Desde Israel: perspectivas

Con el paso de los años la perspectiva cambia. Distancia y tiempo combinados proponen una nueva experiencia de lo cotidiano, aun de lo periódico. Aquello que pasaba inadvertido comienza a adquirir una relevancia y una profundidad semántica que nos ubica no sólo como protagonistas sino como privilegiados espectadores; como en el final de la famosa y algo olvidada novela de John Fowles “The French Lieutenent’s Woman”, somos a la vez autores y observadores de nuestra propia vida.

Israel es una tierra y un país que dificulta la visión en perspectiva. Por un lado, el avión en cierto modo se precipita sobre un pedazo de tierra si se quiere demasiado angosto, acotado. Uno incluso puede imaginar llegar en barco, como en las primeras épocas y sólo ver una línea recta en el horizonte, demasiado chata y despojada. Desde el cielo Israel nos ofrece hoy una visión bastante aceptable de la condición cosmopolita de Tel-Aviv, para luego maniobrar hacia el aterrizaje. Aterrizaje literal de un avión y aterrizaje simbólico de uno mismo.

Tal vez las perspectivas en Israel deban buscarse en paisajes alejados de las ciudades súper-pobladas. No digo que Haifa no ofrezca algunas vistas maravillosas, pero perspectiva es otra cosa. Tal vez desde las tumbas de David Ben-Gurión y su esposa en el desierto del Neguev, mirando el paisaje tan particular del wadi que conduce a Ein Avdat, uno puede hablar de perspectiva; o desde la cima de Massada mirando el Mar Muerto, Jordania, el desierto de Judea; o el valle del Jordán desde Bet Shean, o el mismo Mar de Galilea, nuestro “Kineret”, desde la meseta del Golán; la perspectiva abreva en la historia, en el tiempo, en la sucesión de hechos que hacen a esta tierra tan especial. Perspectiva tal vez sea volver a un kibutz que uno conoció como tal para intentar entenderlo hoy, pasados treinta años. Perspectiva tal vez sea ver la ciudad vieja de Jerusalém desde el Monte de los Olivos y tratar de comprender y aprehender la terrible conflictividad que yace junto a las ruinas que se excavan diariamente; pero las ruinas son pasado, los conflictos siguen vigentes.

La perspectiva también es un concepto que puede manejarse a futuro, claro que siempre basado en experiencias pasadas. Es el ejercicio que hacen politólogos, economistas, y otros profetas modernos. A veces suceden hechos tan únicos que dejan a todo el mundo perplejo y sin predicciones: por ejemplo, la crisis europea del euro. Ni la Guerra Civil Española da elementos para prever qué pasará. En lo que hace a Israel, en un nuevo retorno, lo que a uno lo asombra cada vez más es la riqueza y la diversidad social y uno se pregunta en qué dirección va este país de “reunión de las diásporas”. Si la diversidad judía ya de por sí es grande y profunda, si la población árabe israelí marca su impronta, qué decir cuando sumamos inmigrantes ilegales de África y otros lugares del mundo, trabajadores con contrato para la construcción, filipinos que cuidan a la tercera edad. Estoy seguro que se me escapan grupos étnicos o sociales desde el momento que escribo esto como una impresión, no como una nota periodística.

La población de este país ha crecido vertiginosamente en los últimos años. Los judíos rusos, los judíos etíopes, el crecimiento de la población ultra-ortodoxa, por nombrar sólo los más distinguibles, son una realidad cultural, social, y política innegable. ¿Qué ha hecho de éste un país de derecha cuando sus “padres fundadores” fueron en su mayoría socialistas o “de izquierda”? Por supuesto que hay falta de liderazgo, fracasos rotundos en diversas áreas, desencanto con los vecinos palestinos, y un sinfín de factores más de tipo político “normal”. Pero el factor demográfico no es menor: gentes de diversos orígenes que adquieren sus derechos ciudadanos en forma inmediata; “veteranos” enfrentados a nuevos problemas que aquellos fundadores ni imaginaron; un proceso de paz deteriorado y estancado; historias de marginación y persecución; todo ello contribuye a votar gobiernos “fuertes”, conservadores, y con un marcado tono nacionalista. El discurso del centro apenas si puede compensar los discursos más extremistas. Ni siquiera la economía es un factor suficiente para un cambio de orientación: podrán haber quejas, el costo de vida es altísimo, pero la economía es un dínamo y el desarrollo no se detiene.

Israel no es el país que nos venden la Agencia Judía ni el KKL ni el Ministerio de Turismo, del mismo modo que Uruguay no es Punta del Este ni Colonia del Sacramento o los EEUU no son New York City ni Disneyworld. Tal vez muchos de nosotros aprendimos a amar esta tierra por esos mensajes pioneros, idealistas, y profundamente sionistas. Tampoco debemos soslayar las historias bíblicas, esos sitios nombrados una y otra vez en la Biblia a los que ahora accedemos por una carretera. Pero es la perspectiva de los años la que nos ayuda a poner cada cosa en su lugar, o al menos a intentar el ejercicio de hacerlo; nadie realmente puede poner cada cosa en su sitio, es más bien un ejercicio cotidiano. Tal vez uno pueda empezar a imaginarse, como una suerte de ciencia ficción israelí, un país de tribus definidas y autónomas conviviendo en un territorio común, en un estado común, y por cierto muy complejo. Tal vez la ficción, en un sentido exclusivamente de metáfora histórica, pueda llevarnos a pensar en el retorno de las diez tribus perdidas de Israel. Tal vez hoy mismo estemos siendo testigos de ese proceso.

Sin embargo, también existe una verdad histórica incontrastable: que por un lado hay y habrán comunidades judías en todo el mundo, como siempre las hubo. Mientras que, en esta tierra y bajo la forma de un Estado independiente y autónomo, es donde siempre podremos refugiarnos nosotros y nuestro judaísmo. Mirando en perspectiva mil novecientos años de historia sin esta opción, es un hecho determinante. Cada vez que volvemos, lo celebramos.


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