Caos

El calendario judío transita en estas semanas la cuenta del Omer entre la festividad de Pesaj y la festividad de Shavuot (en términos cristianos, entre la Pascua y Pentecostés). Sobre su significado original agrícola y posteriormente histórico se suma un nivel adicional de significado, siempre vigente, que refiere a la libertad y a la norma. Mientras Pesaj es la festividad en que dejamos de ser esclavos, en Shavuot, al recibir la Torá, comenzamos a ser verdaderamente libres. No sólo se genera un efecto evolutivo entre libertad y norma sino un efecto vivencial: cuál es la libertad y cuál la naturaleza de la norma, y cómo acompasamos una y otra. Esta tensión atraviesa la experiencia judía moderna (de la Emancipación en adelante).

En los últimos tiempos en Uruguay, y en la última semana en particular, la tensión entre libertad y norma se ha vuelto acuciante y vigente. Más aun si consideramos la norma en su sentido no meramente burocrático y autoritario, sino en su sentido ético y moral. Muchas veces estos sentidos no coinciden: hay normas que por diferentes razones están reñidas con lo correcto, lo adecuado, lo que indica el sentido común, por razones históricas o ideológicas de la sociedad que esa norma regula. La modificación de las normas a través de los mecanismos que una sociedad elige para sí es la forma de ir acompasando ese tipo de desfasaje. En el caso de la sociedad uruguaya, el desfasaje parece insalvable.

El miércoles encendí la televisión para ver un informativo nacional. La noticia del día era el motín en el Complejo Carcelario (Comcar) de Santiago Vázquez, en las afueras de Montevideo. Si alguna vez intenté imaginar el Infierno de Dante supongo que las imágenes no diferían mucho de lo que registraron las cámaras, ya sea en directo o en notas periodísticas para programas de tipo amarillista de ese mismo canal. Fuego y humo, personas hacinadas, edificios destruidos; gritos, empujones, caos, ya sea entre los presos o entres sus familiares apiñados sobre la ruta. El único ejercicio de “control” de la situación era la policía empujando a esos mismos parientes a la banquina de la ruta para permitir el tránsito: manotón de ahogado, represión básica, desproporcionado uso de la fuerza sobre la parte más débil del problema.

Sentado en mi casa, protegido del frio que cayó sobre Uruguay en la última semana, tras mis rejas, mis persianas y mi alarma, las imágenes que veía en la pantalla poco tenían que ver conmigo y mi entorno. Muchas veces nos jactamos de cómo Montevideo es una ciudad construida mirando al río; debiéramos pensar que también está construida de espaldas a sí misma. Existe un espacio, una suerte de tierra baldía, que yace entre el Montevideo burgués, tecnológico y servicial de la zona costera, y el interior agrícola y próspero, ambos globalizados y ajenos. Esa tierra baldía no es una metáfora ni una alusión a la obra de T.S. Eliot; es una franja geográfica y real que rodea la costa montevideana y se extiende hacia las periferias de los departamentos limítrofes; es un anillo del Infierno, es real.

Mientras transcurre esta semana culminante del deterioro social nacional, sólo el Presidente Mujica se asoma a los medios a explicar y filosofar acerca de lo que nos toca vivir. Si alguien tiene derecho a hacerlo es él, que a sus años y con su vida a cuestas tiene la experiencia vivida desde la cárcel y desde el poder. Sería muy bueno escucharlo si no fuera el Presidente de la República; como tal, es sólo una muestra de la impotencia y las contradicciones de un gobierno ideologizado e inoperante en tres áreas medulares: seguridad, educación y salud. Funciona la economía, amparada por una coyuntura mundial única y favorable; funcionan algunas iniciativas aisladas en términos de políticas de vivienda; funcionan, aunque cuestionadas por muchos, las políticas sociales. Pero han colapsado las áreas donde el Estado no debería fallar jamás porque implica el caos. No son válida las excusas de que son problemas que se arrastran por años, décadas; nada había colapsado de este modo con anterioridad, y menos en una época de bonanza y recursos.

El gobierno debió haber cambiado ya a los tres ministros de las carteras correspondientes. Los tres mantienen un bajo perfil y no se hacen responsables de la situación. La mayoría parlamentaria, de acuerdo a la norma, sostiene a estos tres ministros en sus cargos. Este es uno de los casos donde debiera prevalecer el criterio ético y no el de la letra fría de la norma. Porque cambiar la norma tampoco garantiza mucho: si eventualmente un plebiscito aprobara bajar la edad de imputabilidad de los menores a 16 años, nadie cree que realmente esta medida o algunas más cambien significativamente algo. Los cambios, de sucederse, vienen de actitudes pragmáticas y coherentes, del buen uso de los recursos, y de la honestidad moral de los gobernantes de turno. No hay norma que valga si la desidia, la negligencia, y por supuesto la corrupción prevalecen. Hay de todo un poco, como en botica. Y es todo un poco más grave que un mero “Cambalache”; es un caos.
 

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