Contrastes II

El tránsito en Israel nos ofrece dos vivencias: una agobiante, claustrofóbica, tensa; otra relajada, paisajista, horizontal. No hay duda que la primera vivencia es la prevalente. La segunda se da en contados momentos y en pocas geografías de esta pequeña gran tierra. En Israel no puede usarse la tan manida y uruguaya expresión “a lo largo y ancho del país”, porque en términos reales, el “ancho” es técnico, pero no real. En su punto más ancho, entre la frontera con la Franja de Gaza y la frontera jordana Israel a duras penas alcanza los cien kilómetros de ancho. En su punto más angosto Israel no mide más de veinte kilómetros, entre el Mar Mediterráneo y la Autoridad Palestina. A lo largo, Israel mide algo más de cuatrocientos kilómetros desde Metula a Eilat.

Como los espejismos, sólo en los paisajes desérticos podemos tener cierta sensación de vastedad, de distancias inabarcables con la mirada, de estar perdidos en el mundo; ese tipo de sensación que nos han enseñado las películas hollywoodenses, desde los viejos westerns hasta “Forrest Gump”. Es una ilusión. La misma que dios ofrece a Moisés cuando le muestra la tierra a la que no habrá de entrar, poniéndola toda al alcance de su vista; si uno se ubica en cualquier altura respetable de la zona, y es de imaginar que del lado jordano no es muy distinto, la ilusión es creíble. La tierra de Israel es pequeña, abrupta, variada, y en general áspera. Su belleza es sobre todo mítica, cultural, construida. No me refiero a las obras del hombre sino a la naturaleza misma; sobre ella, sobre los lugares, hemos construido paisajes que nos hablan y conmueven.

Hoy Israel está atravesada por caminos, carreteras, y autopistas. Así como crece demográficamente, hace años que crece en caminería. La sensación es que nunca es suficiente. Como no tiene hacia donde crecer, crece hacia dentro. La superposición de autopistas, lo que llamamos “tréboles”, son una expresión urbanística de esa densidad. Las carreteras también sirven para eludir: centros poblados, embotellamientos, y realidades políticas y demográficas.

La ruta número 6, la única con peaje en todo Israel, corre de norte a sur desde Wadi Ara casi hasta Beer Sheva. De hecho, en su tramo norte bordea la frontera con la Autoridad Palestina; pasada la ruta 1 que une Tel-Aviv y Jerusalem transita territorio israelí a ambos lados. Por tanto, una cosa es recorrerla por ejemplo entre Kfar Saba y Yoqneam, y una muy otra entre Lod y Beer Sheva. En este último tramo transitamos el viejo y de alguna manera sólido Israel, mientras que en el tramo norte transitamos, literalmente, entre “Palestina” e Israel. Un embotellamiento de tráfico en ciertos puntos de la ruta nos deja enfrentados a la realidad geo-política de la zona, la que leemos en los diarios.

La ruta 443 va desde el aeropuerto Ben-Gurión vía Modiin hasta Jerusalem. Pasado Modiin, atraviesa territorio de la Autoridad Palestina. Es una arteria que surca un territorio en disputa, por decirlo delicadamente. Para entrar y salir se pasa un control de seguridad, con mayor o menor lentitud, dependiendo de las circunstancias. Del lado de Jerusalem desemboca (o comienza) en el cuestionado barrio de Pisgat Zeev. A pesar de ser una ruta altamente transitada y una opción más ágil para quienes van hacia el norte que la tradicional ruta 1, muchos israelíes eligen no transitarla, nunca. Hasta en términos viales la realidad israelí está politizada. Durante los quince o veinte minutos que demora transitar en condiciones normales el tramo en cuestión, uno ve pueblos palestinos a un lado y otro, detrás de muros y tejidos de alambre de alta seguridad, garitas de vigilancia. Por supuesto, la ruta puede cerrarse (con portón) ante una necesidad. Cuando uno transita una ruta así puede imaginar la propuesta que alguna vez se manejara de una ruta entre Gaza y el sur Judea ante la eventual creación de un estado palestino; la idea es viable: dos puntos de Israel están hoy conectados a través de territorio palestino.

Wadi Ara, la ruta 65 desde Afula a la costa, es el principal y más tradicional acceso a la zona noreste del país. Atraviesa pueblos y ciudades árabes que son parte de Israel desde 1948. De alguna manera también conecta el centro político y cultural del país con sus zonas más alejadas reconociendo las realidades demográficas producto de los procesos históricos. Es una ruta abierta, de múltiples accesos, que sirve a decenas de comunidades de todo tipo. Esta es una arteria que no sólo une dos extremos vitales sino que nutre a lo largo de su recorrido centenares de centros poblados. Recorrerla es reconocer un proceso histórico, la compleja realidad israelí. Nada de eso se ve desde Tel-Aviv o Jerusalem, cada una con su idiosincrasia bien definida.

A diferencia de la publicidad de Samsung donde a través de las ventanas de un tren nos pintan paisajes perfectos en belleza y definición, recorrer las rutas de Israel es un baño de realismo crudo y honesto. La proximidad y densidad son tales que resultan sobrecogedoras. Sin embargo, en este cuerpo largo y estrecho que es la geografía del Estado uno siente una pulsión incesante y incansable de vida, un fluir de vehículos permanente y porfiado que va mucho más lejos de lo que los límites geográficos lo permiten.

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