Ierushalaim

Cuando durante estas vacaciones leí el libro de Simón Sebag Montefiori “Jerusalén: La Biografía” (Crítica, 2011), inmediatamente pensé en Iom Ierushalaim, el Día de Jerusalem. Tengo cierta fascinación por los “Días de…”, por esa necesidad de marcar lo universal y permanente en un momento determinado y acotado; el pasado Día de la Mujer analizábamos esta costumbre tan difundida. Jerusalem es así: universal y permanente. Esta arraigada en la cultura occidental desde su consolidación, y sabemos que estaba allí mucho antes como ciudad de un pueblo llamado los Jebuseos. Tal como lo demuestra exhaustivamente Sebag Montefiori en su extensa obra, la ciudad ha estado signada por la guerra y el conflicto a lo largo de su historia; aun hoy todos sabemos que en la resolución de los conflictos que la atraviesan yacen buena parte de las oportunidades de paz en la región; y en el mundo. Por eso cuando leí el libro pensé que merecía compartirse con los lectores de tumeser.com pero como Jerusalem tiene “su” día – al menos para los judíos – valía la pena esperar.

Este domingo es Iom Ierushalaim, día en que se conmemora y festeja la unificación de la Ciudad Vieja con la Jerusalem moderna construida extra murallas, en 1967 como consecuencia de la Guerra de los Seis Días. La importancia y centralidad de Jerusalem en la vida y cultura judía está más que documentada y explicada, no vale la pena ahondar en el tema. Si surge un “Día de Jerusalem” es precisamente porque la anomalía de una ciudad dividida no debería ser una opción y vale la pena recordar y celebrar la reunificación ocurrida cuarenta y cinco años atrás. Leyendo el libro al que hacemos referencia no queda duda que esta es una de las mejores épocas de la ciudad: Jerusalem ha crecido hasta alcanzar más de un millón de habitantes; es un centro político, turístico, tecnológico, comercial, y sobre todo cultural y religioso. Sobre todo, es absolutamente transitable y accesible. Nadie desconoce los profundos conflictos que yacen en sus cimientos, en los miles de años de historia aun no desenterrados, en las excavaciones que se van abriendo paso hacia el pasado; pero mientras tanto la ciudad vive y prospera, crece en todas las direcciones (algunas por cierto conflictivas y cuestionables), y está abierta de par en par a todo el que la visite.

El paseo de compras Mamila, que se extiende desde el cruce de las calles Yaffo y Shlomo Hamelej hasta la puerta de Yaffo de la Ciudad Vieja, tiene para mí un valor simbólico que excede sus valores estéticos, comerciales, y hasta sociales. El desarrollo del proyecto atraviesa el valle que separa la Jersualem moderna de la amurallada frente a la Torre de David, valle que entre los años 1948 y 1967 estuvo atravesado por murallas y alambrados separando Jordania de Israel. Hoy el mall es un paseo que en forma fluida, continua, y casi inadvertida nos deposita frente a la puerta de Yaffo, por donde accedemos a la Ciudad Vieja. En menos de veinte minutos podemos estar frente al Muro de los Lamentos. Resulta tan accesible y sencillo que es difícil imaginar una situación diferente. Proféticamente, la gran Noemí Shemer (z”l) agregó una estrofa a su “Jersualem de Oro” apenas se concretó la unificación de la ciudad, aludiendo al “regreso a los pozos de agua, el mercado, y la plaza”, vale decir, a la normalidad.

Pero Jerusalem no es una ciudad normal. Cualquiera que viva allí lo asegura. La complejidad demográfica, geográfica, religiosa, hacen de ella una ciudad verdaderamente única. Es una ciudad que se apoya con un pie en occidente y con otro en oriente; por suerte hoy no dejan de atravesarse y tropezarse un pie con otro, generando una suerte de torpeza y confusión permanente, enredos y contrastes, ajustes del paso, cambios de ritmo. Cualquiera que transite o camine las calles de Jerusalem, Vieja o moderna, experimenta esa sensación de diversidad agresiva, de vitalidad de alto metabolismo; puede resultar agobiante o energizante. Sin embargo esta ciudad de contrastes ofrece espacios más apacibles, puntos donde descansar el espíritu contemplando alguno de los paisajes que constituyen y rodean la ciudad. Sentarse en la terraza de la Cinemateca a contemplar las murallas, de día o de noche; o mirar en dirección al Mar Muerto desde el anfiteatro de la Universidad Hebrea en el Monte Scopus es no solamente disfrutar un paisaje natural sino una experiencia casi mística; si las hay.

El libro de Sebag Montefiori ofrece una perspectiva histórica extensa y detallada de la ciudad, pero sobre todo pone de relieve la sensibilidad de los conflictos que la atraviesan desde siempre. Desde una perspectiva más acotada en el tiempo, más íntima, el novelista Amos Oz en su novela “Historia de Amor y Oscuridad” mira la ciudad desde un punto de vista absolutamente particular, sesgada, parcial. Hay una Jerusalem mítica más allá de las murallas, a varios barrios de donde vive el narrador; pero su visión es cruda, oscura, y hasta agobiante. Amos Oz se mudó a un kibutz en su adolescencia, y hoy vive en Arad, en el desierto del Neguev. Nunca volvió a vivir en Jerusalem.

Tanto Amos Oz como cualquiera de nosotros puede volver hoy a Jerusalem, cuando quiera. No hay limitaciones. Es una ciudad abierta. Probablemente sus conflictos nos acompañen por generaciones, porque vienen de generaciones. Tal vez algún día todos sus vecinos aprendan a compartirla de mejor modo, guardando sus tesoros, su feroz simbolismo, su profunda santidad. Mientras tanto, con todo y a pesar de todo, Israel no lo ha hecho tan mal. Cualquiera puede decir: este año en Jerusalem.

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