-Gurión y por cierto me dan un número finito y real. Pero no puedo contar los regresos interiores o simbólicos, aquellos que han ido construyendo mi identidad como judío en mis cincuenta y cinco años de vida; esos son inabarcables, inasibles, como toda vivencia. Una cosa cierta sé: mi amor a la tierra de Israel tal como lo heredé de mis padres es el pilar fundamental de mí ser judío; el resto no es menor, pero se construyó sobre esa base. A su vez, como padres no enseñamos a nuestros hijos a cuidar el Shabat ni la kashrut, sino a amar Israel como patria. Tal vez no única, pero patria al fin. Cada uno enseña aquello que puede; el resto se lo confía a una escuela…

Los regresos también son contrastes. Del calor agobiante del área de Tel-Aviv al frio invierno del Rio de la Plata el contraste es obvio. De un espacio público judío a uno laico, casi neutro. Del hebreo al castellano. De ciertos aromas y sabores a otros. En poco menos de veinticuatro horas, en el clima artificial de los aviones y aeropuertos, hay una cierta magia similar al truco de “Viaje a las Estrellas” cuando los personajes eran transportados de la nave a un nuevo mundo en forma instantánea. Como diría el inefable Sheldon Cooper: “¿en qué mundo?”. ¿En qué mundo vivimos como judíos?

Apenas transitamos Montevideo (cada ciudad tiene sus particularidades) la agenda es otra: la agenda pública y la agenda judía. Basta con escuchar las noticias en la radio: ningún país está exento de quiebras o situaciones dudosas. Si en Uruguay la noticia de la semana ha sido el cierre de Pluna SA, en Israel lo ha sido el desenlace del proceso al ex Primer Ministro Olmert por corrupción; si en Israel Ygal Amir está a punto de cambiar su estatus de preso en aislación total a tener contacto acotado con otros presidiarios, en Uruguay está por salir libre un asesino serial; todos los estados comparten realidades que hace a su esencia de tales.

Sin embargo el contraste se da en otros niveles que tienen que ver con la sensibilidad pública, con los temas que nos preocupan o condicionan nuestras vidas. Mientras que en Uruguay la demografía no es un tema en sí mismo, en Israel saber quiénes son tus vecinos es esencial: la fragmentación social y cultural es tal que pocas cuadras pueden hacer una diferencia enorme, o un día uno puede despertar viviendo, literalmente, en otro mundo y condicionado por normas que no son las suyas. La inmigración ilegal es el gran tema de la agenda pública social; en Uruguay apenas si estamos lidiando con el retorno de algunos uruguayos exilados o auto exilados durante la crisis de 2002. Mientras que en Uruguay la palabra “cambio” supone largas y profundas discusiones, debates públicos, sindicatos y comités de base mediante, en Israel la palabra “cambio” es un concepto que persigue, que empuja, que obliga; que tensa. El “cambio” jamás es en paz en Israel, sino que implica choques, confrontaciones, rispideces, y una realidad que se impone, no se consensua. En un país pequeño, cada uno va buscando sus rincones propios y sus remansos de paz. Uruguay, por su parte, sufre también este proceso pero más debido a temas de seguridad interna que de choques culturales. Si bien no estamos libres de diferencias de clase y grupos, estamos lejos de la diversidad y dinámica sociales de Israel.

Sin duda el contraste mayor, el que hace de Israel un país absolutamente único, es la fragilidad de su existencia. No me refiero a fragilidad real, medida en recursos tecnológicos, económicos, o militares; en ese rubro Israel está bien pertrechado. Me refiero una vez más a temas que hacen a la sensibilidad, a las percepciones. Nuestros vecinos en la zona muchas veces ignoran a Uruguay, lo soslayan. Incluso nos han cerrado una frontera durante tres años. Sin embargo, a esta altura de la Historia, nadie duda de la existencia e identidad de la República Oriental del Uruguay. Los uruguayos podremos irnos y volver, el “paisito” estará siempre aquí, con sus verdes llanuras, sus democráticas playas, su gastronomía simple y contundente, su paz, mate en mano y termo bajo el brazo; nadie duda que el avión volverá a tocar tierra en un Estado uruguayo.

El Estado de Israel sigue siendo tan cuestionado como siempre. La “ventana de oportunidad” a la que se refiere Paul Johnson en su “Historia de los judíos”, que tan bien supieron aprovechar los fundadores de la colonia y el Estado, quiere ser cerrada una y otra vez por intereses políticos, económicos, pero sobre todo por un odio visceral e irracional llamado antisemitismo o mejor aún, judeofobia. Ser parte de un Estado que crece permanentemente en riqueza, población, recursos, un Estado que se complejiza más y más con el paso de las generaciones, es una experiencia psicológicamente demandante, desgastante. En ese sentido, probablemente el contraste con Israel no hace sólo al Uruguay sino a la mayoría de los países del mundo: ni siquiera Sudán del Sur es cuestionado a un año de su creación.



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